El jueves 21 de noviembre de 1968, en la Facultad de Medicina, cuatro meses después de iniciado el movimiento estudiantil que sacudió a la sociedad mexicana, los líderes universitarios (que aún quedaban libres o vivos) del Consejo Nacional de Huelga (CNH) acordaron por unanimidad regresar a clases. Casi dos semanas después, el 4 de diciembre, en un mitin efectuado en la explanada de la Unidad Profesional Zacatenco del Instituto Politécnico Nacional (IPN), se formalizó poner punto final a la huelga estudiantil que duró 130 días.
El movimiento estudiantil de 1968 tuvo una alta cuota de muertos, heridos y desaparecidos; fue mayúsculo el descrédito de un gobierno represor y autoritario, que usó su poder para ordenar (una vez más) la insólita intervención del ejército para reprimir estudiantes, en esta ocasión con tanquetas, metralletas y bazucas.
Pero la consigna “¡Dos de octubre no se olvida!” debe ir más allá, mucho más allá, de la frase producida por la indignación estudiantil. Porque otro de los motivos del gobierno pudo ser el dado a conocer en una reunión privada del CNH, efectuada el sábado 23 de noviembre de 1968, expuesta en la amplia crónica que publica El Ciudadano en las páginas centrales de esta edición: “Los representantes presidenciales (en las pláticas que finalmente resultaron distractoras) habían insinuado al CNH que el gobierno tenía el propósito de clausurar la Universidad, el Politécnico y la Normal”.
¿A eso obedecieron las intervenciones militares previas en las universidades de Sonora, Michoacán y Puebla? ¿De ahí la violenta represión a los movimientos de ferrocarrileros, médicos y maestros, anteriores a 1968? ¿Por eso la insistencia en reducir el poder con que el Estado debe auspiciar el desarrollo de la política educativa nacional? ¿Por eso se ha sembrado incertidumbre en el futuro de la carrera magisterial? ¿A eso se debe la vieja y tozuda presencia de porros en los centros de enseñanza superior, puestos en nóminas oficiales para sofocar toda conducta crítica y disidente?
Durante los cuatro meses del movimiento estudiantil no faltaron voces del coro oficialista que exigieron “despolitizar” la enseñanza superior. En otras palabras, castrar a la educación para producir una masa impedida para pensar y decidir, dócil y obediente a los designios de los gobiernos en turno, hoy tan proclives a ejercer el poder a sus anchas, sin contrapesos.
Esa aviesa intención es un virus del autoritarismo que no ha podido ser liquidado. Hagamos de la libertad de enseñanza el debate autónomo de las ideas, y de la ética, la creación de políticas públicas de excelencia.
La acción legislativa de Movimiento Ciudadano forma parte activa del cambio. Así lo señaló Dante Delgado, coordinador nacional de Movimiento Ciudadano y de la bancada senatorial en el Senado, el 1° de septiembre pasado: “México ya decidió… y decidió por un cambio… Aquí están nuestros votos si realmente quieren hacer realidad el cambio por el que se decidieron los ciudadanos. Aquí están nuestros votos si realmente quieren cumplirle a los mexicanos…”