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n julio de este año se llevó a cabo la 59 entrega de los premios Ariel que otorga la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas a lo más destacado del año en el cine nacional. La gran ganadora de la noche fue La 4a compañía, dirigida por Mitzi Vanessa Arreola y Amir Galván. Sin haberse estrenado aún, la cinta filmada en el interior de la cárcel de Santa Martha Acatitla se llevó diez premios. Uno de ellos fue para Adrián Ladrón, protagonista de la película, quien ganó el reconocimiento a la mejor actuación masculina. Al aceptar el premio, Adrián pronunció un discurso que ha sido ampliamente compartido en redes sociales y en medios impresos de nuestro país.
El Ciudadano platicó con el actor, quien además accedió a publicar su discurso en nuestras páginas.
LA PELÍCULA Y EL PREMIO
¿Qué se siente ganar un Ariel?
Se siente increíble, es muy hermoso. Lo que más satisfacción me da es la respuesta de la gente que está a mi alrededor, saber que ellos me apoyan mucho y que les dio una alegría muy honesta saber que recibí el premio.
Luego, es lo que es: solo un reconocimiento. No ofrece una garantía de nada, ni en términos económicos, ni en términos profesionales. Es como una estrellita, y ya. De ahí en adelante hay que seguir trabajando. Hay que poner el premio donde debe estar, que no es en la repisa de mi casa, sino en un lugar mucho más escondido para que no sea una presión. La gente te va a ver y va a decir: “a ver, convénceme de que eres tan bueno”, y eso es peligroso, porque los personajes son construcciones colectivas, no son individuales. Si yo tengo la fortuna de volver a tener un equipo como el que tuve, podré volver a estar quizá cerca del mismo lugar y hacer un trabajo así, pero no es una garantía tampoco.
¿Cómo fue el camino que recorriste para formar parte de La 4a compañía?
Fue un casting por el que pasaron más de 250 actores. Se trató de un proceso muy particular que creo podría sentar un precedente en este país, porque se confía poco en el trabajo de los actores y se les dirige poco. En Estados Unidos, por ejemplo, hay especialistas, coaches, directores únicamente de actores.
Dos meses después del casting me hablaron para hacer el call back, y cuando conocí a los directores, les dije: “estoy enamorado de este guion, quiero hacer este personaje”. Salgo del call back… ¡y no me hablan!: dos, tres, cuatro semanas y nada. Conseguí el correo del director, Amir Galván, y le escribí. Me respondió que iban a hacer un taller con otros actores para elegir al personaje principal, que es otra cosa que no se hace en este país. Ese taller duró tres meses. Incluyó examen de conocimientos generales, examen psicométrico, per l psicológico, per l delictivo con un asesor de prisión, visitar la cárcel una vez por semana, entrenamiento, dieta y ensayos. Fue un proceso muy completo con dos compañeros más, y después de estos tres meses se decidió quién iba a hacer el personaje.
Ganaste el Ariel por una película que no se ha estrenado.
¿Cuál fue la historia de su realización?
La historia empezó hace casi 11 años. El guion de Vanessa Arreola partió de la tesis que Amir Galván hizo en el Centro de Capacitación Cinematográfica: Lo que quedó de Pancho, un medio metraje documental sobre lo que le sucede a este personaje estando en prisión y fuera de ella. A partir de esto Vanessa y Emir empezaron a hacer una investigación que derivó en el guion de La 4a compañía.
El guion ganó un premio en España y se consiguieron los primeros fondos para realizar la película. Después vinieron varios años de una larga gestión con la gente de la prisión de Santa Martha para conseguir que la película se filmara ahí, con internos que tienen personaje y diálogos, pues había una postura autoral que defendieron los directores a muerte: esta película necesitaba hacerse donde ocurrieron estos hechos (está basada en hechos reales), y con personajes que sufren las consecuencias de este sistema judicial y penitenciario corrupto.
La película se filmó dentro de la prisión en dos etapas: en el 2010 y luego en el 2012. Tuvimos que esperar cerca de año y medio para continuar porque se acabaron los fondos, debido a que filmar una película en prisión es muy difícil en términos de tiempo, de todo el aparato de seguridad, de todo el equipo que entra. La filmación terminó en 2012, y luego estuvo en salas de edición todavía mucho tiempo, y ahora está en el asunto de la distribución y la exhibición. Ha sido un camino muy largo por muchas razones: desde el contenido de la película, que es muy delicado, hasta la propia industria que hay en México, pues es difícil hacer cine en este país.
ACTUAR TRAS LAS REJAS
¿Cómo fue la experiencia de filmar la película adentro de la cárcel?
Fue muy compleja, intensa, interesante, y obviamente, con su dosis de peligro. Yo lo que digo es que no se parece a nada de lo que uno haya visto. Cuando pisas un penal en este país, particularmente la penitenciaría de Santa Martha, es brutal el impacto. Incluso si yo te enseñara fotos de Santa Martha, no podríamos terminar de entender lo que es ese lugar que entra por las fosas nasales, y donde se siente mucha pesadez a nivel de energía.
Estuvimos con los presos que están en población, que son los que tienen una mejor conducta y una serie de responsabilidades dentro de la prisión. Yo sentí generosidad de su parte, sentí que ellos sabían desde el principio el compromiso que estaban asumiendo, entendían que esta película era una oportunidad de darles una voz. La prisión es muy compleja, porque si bien hay un aparato de seguridad adentro, no se percibe mucho la presencia de los custodios, sino más de los internos: ellos son los que te reciben, te llevan, te traen y te cuidan. Estamos hablando de presos que toman talleres de teatro, de cine, culturales, que tienen eventos musicales, que tienen talleres de carpintería, que están empleados adentro, y que, varios de ellos, tienen la intención de una reivindicación honesta, aunque evidentemente no metería las manos al fuego por nadie porque no alcancé a conocerlos a ese nivel.
Toda la gente me dice: “¿no te daba miedo?”. Pues sí, evidentemente al principio tienes miedo, pero cuando te atreves a mirar al otro a los ojos eliminas prejuicios, te das cuenta de que es una persona como tú, que vivió una circunstancia diferente a la tuya y que sólo por eso está ahí. Te das cuenta de que uno no está muy lejos de poder estar en ese lugar, y te das la oportunidad de ponerte en sus zapatos, que es el reto que teníamos todos los actores.
Por ejemplo, conocí a un hombre que estudió en un CEDART (Centro de Educación Artística del INBA). Yo no estudié en uno, pero tengo muchos amigos que sí. Él me decía: “yo quería ser bailarín, y tenía mucho talento. De muy chavo trabajaba de mensajero. Un día me detuvieron y me dijeron: ‘¿qué traes ahí?’, y yo no lo sabía. Mi gran error fue nunca preguntar qué es lo que estaba cargando, y llevo aquí adentro casi 20 años por eso”. En la cárcel puede haber inocentes y culpables, pero yo digo que, sobre todo, están los jodidos, y eso es lo terrible en este país: la libertad tiene precio.
EL DISCURSO DE UN ARTISTA
Si pensamos en un escritor o en un director de cine o teatro, es claro cómo pueden crear mundos que contengan sus posturas ideológicas o políticas sobre un tema. ¿Cómo puede un actor plantear su discurso personal como artista?
A mí no me gusta pensar en el actor como un intérprete, es un concepto que no me acaba de convencer, yo creo más bien en el creador. Por supuesto que hay actores más intérpretes y actores más creadores. Alguna vez Gabino Rodríguez (actor mexicano) me decía: “yo creo que un artista, en cualquier ámbito que se desempeñe, tiene la elección en algún momento de su carrera de hacer obra o de hacer obras”. Me parece que ahí está toda la diferencia: tú puedes emplearte como artista y ser excepcional en tu trabajo, pero defendiendo las palabras de alguien más y siguiendo las indicaciones de alguien más; y puedes también decidir qué proyectos son los que quieres elegir para defender un discurso. No quiere decir que no haya actores que se hayan desempeñado en la televisión o en programas con cierto contenido frívolo y que no tuvieran una postura política, no está peleada una cosa con la otra.
Finalmente ser una figura pública también es asumir una responsabilidad en lo personal, implica adquirir una conciencia sobre tus actos y luego ser consecuente con lo que dices. Como actor de pronto tienes la oportunidad de defender un discurso hasta cierto punto, porque hay límites como el texto o como la dirección y hasta ahí puede uno llegar, entonces uno le imprime lo que puede. Pero hay otros escenarios más públicos como una ceremonia, o como una entrevista, donde uno puede desarrollar un poquito más ese discurso en términos de lo que piensa sobre la vida, o sobre su ciudad, o sobre el país, o sobre la sociedad. Ser artista no es sólo hacer arte, sino también generar una especie de impacto o discurso. A mí me interesa esa rama del arte donde tienes la oportunidad de ser una figura pública para decir algo, no solamente para adquirir un nivel de fama, prestigio, o una estabilidad de vida.
Últimamente hemos visto ejemplos en los que artistas y líderes de opinión se unen para expresarse sobre alguna causa, como el no votar por Trump o por el PRI, y sin embargo, Trump y el PRI han ganado.
Pasó con las elecciones del 2012: quizá en las redes sociales o en los círculos más cercanos, se sentía que era muy difícil que fuera a ganar un personaje como el presidente que tenemos, porque había una gran falta de credibilidad y había una postura muy clara acerca de la corrupción del PRI. Esto es una ilusión, es como platicar con tus amigos cercanos y de pronto darte cuenta de que somos millones en esta ciudad y en este país, y muchos no tienen acceso a esa información. Estamos hablando de un país en el que la mitad de la población vive en extrema pobreza. Hasta que no entendamos que la responsabilidad de los que sí tenemos acceso a esa información es ir a informar a los demás, no va a cambiar la situación.
El discurso que yo pronuncié, más allá de criticar -que es donde todo el mundo ha puesto el ojo-, habla sobre una responsabilidad, y casi nadie opina al respecto, es muy curioso. De nada te sirve ir a una manifestación si después de gritar te vas a tu casa y sigues con los hábitos de siempre. Así no va a cambiar absolutamente nada, se vuelve una anestesia. Yo creo que tenemos que asumir la responsabilidad de que defender los derechos es una actividad diaria, como conseguir trabajo. Mientras no entendamos eso, el gobierno no se va a sentir presionado. El gobierno solo es, para mí, un ejemplo de lo que es la sociedad. El gobierno es corrupto porque la sociedad es corrupta. En países donde la sociedad no es corrupta el gobierno no es corrupto porque no se lo permiten, es así de fácil.
A diferencia de muchos artistas, no estoy tan de acuerdo con la idea de que nuestra trinchera es el arte. Yo siento que, por supuesto, hay que empezar ahí, pero no me basta decir que mi trinchera es el arte y desde ahí yo defiendo un discurso, porque eso tiene un cierto límite y un cierto impacto que desafortunadamente en este país es limitado. Uno tiene que entender que necesita hacer un trabajo mayor, se dedique a lo que se dedique, para asumir esa responsabilidad.
EN ESCENA Y EN PANTALLA
¿Qué sigue en tu carrera después del Ariel?
Afortunadamente estoy en un buen momento tanto en cine como en teatro. Siempre he dicho que el teatro es como mi casa y el cine es como estar de vacaciones. Ambos me encantan. En agosto está Antígona en temporada en el teatro Julio Castillo, y nos vamos de gira a Uruguay y Argentina en octubre. Espero que Romeo y Julieta, que acaba de terminar, tenga la oportunidad de que la vea más gente, porque las temporadas en este país son cada vez más cortas y es un gran esfuerzo el que realizamos todos los involucrados.
Se va a estrenar una serie que se llama Diablo guardián, aún no sabemos en qué plataforma, en el último trimestre de este año.
Además, quiero defender mi faceta en otras áreas artísticas. Soy músico, y estoy componiendo una obra musical para niños que se llama El canto de la rebelión o El canto de la cigarra. Además, quiero empezar a dirigir cortometrajes.
También viene, por supuesto, el estreno de La 4a compañía. Tenemos que trabajar mucho para que la gente vaya a ver la película, porque se puede caer en la gran ilusión de que si fue premiada la gente la va a ir a ver, y no necesariamente. Debemos generar estrategias para que la gente se acerque a ver cine mexicano.
MÉXICO DESAPARECE
Este país está desapareciendo. Desaparecen las personas, las familias, las creencias, pero no el abuso de poder, la corrupción y los privilegios de unos cuantos. Desaparece el dinero destinado a la cultura, a la educación y a la salud, pero no los bonos y los altos sueldos de los funcionarios, diputados, senadores y demás supuestos servidores públicos. Faltó muy poco para que esta ceremonia desapareciera. No falta tanto para que desaparezca el derecho a pisar el suelo, a beber el agua, a respirar el aire, si no hacemos algo al respecto.
Esta película habla de un momento en la historia de este país en que los representantes de la escena política comenzaron a pactar abiertamente con el crimen organizado, un momento en que se normalizó la corrupción, la violencia y cuyas consecuencias sólo han crecido en dimensión y sobre todo en un cinismo enfermo por parte de aquellos que, ciegos de poder, en lo que menos están interesados es en el bienestar de su pueblo. Habla también de la pérdida de la inocencia, esa inocencia que aún tuvimos oportunidad de vivir las generaciones de hijos de aquellos que, siendo jóvenes, aprendieron que levantar la voz era motivo para ser encarcelado, desaparecido o asesinado. Esta película habla también del miedo a la libertad, porque este país quiere ser libre pero no sabe cómo y no quiere asumir esa responsabilidad.
La cárcel es un gran negocio, así como la guerra y la pobreza.
Todos en este país sabemos la cantidad de delitos y abusos que vivimos a diario, pero lo que no alcanzamos a entender es que estas cosas ocurren sólo porque nosotros las permitimos. Denunciemos la corrupción y el abuso en cada una de sus formas, pero primero seamos capaces de observar la corrupción que hay en cada uno de nosotros. Hasta que no seamos capaces de cambiar como individuos, no podremos aspirar a vivir en un país mejor.
Yo no sé cuál es la respuesta, pero se me ocurren algunas cosas: informarnos, reunirnos, organizarnos, dejar de creer que luchar por defender nuestros derechos no es una necesidad tan vital como tener techo y comida, porque lo es. Dejar de esperar que sea yo el que sufra las consecuencias de la violencia que vivimos; escucharnos, pensar en el otro, ser hermanos, estar unidos. Ya con eso estaremos haciendo bastante, porque la verdadera revolución es una forma de pensar y de actuar.
La situación de la industria cinematográfica no va a cambiar hasta que seamos capaces de organizarnos para que en el campo legislativo se haga lo necesario para que las películas mexicanas tengan mejores condiciones de exhibición. Defendamos nuestro derecho de hacer arte en este país, invirtamos en la creación de cines independientes donde la cartelera sea predominantemente mexicana a precios más accesibles, no permitamos que nos sea negado nuestro derecho a la libertad de expresión, a la salud, a la seguridad y a la paz. En palabras de José López Portillo: ¡es ahora o nunca!