Los momentos más poderosos en el escenario se dan al enfrentar la pérdida de una presencia, de una idea, de un pasado, de una seguridad que no vuelve
Cuando el acecho de la muerte irrumpe con todo su poder, la rutina de la vida cotidiana se frena de pronto, haciéndose evidente ante nuestros ojos justamente por haber sido detenida. Pero cuando esa amenaza mortal llega a cuenta gotas sucede algo que es todavía más difícil de aceptar, hasta que se experimenta: la muerte, su aproximación constante y visible, puede convertirse también en rutina.
Esta paradoja, el enorme caos que produce y del que absolutamente nadie puede escapar, es representada en la relación de un hijo con su padre moribundo en El apego, una puesta en escena del autor y director argentino Emiliano Dionisi, presentada por la Dirección de Teatro de la UNAM en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón.
Además de tratarse de un tema con el cualquiera puede identificarse, el poder de esta obra, como sucede con el buen teatro, es la forma en que se representa. Tres personajes, tres voces, las de los actores Guillermo Revilla, Miguel Pérez Enciso y Alejandro Piedras, van mostrando distintas facetas de una misma consciencia que a ratos coincide en armonía y en otros lucha, abatiéndose entre sí.
Estos personajes que surgen de una etapa de confusión, de cansancio, de dolor y, sobre todo, de incertidumbre, nos representan a todos. En un cambio de roles en el que un padre se convierte en hijo de su propio hijo, los momentos más poderosos en el escenario se dan al enfrentar la pérdida de una presencia, de una idea, de un pasado, de una seguridad que no vuelve; enfrentarla con la mente, con el cuerpo, con cada uno de los objetos que hay que guardar en cajas.
Lo que queda después de ese enfrentamiento es la ausencia, esa realidad cruda que se ha ido asomando, pero que no logramos anticipar por completo hasta que se adueña de la habitación. Esa incertidumbre que nos va mostrando sólo fragmentos de un final, que pone el mundo de cabeza y que se adueña de todas la relaciones circundantes: la relación con la cuidadora, con la pareja, con los hermanos; es justamente la que El apego nos muestra, llenando el vacío con múltiples voces.