L 107 años del comienzo de la Revolución Mexicana, iniciada el 20 de noviembre de 1910, ha pasado a ser un hecho, si no ignorado totalmente, por lo menos olvidado como lucha social que costó la vida de un millón de mexicanos. El proceso histórico de México a lo largo de más de un siglo ha sido distorsionado por los regímenes gubernamentales que lo han sucedido. Una breve mirada no exhaustiva nos lleva a considerar que los principios, logros y metas se han distorsionado en el curso del tiempo debido principalmente, en mi opinión, a dos acontecimientos: los intereses políticos y económicos internos y la inserción en la globalización negativa de los regímenes de gobiernos acuciados por la modernización. Estas dos etapas explican, aunque no justifican, el abandono de las causas primordiales de la cruenta disputa de aquel radiante amanecer del siglo, en el cual México vio la esperanza de una vida mejor y un horizonte henchido de promesas.
El sumario posrevolucionario, al margen de la sangre derramada, aun la de algunos de sus líderes –Madero, Carranza, Obregón, etcétera–, fue un hecho inacabado debido a la disputa de las facciones por el poder. Los asesinatos del presidente Francisco Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez fueron el detonante para la incipiente vida de la democracia por la cual luchó fervorosamente el impulsor del movimiento. La ambición de poder se desató de forma huracanada. A la desaprobación carrancista, quien alzó la bandera del restablecimiento de la Constitución de 1957 y formó el Ejército Constitucionalista para combatir la dictadura del usurpador Victoriano Huerta, sobrevino la adhesión de aquellos que habían creído en el cambio profundo prometido.
Una vez alcanzado el derrocamiento de la breve dictadura huertista, los hombres de la Revolución se dispersaron. Sólo un intento importante, como fue el de la Convención de Aguascalientes, trató de unificar a los líderes de las diferentes facciones. Sin embargo falló estrepitosamente y una vez más se esparcieron. El atentado al presidente Carranza, ocurrido en Tlaxcalantongo, Puebla, el 21 de mayo de 1920, marcó un periodo de regímenes caudillistas que finalizaron con la muerte de Álvaro Obregón, quien se había reelecto presidente al haber sido abolido el principio de la no reelección, y le sucedió el llamado Maximato ejercido por Plutarco Elías Calles, quien designó los presidentes en turno hasta que uno de ellos, Lázaro Cárdenas, se rebeló a la imposición y extraditó a Estados Unidos al llamado Jefe Máximo.
Cárdenas fue la figura más trascendente de los anhelos originarios de la Revolución Mexicana. Dio paso a la reforma agraria, atendió las demandas de los trabajadores, expropió el petróleo que se encontraba en manos de las empresas extranjeras y otorgó el derecho de asilo a los españoles durante la Guerra Civil en aquella nación, entre otras muchas acciones que cumplieron con las promesas revolucionarias y las vanguardistas reformas plasmadas en la Constitución de 1917, el principal fruto de aquella gesta. Los gobiernos que lo sucedieron convirtieron a la lucha armada en un lugar común de los discursos políticos. La Revolución se hizo perorata. Al advenimiento de los civiles al poder presidencial inició el derrumbe. En el periodo del presidente Miguel Alemán Valdés, política y negocios privados torcieron la ruta revolucionaria y encumbraron regímenes que privilegiaron intereses empresariales nativos y extranjeros, salvo algunas excepciones, dejando de lado los beneficios para las clases sociales más necesitadas y vulnerables. La Revolución, dijo el Gral. Alfonso Corona del Rosal, presidente del PRI, se “bajó del caballo”, y tenía razón porque ahora se movía en automóviles Cadillac. Mientras que el historiador Enrique Flores Cano señala que en este periodo “la corrupción invadió la vida de la sociedad civil”.
Una vez concluido el tramo retórico, devino la instalación de los regímenes globalizadores inaugurados por Miguel de la Madrid y especialmente por Carlos Salinas de Gortari. Fue la entrega formal de la independencia y la soberanía nacional, por agruparla sólo en estos dos conceptos básicos. Otros fenómenos como el narcotráfico y el crimen organizado, el secuestro y la extorsión -que, según Francisco Jiménez Cruz, autor de Los Juniors del Poder, el primero de ellos se instruyó en el gobierno de Miguel Alemán Valdés– crecieron al requerimiento de atender la “modernización” de México y olvidar los inconvenientes internos. Los sucesores –incluyendo dos sexenios panistas– siguieron la ruta trazada y ahondaron la complicación al sacar a las fuerzas armadas de sus cuarteles para tareas policiacas acontecidas en una guerra soslayada que ha poblado el territorio nacional de miles de muertes, desaparecidos y torturas sistemáticas del Estado mexicano, como lo afirman altos organismos internacionales (la ONU, entre ellos).
Sometidos a las decisiones de las oscuras fuerzas externas, que toman las decisiones torales para regir el mundo en las mesas de consejo de los grandes consorcios capitalistas nacionales y extranjeros, que para el caso es lo mismo, México se encuentra en una encrucijada. Por ello es urgente la toma de decisiones, como aquellas que nos enseña la historia, gran maestra cuando es guía de vida y no simple aparato pedagógico. El filósofo Stéphan Hessel, autor de ¡Indígnate!, señala que ante tal situación las razones para indignarse pueden parecer hoy menos nítidas, o el mundo demasiado complejo, pero siguen allí, en la dictadura de los mercados, en el trato a inmigrantes y a las minorías étnicas. Ante nuestra Revolución fallida, es una obligación solidaria, como exige Movimiento Ciudadano, un cambio de régimen para alcanzar una nueva revolución que otorgue a México un lugar digno y decoroso entre las democracias del mundo.
20 de noviembre de 1917. Los mexicanos podemos preguntarnos: ¿Hay algo que festejar? Solamente un enterramiento en el cementerio de nuestra historia.