“Pero la política, como la ciencia, está también involucrada en el juego del poder y hace, incluso más que la ciencia, causa común con el prejuicio, la ignorancia, el cálculo ciego e interesado y el egoísmo indiferente”
Hay confianza razonable y generalizada en que, con las elecciones presidenciales de 2018, culmine un proceso de importancia vital y creciente para México desde hace por lo menos cuatro sexenios: el cambio de régimen; es decir, la erradicación de un modelo autoritario y empobrecedor que permita el surgimiento de uno democrático, de raíces ciudadanas, que al fin satisfaga los anhelos de bienestar de millones de compatriotas.
El primer paso ya está dado: la creación del Frente Ciudadano por México, provisto de un Proyecto de Nación sólido, nutrido por las demandas sociales, que se someterá al escrutinio de organizaciones ciudadanas, instituciones académicas, expertos en proyectos de desarrollo y agrupaciones empresariales y políticas.
Lo que sigue no es tarea fácil. Entre las principales barreras desafiantes en la ruta de este esfuerzo democrático estarán (de hecho ya empezaron a manifestarse) los embates de un sistema político, hegemónico, clientelar en muchos sentidos, concebido hace casi 90 años para conservar en el poder a quienes se asumieron dueños de la Revolución triunfante.
Las resistencias al cambio provienen de pequeños, aunque activos, bloques elitistas enquistados en varios sectores de la sociedad que constituyen en conjunto las raíces que sostienen a un sistema generoso que recibe y da, pero que igual castiga toda indisciplina, todo acto de rebeldía. Las armas de estas élites ya salieron a relucir: descalifican, siembran dudas y sospechas. Incluso sus personeros prostituyen la libertad de expresión sin el menor rubor.
Se aferran a un modelo, a un status quo del que durante décadas (en algunos casos hasta generacionalmente) han fluido dos premios mayores: dinero y poder. Dinero salido de los recursos públicos y poder proveniente del ultraje a las urnas electorales.
Es inmenso el daño causado a México por este modelo. El presidencialismo todopoderoso y sin contrapesos debe ser acotado, sometido al interés ciudadano. Los ciudadanos merecen un modelo de nación que les garantice seguridad, bienestar y felicidad.
También debe someterse a la ley y a las reglas de la democracia el partido responsable de encumbrar a gobernantes ineptos, simuladores, cómplices y ladrones. En el escenario de abusos y atropellos que están a la vista, ¿alguien cree hoy en “el nuevo PRI” que presumió el poder al inicio del sexenio?
Este es el horizonte para la oportunidad de cambio (una más) en el 2018. Nada garantiza, sin embargo, que un periodo de transición culmine en una democracia plena, que es solamente uno de los resultados posibles de un proceso de cambio como el que ya está en marcha. De lo que se trata es de definir el rumbo y acortar los tiempos, dada la paciente espera mostrada por la ciudadanía.
Hay que probar que sí es posible construir una agenda pública con apoyo ciudadano, por encima de las diferencias ideológicas, la mezquindad y el manejo perverso de recursos públicos para comprar voluntades.
Tres premisas básicas
No obstante la atmósfera de corrupción, impunidad e inseguridad que agobia a la mayor parte de la sociedad nacional, quienes decidieron crear el Frente Ciudadano por México no ven el futuro con resignación, ni están dispuestos a renunciar a su responsabilidad de participar en la construcción de alternativas para el país.
Parten de tres premisas básicas: ni la corrupción es cultural, ni la desigualdad es natural, ni la violencia es inevitable.
Desde que, hace varios años, en el seno de Movimiento Ciudadano (y aun antes, desde que estábamos constituidos en Convergencia), se concibió la necesidad de un cambio con rumbo, asumimos también que la responsabilidad del gobierno no es, no debe ser, administrar la crisis. En consecuencia, el Frente Ciudadano por México no apuesta por un cambio de partido en el poder ni de personas en los cargos, quienes lo integran participan unidos por causas y con el propósito de construir un nuevo régimen.
Hay prioridades definidas: erradicar la impunidad, crear condiciones para que a los honestos les vaya bien, a los corruptos mal y para que todos tengamos una vida digna y con plena seguridad jurídica, personal y patrimonial.
El agotamiento institucional que vive México es producto de un sistema disfuncional que ha alentado el quebranto del Estado de derecho, la impunidad, la corrupción y los privilegios de unos cuantos a costa de la exclusión de las mayorías. Anclado a un pasado autoritario, el régimen actual excluye a los ciudadanos y a sus agendas de la toma de decisiones. De este modo, las acciones de gobierno provocan diversas y reiteradas crisis: sociales, políticas, de legitimidad, económicas, de seguridad, pero sobre todo una gran crisis moral.
Incapaz de resolver los profundos problemas del país, el actual régimen se empeña en hacer que prevalezca el sistema sólo para perpetuar los intereses y privilegios de las élites.
Los males
Es necesario puntualizar los males que aquejan al país:
- Inseguridad y violencia generalizadas.
- Incompetencia del gobierno federal para reducir y castigar el crimen, erradicar la impunidad, defender con efectividad nuestra soberanía, instaurar un federalismo eficiente y competitivo y establecer políticas públicas que detonen el progreso en México.
- Excesos y privilegios para las élites, mal uso de los recursos de la nación y una cultura cívica basada en acuerdos al margen de la ley.
- La imposibilidad de construir una agenda pública con respaldo democrático debido a las diferencias ideológicas, a la mezquindad y a un manejo perverso de los recursos públicos para comprar voluntades.
- Gobiernos minoritarios, sin legitimidad, electos por bajos porcentajes de votación, tanto por la ínfima participación de los ciudadanos en los procesos electorales, como por la falta de criterios que promuevan la conformación de mayorías representativas y con mayor legitimidad.
Nuevas reglas de convivencia
El nuevo sistema político no se construirá en función de partidos o candidatos, sino a partir de un proyecto de país que establezca nuevas reglas de convivencia social, instituciones para hacerlas valer y mecanismos con facultades que aseguren las condiciones para lograrlo.
Hemos de reiterar, en este sentido, que el Frente Ciudadano por México impulsará la construcción del nuevo régimen con cinco ejes rectores:
- Poner a las personas en el centro de la vida pública.
- Gobernanza ciudadana.
- Estimular la movilidad social y la libertad personal para el pleno desarrollo de la persona.
- Revisar e innovar el combate a la desigualdad.
- Desarrollo humano y crecimiento con equidad.
En síntesis, los propósitos específicos que promueve el Frente Ciudadano por México son:
- La conformación y consolidación de un nuevo régimen cuya base sea el empoderamiento ciudadano. Uno en donde la participación ciudadana, el ejercicio pleno de las libertades, el debate público, la transparencia, los sistemas de pesos y contrapesos, la rendición de cuentas y la vigencia de un estado de derecho incidan en todos los niveles, procesos y decisiones de gobierno.
- Un sistema político con mecanismos que alienten el buen desempeño, sancionen la falta de resultados y garanticen la gobernabilidad democrática en el país.
- Un sistema económico incluyente que combata la desigualdad, genere oportunidades para todos y distribuya con justicia los beneficios del crecimiento.
- Un gobierno de coalición guiado por principios que deberán ser incluidos en un Plan Nacional de Desarrollo, sujeto obligadamente a la ratificación del Poder Legislativo.
Gobierno de coalición
- Ratificado por el Poder Legislativo, el gobierno de coalición sujetará sus acciones a los siguientes principios:
Alinear el conjunto de las acciones de gobierno hacia un fin último y superior: el derecho de todas y todos los mexicanos a conquistar la felicidad. - Un nuevo sistema de pesos y contrapesos, transparencia y rendición de cuentas, que permita un esquema de fiscalización en el que los ciudadanos sean los actores principales en el combate a la corrupción y la impunidad para romper con el abuso de poder en el país.
- Dignificar a las instituciones y al servicio público, garantizando su estricto apego a principios de austeridad y honestidad.
- Impulsar un modelo de desarrollo en el que el Estado sea promotor activo del crecimiento económico con equidad: impulsando la economía colaborativa y solidaria, creando un ingreso mínimo, suficiente y universal para el trabajador y relanzando los factores de producción nacional, con una lógica de libre comercio e integración plena al mundo.
- Transitar a una sociedad de derechos en la que se incentive la movilidad social, se respete la dignidad humana y la libertad personal para el pleno desarrollo de las personas.
- Construir instituciones policiacas de procuración y administración de justicia honestas, confiables y eficaces que pongan fin al caos y al desorden en materia de seguridad.
- Garantizar el respeto y la preservación de los recursos naturales.
- Establecer la democracia interna y asegurar la representatividad ciudadana en los partidos políticos para que actúen con responsabilidad y asuman el rol de facilitadores, de instrumentos para que los ciudadanos construyan, promuevan y guíen el cambio de régimen que necesita el país.
El gobierno de coalición deberá garantizar:
- Que se incluyan y respeten las agendas de todos en un gobierno de coalición del Ejecutivo Federal al amparo del artículo 89 Constitucional, con mayores controles democráticos por parte del Legislativo para que se den los pasos correctos y necesarios en la construcción de un nuevo régimen.
- La formación de un gabinete plural integrado con criterios de paridad de género, estableciendo la obligatoriedad legal de la ratificación de sus integrantes por ambas Cámaras, una vez instalada la nueva Legislatura. Esto generará una dinámica de corresponsabilidad, incentivando que los secretarios de Estado ratificados por consenso de los legisladores posean el perfil adecuado para ejercer el cargo.
- Que el Secretario de Gobernación sea propuesto por fuerzas políticas distintas a la del presidente de la República, para que pueda garantizar la pluralidad indispensable para la puesta en marcha del nuevo régimen y asumir la función de líder de gabinete.
- Fortalecer al Congreso de la Unión frente a sus nuevas responsabilidades.
- Que la vigencia de los órganos de gobierno de las Cámaras de Diputados y Senadores dure una legislatura completa y no un año, como ocurre actualmente.
- Fortalecer el pacto federal e impulsar un nuevo andamiaje democrático, local y municipalista, con una actitud de respeto y colaboración con los gobiernos estatales y municipales.
- Impulsar una reforma a la Fiscalía General de la República y a las estatales para que la administración y la procuración de justicia sean independientes de los intereses partidistas y de grupo.
- Desmantelar el régimen que tiene a México atado a un modelo desgastado e inoperante, y construir otro que le asegure un futuro de grandeza e igualdad de oportunidades.
El cambio de sistema político debe empezar por definir claramente las causas y los propósitos que sustentarán el nuevo proyecto de país, con el fin de lograr que los partidos políticos sean lo que siempre debieron ser: vehículos para que la ciudadanía gobierne. En el pasado reciente tuvimos la oportunidad de cambio en nuestras manos y la dejamos ir. Hoy nos vuelve a atenazar un presidencialismo perverso que ha fortalecido un sistema de desigualdades, ilegalidad y violencia.
México y el siglo XXI
México se dirige rápidamente hacia la segunda década del siglo XXI. Lo hace a duras penas, con graves rezagos sociales; con reformas “estructurales” diseñadas para quienes van adelante, no para quienes se han quedado atrás.
Desigualdad, inequidad y pobreza continúan en la agenda de pendientes del régimen que nos dejó la Revolución Mexicana.
Una revolución que se bañó en sangre durante décadas después del estallido de 1910, la mayoría de cuyos actores fueron asesinados (ya desde entonces) debido a violentas luchas por el poder.
Una revolución parchada y remendada a modo por la mayoría de los hombres que llegaron a la cúspide del poder: la Presidencia de la República, con excepciones honrosas como la de Lázaro Cárdenas del Río.
Una revolución que heredó a los mexicanos un partido político hegemónico que nunca fue un auténtico partido y, al día de hoy, ni revolucionario ni institucional.
Grandes proyectos aeroportuarios, enormes puertos marítimos, rápidas autopistas… Todas ellas obras colosales para los mexicanos que van adelante. No para el otro México: el que va a pie; el que asoma colmado de necesidades en los mítines electorales, o el que se arremolina y extiende los brazos hacia el transporte presidencial en cada desastre, en cada inundación, en cada terremoto.
La obra Claves para el siglo XXI (Ediciones UNESCO, 2002) compendia ensayos de brillantes pensadores sobre el futuro de la humanidad.
En la introducción, Jérôme Bindé, sociólogo francés, directivo de la UNESCO y miembro del Club de Roma, afirma que es hora de que la humanidad empiece a construir futuro. Pero prepararse para el futuro, advierte, exige una ética de la discusión y una ética del poder, porque prevenir el futuro no se puede disociar de la ética.
Recuerda el catedrático francés la misión que los fundadores de la UNESCO (1945) le encomendaron a la sociedad original de naciones :
“Contribuir a la paz y la seguridad promoviendo la colaboración de las naciones por medio de la educación, la ciencia y la cultura, con el fin de fomentar el respeto universal por la justicia, por el papel de la ley y por los derechos humanos y libertades fundamentales que se declaran en la Carta de las Naciones Unidas para los pueblos del mundo, sin distinción de raza, sexo, lengua o religión”.
Reflexiona Jérôme Bindé:
“La tarea es fundamentalmente política. Implica, por consiguiente, (parafrasea a Max Weber) el arte de gestionar y estructurar el tiempo, de modo que el futuro y la responsabilidad hacia el futuro, se conviertan en verdadera preocupación para los políticos. Durante siglos, la política se ha vinculado estrechamente con la ciencia y los avances más osados del conocimiento, que debían serle útiles por lo que se refiere a su responsabilidad con respecto al futuro. Pero la política, como la ciencia, está también involucrada en el juego del poder y hace, incluso más que la ciencia, causa común con el prejuicio, la ignorancia, el cálculo ciego e interesado y el egoísmo indiferente”.
A la luz de estas reflexiones, es evidente la necesidad de que el cambio que se avizora incluya también al sistema político. Lo cual implica, asimismo, que la cultura política del mexicano crezca y se consolide a mayor velocidad y, con ello, su calidad ciudadana.
¿Están México y su régimen actual preparados para enfrentar los retos de la tercera década del siglo XXI? No, definitivamente. Por eso hay que cambiarlo.
Ya no más inercias nocivas para el desarrollo del país.
Ya no más gobernantes corruptos e impunes.
Ya no más inseguridad e ineficacia contra el narcotráfico y las bandas criminales.
Ya no más cuatismo ni prebendas en la selección de funcionarios públicos.