Sídney es una de las ciudades más cosmopolitas, turísticas, costosas y con mejores estándares de calidad de vida en el mundo
PP Sherman, calle Wallaby, 42, Sídney, es probablemente la dirección más famosa de la ciudad más grande y poblada de Australia. Es el destino al que Dory y Marlín deben llegar a como dé lugar para encontrar a Nemo y poder salvarlo de Darla, “la mata peces”. Se sabe que los peces payaso no suelen alejarse por mucho tiempo de su anémona, el hogar que los protege porque, además (un dato que muchos ignoran) las anémonas son grandes depredadores, sólo que los payaso son inmunes al veneno acumulado en sus tentáculos. Para algunos peces, como Marlín, el padre de Nemo, sólo un motivo de vida o muerte puede hacerlos cruzar el gran arrecife de coral hasta llegar a Sídney; para otros, como el pez cirujano Dory, es suficiente con querer ayudar al necesitado y tener pérdida de memoria a corto plazo; y para algunos mexicanos, como yo, basta con saber que está “al otro lado del mundo” y que además hay cruceros que pueden llevarte a las islas “exóticas” de Nueva Caledonia. La idea de estar del otro lado de los vacacionistas que llaman “exótico” a lo que comemos o lo que vestimos en mi país fue bastante atractiva.
Después de un viaje de 20 horas interrumpido por demoras en los aeropuertos y una escala en Los Ángeles, lo primero que tuve que hacer al llegar a Sídney fue formarme una hora en la fila de migración por haber declarado traer “comida peligrosa”: unas barras de granola que contenían nada menos que mortíferas nueces. Con los tobillos del tamaño de las patas de un elefante, esperé durante largos minutos hasta que un perro policía dio su aprobación a mi equipaje con un lengüetazo. Después de la señal secreta pude por fin salir a las calles de una de las ciudades más cosmopolitas, turísticas, costosas y con mejores estándares de calidad de vida en el mundo.
Darling, Darlinghurst
El primer barrio donde el costo del hotel no sobrepasaba mi presupuesto (Sídney es también una de las cinco ciudades más caras del mundo) es asimismo uno de los más coloridos, vivos y expresivos. Con el paso de los años, Darlinghurst fue cambiando sus sórdidos burdeles por bares, cafés y restaurantes, pero la energía de la vida nocturna y el sello de la comunidad LGBTQ están presentes en cada una de sus calles. Uno no sabe bien si va a tropezarse en cualquier momento entre la cantidad de gente que pasea un domingo por las aceras y las fabulosas historias inscritas en el asfalto que te obligan a detenerte a leer, por ejemplo: “Juanita Neilsen: luchó para proteger las viviendas históricas en los setenta. A través de su periódico local NOW apoyó al sindicato de los Green Bans. El 4 de julio de 1977, Juanita asistió a una reunión de negocios en el Carousel Club en esta esquina. Y nunca más fue vista. Se cree que fue asesinada”.
Historias de lucha social, éxitos, curiosidades e injusticias como la de Juanita, tapizan las calles de Darlinghurst, y quizá es esta misma energía la que transmiten a lugareños y visitantes, que un domingo a las once de la mañana bien pueden estar tomando café, ginebra o cerveza al sol del cuasiverano australiano.
SYDNEY OPERA HOUSE, el gran símbolo de la modernidad
Una de las características de los turistas con prisa es ir el primer día, en la primera hora, al lugar insignia de la ciudad a la que ha llegado. En este caso obviamente la primera parada después de dejar maletas, comer y subir los pies para que poco a poco volvieran a su forma habitual, fue caminar por los Jardines Botánicos Reales hasta llegar a la famosa Opera House, que en un efecto similar al de la Torre Eiffel, parece estar siempre a pocos pasos, entonces los turistas se agolpan para tomar “la foto” hasta que poco a poco se van dando cuenta de que queda mucho camino por delante… Y cuando por fin se está debajo de ese enorme techo de velas, evidentemente la foto no sale completa.
La famosa Casa de la Ópera, construida por el arquitecto danés Jorn Urtzon, quien ganó el concurso frente a 233 proyectos de 32 países diferentes, se edificó en tres etapas, su construcción tomó 14 años, cien mil trabajadores y un presupuesto que pasó de los siete millones estimados en un inicio, a 102 millones de dólares. La obra monumental fue inaugurada el 20 de octubre de 1973 por la Reina Isabel II, en su condición de Reina de Australia. Está compuesta por cinco teatros principales, cinco estudios de ensayos, dos salas principales, cuatro restaurantes y seis bares. Declarada Patrimonio de la Humanidad en 2007, Opera House ha albergado los espectáculos más prestigiosos y ha sido visitada por un sinfín de personalidades del mundo de la música, las artes escénicas, la política y la diplomacia, pero ese día la explanada de la gran Casa de la Ópera estaba llena de espectadores que aplaudían entusiasmados los bailes de un concurso llamado “Ritos dancísticos”, un homenaje a los bailes aborígenes en el que niños y adultos forman equipos buscando ser elegidos como los mejores representantes de sus antepasados.
Desde Opera House, y desde muchos puntos de la ciudad, se tiene una gran vista del Sydney Harbour Bridge, el puente de un solo arco más grande del mundo, construido en 1932. Este imponente marco de la ciudad que se ilumina con el famoso espectáculo de fuegos artificiales cada fin de año, atraviesa la bahía de Sídney y conecta el centro financiero con la zona residencial y comercial de la costa norte. El puente soporta ocho carriles de autos, dos líneas de ferrocarril y una ciclovía, por lo que claramente hay movimiento constante dentro de su gran estructura de acero, pero si uno se acerca lo suficiente se pueden ver diminutas cabezas desfilando a 134 metros por encima del mar. Asegurados por un arnés, despojados de cualquier pertenencia que pueda caer sobre autos o ciclistas y guiados por la única agencia autorizada, miles de turistas escalan el Harbour Bridge en busca de una experiencia que aseguran única.
Después de aplaudir al son de los ritos dancísticos, al salir de la explanada de Opera House un tumulto de jóvenes en vestidos veraniegos (a pesar del aire que en México calificaríamos como “helado”), bermudas y camisetas tomaban cerveza en algún lugar a desnivel que resultó ser el famoso Opera Kitchen, el restaurante bar más concurrido de la zona por sus vistas privilegiadas, donde se sirve desayuno, lunch, comida, cena y everything in between. La experiencia fue algo más que culinaria: significó el primer acercamiento real con las gaviotas. Como decía, el lugar tiene unas vistas privilegiadas, en un principio me costó trabajo entender por qué había gente que prefería ir directo al nivel inferior que estaba cubierto y no a las mesas con amplios sillones en la orilla del mar. Es cierto que también estaban llenas, nada ni nadie impide a los “Sydneysiders” disfrutar de una cerveza, y también es cierto que desde un principio las filas de gaviotas vigilantes cubrían de blanco las bardas que dan hacia el mar, pero cuando los meseros comenzaron a desfilar con charolas cubiertas con enormes tapas de rejillas creí que era parte de la presentación de los platillos en Opera Kitchen. No lo era. En el momento en que destapé mi hamburguesa con papas me convertí en el centro de atención de las espectadoras que comenzaron a revolotearme en la cabeza con su “mine, mine, mine” que interpreto como una proclamación de guerra sobre mis papas. El resto de la comida fue: bocado y poner la tapa, sacudir la cabeza, levantar las manos, una papa y poner la tapa otra vez. Así, pasaron de ser las curiosas y tiernas aves de la película de Buscando a Nemo, a ser las enemigas a vencer para poder terminar mi comida. Pero cuando los vecinos de la mesa de al lado decidieron irse dejando casi lleno su cucurucho de papas pude ver el resto del espectáculo, las gaviotas pueden tragarse una papa frita completa de un solo tajo y se puede casi ver la forma de la papa atravesando su garganta mientras ellas solo echan la cabeza hacia arriba para que resbale; así, en menos de un minuto, el plato quedó vacío.
Chinatown, el símbolo de la multiculturalidad
En 2017, el censo total de la población de Australia alcanzó los 24 millones 400 mil personas, de las cuales 191 mil provienen de China. Desde la década de los ochenta, Australia se declaró abiertamente como una sociedad multicultural y esta ha sido la actitud oficial preferida hasta la fecha. Aunque hay una importante presencia de otras comunidades en varias zonas de Sídney, Chinatown es sin duda el símbolo de la aceptación y la protección de la multiculturalidad en la ciudad. No se llegó a este punto fácilmente, a finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX los chinos vivieron en aislamiento, su cultura era despreciada y vista como una influencia peligrosa, por lo que Chinatown comenzó siendo el refugio de la comunidad. Sin embargo, hoy en día el Barrio Chino alberga sitios concurridos por australianos y turistas, restaurantes de fama internacional, tiendas de prestigio y sitios emblemáticos como The Chinese Garden of Friendship, cuyo nombre simboliza el vínculo amistoso entre China y Australia.
Estos impresionantes jardines fueron tomando como modelo los jardines privados de la dinastía Ming. Todos los elementos de los jardines están pensados para proveer una sensación de calma y contacto espiritual, una experiencia que se va logrando a través del recorrido por esta especie de laberintos que siempre desembocan en imágenes perfectas con lagos, cascadas, bambús, bonsáis, árboles como el sauce llorón y obras de arte como la Muralla del Dragón.
La ciudad de los rascacielos
El segundo hotel al que pude llegar con un poco más de presupuesto estaba en The Rocks, el barrio más antiguo de la ciudad con uno de los mercados más tradicionales, en ese momento vestido de luces navideñas. The Rocks está a pocos pasos de los sitios turísticos más importantes de Sídney, y además de su ubicación privilegiada está plagado de pubs, galerías de arte, tiendas, restaurantes y, por supuesto, el Museo de Arte Contemporáneo, que alberga una importante colección de arte australiano e internacional, además de grandes obras de arte aborigen.
Cerca de la zona está el Central Bussines District (CBD) el centro de negocios y compras de la ciudad. Australia es el país con más rascacielos por persona en el mundo, pero de todos los edificios australianos cuya altura supera los cien metros, Sídney alberga más de cien, entre ellos Chifley Tower, Meriton World Tower, Australia Square Tower, The Peak y, por supuesto, Sídney Tower, la estructura más alta de la ciudad con 309 metros. Desde esta torre de observación la vista de la ciudad es inmejorable con un alcance de 85 kilómetros, la plataforma de acceso público se levanta a una altura de 251 metros sobre el CBD.
Aunque la subida en el elevador que lleva a la cima resulta algo larga y los oídos se tapan de cuando en cuando, el panorama vale la pena por completo, desde la Torre de Sídney se pueden ver las bahías, la gran cantidad de edificios, los barcos y los ferris que inundan las costas y también la famosa Catedral de Santa María, un majestuoso edificio neogótico, sede de la Arquidiócesis de Sídney.
La Torre no es considerada un edificio como tal y su diseño lo hace notar: una larga y delgada torre que soporta en la cima la estructura redonda que sirve como plataforma de observación de millones de turistas. Desde las calles del CBD la vista de la Torre es imponente, esa delgada edificación se sujeta por 56 cables de acero de siete toneladas cada uno, lo cual además de darle un diseño único, funciona como una especie de seguro visual antes de decidirse a subir a la Torre.
Del glamour a la naturaleza
En una visita rápida a Sídney uno se ve forzado a elegir entre la gran cantidad de opciones de playas que hay para visitar, está por ejemplo Bondi Beach, quizá la más famosa, y Manly Beach que fue la ganadora en recomendaciones de gente conocida. A quince minutos en ferri (es decir, el tiempo que un mexicano tarda en llegar de la Nápoles a la Del Valle en días normales), Manly es una playa, literalmente, de lujo. Lo primero que me llamó la atención, como mexicana acostumbrada a las playas de Acapulco o Cancún, es que hay muy poca gente sentada a la orilla del mar, sobra decir que no hay “palapas” ni alguna otra estructura que cubra del sol. La gente en las playas de Australia, por lo menos en esa, va a hacer deporte. Algunas toallas desperdigadas con gente tomando el sol es lo más cercano al descanso, por lo demás están las redes de voleyball, la gente corriendo sola o con sus perros, y por supuesto, los surfistas. Si algún turista distraído no se detuviera a ver las banderas que indican el espacio de mar en el que se puede nadar, seguramente sufriría un accidente, en Manly hay un espacio determinado para los nadadores, otro para los surfistas experimentados y otro para los principiantes en clase.
Aunque el agua del mar es muy fría y el viento estaba a todo lo que da, los “Aussies” parecen estar perfectamente acostumbrados jugando, surfeando o nadando, mientras yo, con chamarra y bufanda, intentaba no dejarme llevar por el viento y mantener los ojos abiertos a pesar de la arena que se colaba en todos los rincones.
Fuera del ambiente playero, el boulevard de Manly está rodeado de lujosos restaurantes y bares donde gente de todas las edades, muy bien vestida con el perfecto “look playero”, toma cerveza y ríe a carcajadas. En realidad los australianos tienen un gran sentido del humor, algo ácido, parecido al inglés, pero amable y despreocupado.
Finalmente, no podía dejar de visitar a los canguros y koalas, y como no había tiempo de verlos en algún lugar más libre, tomé otro ferri a Taronga Zoo. Pude ver a los koalas que nunca se movieron (al parecer pasan la mayor parte de su vida dormidos) tigres, elefantes, jirafas y hasta un demonio de Tasmania, pero los canguros no aparecían. Sólo hasta el final del recorrido, en una zona que estaba bardeada a penas por un tronco en el suelo, llegué hasta ellos. Primero vi algo parecido a un tejón, o a la idea que tengo de un tejón, pero resultó ser un canguro pequeño que no caminaba en dos patas. Aprendí que hay muchas especies distintas de canguros,
pero yo quería ver al que ya me había imaginado durante todo el viaje, casi boxeando contra algún contrincante. Finalmente los vi, había sólo dos, una mamá canguro con su cría y un canguro macho que me veía sin inmutarse hasta que finalmente entró una avestruz enorme y tuvo que levantarse para ir a buscar otra sombra.
No podía dejar Sídney sin haber encontrado a Nemo, y P.Sherman, calle Wallaby, 42, estaba a seis horas y 42 minutos de mi ubicación, según Waze, así que me conformé con visitar el acuario. Ahí encontré de todo: leones marinos, tiburones, pingüinos, mantarrayas, y por supuesto, peces payaso, cirujano, globo… Todos los amigos de Nemo estaban ahí, en varias peceras enormes, incluso algunos se mezclaban como si siguieran actuando. Después de miles de intentos pude captar una foto del pez payaso fuera de su anémona, pensé en el trabajo que le cuesta dejar su casa, el lugar donde se siente protegido, y estuve lista para viajar otras 20 horas de regreso al mío.