Internacional
Viaje a la Tierra de los Zares

Redacción El Ciudadano

Los rusos consideran que su cultura encabeza el mundo occidental, pero no se sienten parte de la dinámica europea

Este año se cumplen 870 años de la fundación de la ciudad de Moscú. Asimismo, en el aniversario de los 100 años del triunfo de la Revolución Bolchevique en este país, decidimos visitar sus dos principales ciudades: Moscú, capital política de la actual Federación Rusa y San Petersburgo, antes Leningrado y antigua capital del imperio.

Rusia pasa por una transición histórica difícil de entender y explicar. Su situación actual se define entre un pasado histórico glorioso, una nostalgia soviética y una modernidad que le exige estar a la vanguardia del siglo XXI. Esta evolución se siente en sus ciudades, en sus calles y en su gente. Debido a su enorme extensión territorial tiene una población multicultural y multiétnica que dificulta su homogeneidad, por lo que parte de su población tiene características asiáticas y otra parte, europeas. De su delimitación geográfica y sus características demográficas surge una extraña particularidad: los rusos consideran que su cultura encabeza el mundo occidental, pero no se sienten parte de la dinámica europea.

El primer problema al que nos enfrentamos en este viaje fue el trámite para obtener la visa. Aunque Rusia ya fue sede de las Olimpiadas de Invierno 2014, en la ciudad de Sochi, y la Copa Confederaciones 2017, el país no ha facilitado medidas que promuevan el turismo. En nuestro caso no contactamos a ninguna agencia de viajes y decidimos hacer el trámite directamente con el consulado de la Federación Rusa en México. Nuestro Hotel en Moscú nos envió el voucher turístico (permiso oficial firmado por la administración del hotel y las autoridades locales), el cual se imprime y se entrega a la embajada. La visa sólo es válida por los días de visita en Rusia. El proceso del visado tardó dos meses. Para llegar a Rusia tuvimos que hacer una breve escala en Londres y posteriormente realizar un vuelo de más de cuatro horas a Moscú.

Al llegar al aeropuerto de Moscú nos percatamos de la seguridad extrema del lugar. Además de la aduana y los controles de seguridad especiales que se llevan a cabo en otros países, en este aeropuerto existen hasta cuatro controles migratorios. La seguridad nacional es una prioridad para el actual gobierno, por lo que hay una estricta vigilancia policial y militar.

Desde nuestra llegada a Moscú la comunicación tuvo que ser en ruso, eso de que el inglés es el “idioma universal” es una falacia en ese lado del mundo. Pocas personas hablan inglés y los rusos no se esfuerzan por hablar o comprender otro idioma que no sea el suyo. En varias ocasiones los policías y los comerciantes se mostraron molestos si se les hablaba en otro idioma. En nuestro hotel moscovita sólo una de las cinco personas de la recepción del Holiday Inn hablaba inglés.

txrusia02Aunque Rusia tiene muchas ciudades que podrían considerarse turísticas, el país en general no está acostumbrado a recibir extranjeros. El aislamiento soviético del mundo occidental provocó que los rusos tuvieran un profundo sentimiento nacionalista, combinado con una cultura milenaria que es motivo de orgullo. En el pasado, Rusia sufrió derrotas militares, pero es de las pocas naciones que nunca fue conquistada. En la memoria colectiva siguen presentes aquellas victorias frente a las fuerzas otomanas, napoleónicas y nazis que buscaron ocupar las tierras de los zares y fueron derrotadas por el clima, la extensión territorial y, desde luego, la tenacidad de su gente.

Este blindaje natural también dificulta la entrada de tendencias y expresiones culturales extranjeras. Durante nuestra estancia en Moscú y San Petersburgo no observamos grupos urbanos, como sucede en otras ciudades europeas cosmopolitas. En general la población rusa es introvertida y reservada, viste de forma conservadora y disfruta la buena comida, la música, la literatura y las flores. En Rusia se acostumbra regalar flores, por lo que en casi cada calle existe una tienda dedica exclusivamente a los arreglos florales, incluso existen comercios que venden arreglos las 24 horas. Tanto las personas mayores como los jóvenes utilizan vestidos, faldas, pantalones y chamaras con adornos y estampados floreados.

Afortunadamente, la ciudad de Moscú nos recibió con un clima cálido que en las tardes podía llegar hasta los 24 grados. Como en otras ciudades septentrionales, los días de verano son largos: el sol sale a las 4 am y oscurece hasta las 23 horas.

La no intervención militar de fuerzas extranjeras en Moscú permitió que la ciudad preservara intactas sus edificaciones medievales, así como gran parte de su patrimonio histórico. Resulta increíble pensar que obras de los siglos X y XI se mantengan en tan buen estado en la Galería Tetryakov, ubicada al sur de la ciudad. Esta galería es el principal depositario de las bellas artes rusas y contiene obras de pintores famosos como Andréi Rubliov e Iván Aivazovski. El territorio de Rusia es heredero del arte del antiguo imperio bizantino, por lo que muchas de sus edificaciones arquitectónicas son consideradas como neobizantinas. Este estilo adorna y da vida a muchos espacios de la ciudad. En San Basilio y las iglesias del Kremlin aún sobreviven las obras y frescos originales.

La nostalgia del mundo soviético prevalece en las ciudades. El fin de la Guerra Fría y la caída del socialismo real derribaron las estatuas de Lenin y Stalin, pero los motivos soviéticos aparecen en cualquier esquina de Moscú. Ahí sigue el monumento a Marx, enfrente del histórico Teatro Bolshoi; el mausoleo y la momia de Lenin continúan intactos en el centro de la magnánima Plaza Roja, sede de los desfiles militares anuales del día de la Victoria en la Segunda Guerra Mundial. Las estaciones Partisankaya y Plaza de la Revolución mantienen las estatuas del proletariado combativo, mientras que en algunas ventanas y balcones aún se pueden observar las banderas rojas con la hoz y el martillo. El conflicto bipolar dejó una “cultura soviética” difícil de olvidar.

La organización soviética legó a la sociedad rusa una gran cultura cívica. Los ciudadanos se sienten responsables de su ciudad y de los espacios públicos. Durante nuestro viaje nos sorprendió que Moscú y San Petersburgo son excesivamente limpias y ordenadas, los servicios públicos son eficientes y el servicio de transporte es tan distinguido como en Londres. En Moscú y San Petersburgo existe toda una red de transporte público que permite que cada punto de ambas ciudades se encuentre conectado. Los camiones y tranvías pasan puntualmente a la hora que se indica en las paradas y los puentes públicos tienen elevadores.

El metro de la ciudad de Moscú es espectacular; las estaciones del centro son auténticos palacios con candeleros y decoraciones imperialistas. Es increíble pensar que el metro de Moscú haya sido inaugurado en 1935 y siga siendo funcional a las exigencias de movilidad del siglo XXI. El sistema del metro en Moscú se compone de 12 líneas que atraviesan la ciudad de norte a sur y de este a oeste. Sin lugar a dudas, es una maravilla de la ingeniería en la que se conjuga la arquitectura clásica y la tecnología de nuestro tiempo.

Es evidente que el nivel de vida de la población rusa aumentó en la última década. En las calles de Moscú y San Petersburgo se llegan a observar coches de lujo y prestigiadas tiendas de ropa como Prada y Louis Vuitton, sin embargo, la desigualdad no es tan evidente como en México. La población que vive en los oblasts, alejada del centro de Moscú, tiene una vida modesta y no se aprecian zonas de gran marginación y pobreza; en las calles no hay personas mendigando y el comercio informal es poco frecuente.

El rublo está muy devaluado frente al dólar y el euro, y la cotización con respecto a nuestra moneda es de 3 rublos por cada peso mexicano. Sin embargo, esto no quiere decir que la vida sea barata: un boleto del metro cuesta 30 rublos (10 pesos); un boleto de camión, 50 rublos (16 pesos); una botella de agua de 300 mililitros, 110 rublos (33 pesos) y un servicio de taxi cuesta entre 1500 y 3000 rublos, los más económicos.

La apertura capitalista provocó la entrada de marcas internacionales. Hoy se pueden observar comercios como McDonald’s, Burger King y Starbucks. En el centro de la Plaza Roja prevalece el imponente edifico de Galerías Gum, un conjunto arquitectónico importante por su valor histórico y comercial. Fue construido en el siglo XIX e inaugurado con el último zar, Nicolás II; hoy alberga las tiendas más prestigiadas de moda. Paradójicamente, este símbolo de la vida comercial de la Rusia moderna se encuentra enfrente del mausoleo de Lenin y del Kremlin.

Tuvimos la oportunidad de visitar el interior del Kremlin, lugar que genera mucha confusión para la mayoría de los extranjeros y visitantes. En realidad, en todo el territorio ruso existen otros “kremlins” o ciudades amuralladas que en la época medieval protegían al gobernante y a la nobleza. La palabra se deriva de krepost, que traducido al español significa fortaleza. El Kremlin de la Plaza Roja es un lugar amplio que en el pasado fue el hogar de los zares y hoy es la actual residencia del presidente de la Federación de Rusia. Dentro de las murallas rojas del Kremlin se encuentran otros edificios significativos como las catedrales de la Dormición, lugar de coronación de los zares, y la Catedral de la Anunciación, con sus majestuosas cúpulas doradas. Destaca la Catedral del Arcángel Miguel, en donde se encuentran los restos de los primeros zares, incluyendo el de Iván IV, “el terrible”, y su descendencia.

entro de la Plaza del Kremlin también se encuentra el Palacio del Senado, que incluye la Oficina Presidencial, así como el Museo de la Armería, de estilo neorenacentista, que contiene los objetos más fastuosos de la dinastía Romanov: desde los carruajes de Catalina la Grande hasta los platos, pinturas, armas, joyas y coronas que utilizaron cada uno de los zares. Otros monumentos que llaman la atención son el campanario de Iván “el Grande” y el gigantesco cañón del zar. El acceso al Kremlin por los jardines de Alejandro es de máxima seguridad y la revisión es exhaustiva. Recorrer el Kremlin es como estar en otra ciudad dentro de Moscú, por lo que nos llevó todo un día realizar esta visita.

En el norte de la ciudad se encuentra escondido el Kremlin de Izmailovo, que hoy en día es un mercado popular público con edificios de vistosos colores que evocan el estilo neobizantino. Los festivales y ferias de la ciudad se llevan a cabo en este lugar. Dentro de él encontramos el museo del vodka y el del juguete, además de cualquier cantidad de souvenirs a bajo costo, como tazas, llaveros, gorras, bufandas y, desde luego, las famosas “matrioshkas”, que por lo general vienen en pares.

Rusia se muestra como un país moderno de vanguardia científico tecnológica. Tuvimos la oportunidad de visitar el Museo Espacial o de la Cosmonáutica, en el norte de la ciudad, debajo del Monumento a los Conquistadores del Espacio. A la entrada se encuentra una estatua gigantesca de Yuri Gagarin, primer cosmonauta en el espacio, rodeado de los primeros satélites artificiales y sondas enviadas al espacio. Aparecen los modelos del Sputnik, los módulos Vostok. Es impresionante ver que dentro del museo se encuentra una réplica del transbordador espacial, así como el módulo de la nave Saiuz (unión) y de la mítica estación MIR.

El público puede ver los uniformes, la comida y los utensilios de los cosmonautas, y es posible tomarse fotos en un centro de mando espacial. La exposición permanente busca demostrar la grandeza soviética y los triunfos de la URSS en la carrera espacial. En general, los museos en Moscú y San Petersburgo contribuyen a demostrar la grandeza nacional; por ejemplo, el Museo de 1812 está dedicado exclusivamente a exaltar la victoria del zar Alejandro I sobre las tropas napoleónicas.

La distancia entre Moscú y San Petersburgo es de 712 km. En el pasado, para trasladarse de una ciudad a otra era necesario tomar el tren nocturno “Flecha Roja”, que hasta la fecha sigue funcionando y tarda más de ocho horas en llegar a su destino. Nosotros decidimos tomar el tren bala “Sapsan” o “halcón peregrino” que fue inaugurado hace ocho años y conecta con las dos principales ciudades rusas, haciendo cuatro paradas durante el trayecto.Su velocidad promedio es de 350 km/h y la duración del recorrido es de cuatro horas; sale de la tradicional estación de trenes de Leningradiski, que se modernizó para ofrecer este servicio, y los asientos, el servicio y la comodidad son similares a los de un avión.

San Petersburgo, antes Leningrado, es una ciudad cuya población y servicios están más preparados para recibir a los turistas. La ciudad fue la capital del imperio durante dos siglos y también fue el corazón del primer triunfo de la Revolución Bolchevique. En algún momento también se llamó Petrogrado.

La ciudad nos recibió con una ligera llovizna que duró pocas horas. Al ser una ciudad portuaria, su clima es más húmedo y frío. El río Neva configura los espacios de la gran ciudad imperial, en la que destacan hermosos puentes y canales. San Petersburgo es considerada por muchos como “la Venecia del báltico”, cuya arquitectura hace perfecta armonía con los riachuelos que provienen del mar. Durante el invierno el río Neva se congela para formar un gigantesco canal de hielo en el que la gente juega y realiza deportes característicos de la época.

La avenida Nevski es la principal de la ciudad, con una extensión de 4 km. El hotel en el que nos alojamos se encuentra en el centro de la ciudad, a cinco minutos del Museo Hermitage. Este lugar es considerado como uno de los más grandes museos de antigüedades en el mundo y se integra por un conjunto de cinco edificios, entre los que destaca el Palacio de Invierno o residencia oficial de los zares. Durante la época imperial, este Palacio verde y blanco de estilo barroco isabelino se convirtió en símbolo del absolutismo y el despotismo ilustrado europeo.

Durante la Segunda Guerra Mundial la ciudad fue asediada y algunas zonas cayeron en manos de los nazis, por lo que gran parte de sus edificios fueron reconstruidos; sin embargo, el gobierno se ha esforzado por preservar la apariencia original del San Petersburgo imperial, por lo que es posible disfrutar de la arquitectura y monumentos originales.

Al igual que en el caso de Moscú, cada esquina de la ciudad de San Petersburgo guarda una historia especial. Por ejemplo, la Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada es una maravilla arquitectónica que fue construida porque en ese lugar asesinaron al zar Alejandro II en un ataque terrorista en 1881. La mejor forma de conocer la ciudad es realizando un paseo en barco por el río Neva, ya que es posible apreciar otros edificios como la fortaleza de Pedro y Pablo, lugar en donde descansan los restos del fundador de la ciudad, Pedro “el Grande”.

En San Petersburgo tuvimos la oportunidad de comer en un restaurante de comida rusa clásica llamado Katyusha. El lugar estaba adornado con flores y sus paredes eran de color rosa pastel. Comimos sopas rassolnik y borsh, ambas de carne de res, y un plato pelmeni, parecido a los ravioles; de postre un medovik, pastel de miel, y helados de sabores, frecuentes en verano.

Durante nuestra estancia en la ciudad báltica visitamos Peterhof, conocido en ruso como “Petrodvorets” o “Palacio de Verano”, lugar de estatuas de oro, cascadas artificiales y fuentes, considerado Patrimonio de la Humanidad. Peterhof es sin duda un lugar mágico, fue utilizado por los zares para disfrutar de las costas del báltico en verano y sus jardines se encuentran a la altura de otros palacios imperiales como Versalles, en Francia, y Schönbrunn, en Austria. Es posible llegar a Peterhof tanto por la vía terrestre como por la marítima, nosotros decidimos llegar en taxi y regresar en barco a San Petersburgo. Esta última vía es la más rápida y en nuestro trayecto de regreso pudimos apreciar el potencial naval militar conformado por grandes barcos y hasta un submarino que protege las costas.

La salida de Rusia fue tan o más tardada que nuestra llegada, ya que tuvimos que pasar por los mismos controles de seguridad en el aeropuerto. Nuestra visita al país territorialmente más grande del mundo resultó ser un viaje enriquecedor que nos brindó una perspectiva diferente de la antigua tierra de los zares.