DE ACUERDO CON EL CENSO ELABORADO EN 2017 POR EL INSTITUTO DE ASISTENCIA E INTEGRACIÓN SOCIAL, EN LA CAPITAL DEL PAÍS VIVEN SEIS MIL 754 PERSONAS EN SITUACIÓN DE CALLE: EL 87.27 POR CIENTO SON HOMBRES Y EL 12.73 MUJERES
En este ambiente, predominan los varones, suele haber respeto y protección, aunque no falta quien hurte las pertenencias del más vulnerable. Entre ellos se reparten comida, ropa o cobijas que fortuitamente les obsequia la gente, pero suelen pasar días con hambre; además, en esta época, a pesar de las cobijas el frío resulta insoportable por las noches. Algunos acuden al baño del mercado de la esquina, aunque eventualmente, entre las jardineras predomina el olor a orines y a heces fecales.
Después de todo lo que pude atestiguar, decidí enfocarme en cinco testimonios de quienes por diversas circunstancias abandonaron su hogar. Incluso, porque a veces la calle de la gran urbe resulta más tolerable, como en el caso de la oaxaqueña que a los diez años de edad viajó a la Ciudad de México con la esperanza de trabajar para salir de la pobreza, pero un cúmulo de decepciones la tienen viviendo desde hace más de 14 años en la calle, donde ahora es madre. A su vez, Ramón Siria Levario es un adulto mayor que se vanagloria de su juventud y afirma ser el hermano del cantante Javier Solís.
En tanto que Michel abandonó la casa de su madre a los 13 años de edad y desde entonces está atrapada en la drogadicción; ahora, a sus 19 años, encontró el amor al lado de Andrés. “Campanita”, un joven de 28 años, vive en situación de calle con varios parientes, entre ellos su madre, quien prácticamente ha perdido la vista. Y por último Kenia Cuevas, la activista que me acercó con esta comunidad que habita afuera del Blanquita, aunque en algún tiempo vivió en situación de calle, fue drogadicta, estuvo en prisión durante diez años, es transexual, trabajadora sexual y portadora del VIH; la comunidad la recibe con respeto porque vela por los derechos de los más desprotegidos.
De acuerdo con el censo elaborado en 2017 por el Instituto de Asistencia e Integración Social, en la capital del país viven seis mil 754 personas en situación de calle: el 87.27 por ciento son hombres y el 12.73 mujeres. En el 2018, la Comisión de Derechos Humanos de la CDMX informó que las personas mayores de 60 años representan el diez por ciento de la población en situación de calle en la Ciudad de México y esta cifra puede aumentar a causa de: el envejecimiento poblacional, la carencia de protección social, el abandono, problemas de salud, expulsión del hogar, despojo de pensiones o casa habitación por parte de familiares.
Al tratar de entablar contacto, algunos se muestran reservados, pero conforme pasa el tiempo fluye la plática, quieren ser escuchados; en cada palabra involucran recuerdos mezclados con múltiples sentimientos. Es verdad que algunos son clientes de la drogadicción y a veces olvidan información o prefieren omitirla. No obstante, asumen su realidad, tienen conciencia de sus necesidades y las demandan.
“ME DESVIVO POR LA FLAQUITA”
Su hogar está armado con cobijas y sábanas que simulan una casa de campaña desplegada en una esquina de las jardineras que enmarca al Teatro Blanquita. Al acercarme a la joven pareja observo que al interior de su morada destacan diversos colores de la ropa doblada y apilada que forjan los muros de su cobijo. Indudablemente, Michel y Andrés mantienen en orden sus pocas pertenencias.
El rostro juvenil de Michel está enmarcado por una gran sonrisa que resalta sus dilatadas pupilas de color marrón, su mirada desviada evidencia los estragos de algún activo, al igual que su mano tintineante al estrechar la mía. De su pequeño y delgado cuerpo sobresale una diminuta media luna en su abdomen, disimulada por el pants negro de terciopelo que atrapa las migajas de pan que caen sobre su ropa cada vez que Andrés intenta alimentarla con trozos de torta.
Él permanece a su lado, se mantiene serio, evita mirarme a los ojos, pero me recibe cortésmente. Como si no fuera una mañana invernal, viste bermuda y camiseta que dejan al descubierto su piel morena y sus brazos musculosos, uno de los cuales flexiona para indicarme que tome asiento sobre la jardinera o, mejor dicho, fuera de su hogar.
Les pregunto: ¿Qué es lo que más necesitan en invierno? Sin titubear, él contesta que atención médica, pero Michel lo interrumpe entre murmullos y se acerca a mi oído: “No te vayas a reír…yo tengo diabetes, es muy difícil, me inyectan penicilina cada ocho días, mi mamá me lleva al Hospital Balbuena…”
Inmediatamente, Andrés retoma la palabra: “Por el frío nos enfermamos mucho de tos y gripa. Diciembre y enero son muy complicados, es cuando más personas fallecen, sobre todo las que están avanzadas en drogadicción, de por sí sus pulmones y órganos están débiles, y pues con una enfermedad respiratoria su cuerpo se debilita hasta colapsar”.
Andrés continúa: “Otra cosa básica es la comida, aunque ella no come hasta que le da hambre. Le compré vitaminas porque ya temblaba mucho y salivaba, está muy débil y casi no puede caminar, la tengo que sujetar. No comía nada, no defecaba, poco a poco la empecé a llenar de comidita… ahora me pide que la lleve al baño del mercado”.
Les pregunto: ¿Cuánto llevan viviendo en la calle? “Yo vengo llegando hace como seis meses, pero ella ya lleva como cuatro años”, dice Andrés. Michel retoma la palabra: “Vivo con él, pero yo sí tengo casa…con mi mamá, mis dos hermanos -complementa entre risas- hasta con la perrita…”
Si tienes casa, ¿por qué prefieres vivir en la calle? A lo que responde con un apagado e inseguro “no sé”, mientras Andrés le incita a que diga la verdad, ella se abstiene y sólo responde que a él lo ama. El joven contesta: “Sí amor, pero aunque te pido que regreses con tu mamá o te lleve con ella, te aferras a estar aquí”.
En medio del silencio, Andrés me confiesa que pronto cumplirán seis meses como pareja, y que la cuida con la devoción que implica el saber que pronto serán padres. Sin embargo, al ver que ella guarda en su mano un trozo de estopa, le pregunto el tiempo que lleva inhalando. Sin tapujos, Michel me cuenta: “Hace seis años, cuando tenía 13, aún vivía con mi mamá en la Guerrero. Un día salí a comprar un té y una Maruchan porque me sentí enferma, en eso me saludó una amiga de mi mamá, sacó una botella de activo y me dijo ‘¿quieres probarlo?’, le dije ‘sí… a ver qué se siente’”. En ese instante, mientras me contaba, sus pupilas se dilataban al igual que su sonrisa.
Traté de comprenderla, le pregunté ¿qué sentiste? Me dijo: “¡Bonito!…” Continué con incertidumbre: ¿Bonito?, ¿pero por qué bonito? Y sin saber que soy amante de los dulces, me formuló una analogía: “Es como un dulce, ¿te gustan los dulces?” Cuando afirmé irrebatiblemente añadió: “¡ah, pues así!”
Como si el tiempo dejara de existir, Andrés me cuenta por qué permite que Michel continúe con el activo: “A esta muchacha la he hecho resistir, la he castigado…me hace enojar porque no come, entonces la castigo y no le doy mona, pero más que nada para que la deje poco a poco, si se la quito de tajo se pone muy mal, la otra vez hasta su mamá me dijo que mejor le comprara su activo.
“Muchas personas -prosigue Andrés- dicen que su mamá la deja ser drogadicta, pero no les hago caso porque nadie le puso la pistola para agarrar el vicio y a mí nadie me la puso para dejarlo, antes me drogaba con piedra, perico, mota, chochos, activo, alcohol… sólo esta noche moneé por el frío. Yo digo que es voluntad de cada quien”.
“A veces mi suegra nos visita, por eso me gusta tener todo en orden, hasta se sienta a platicar, luego se quiere llevar nuestra ropa para lavarla, pero le digo ‘no suegra, cómo cree, a mí me gusta aplicarme’. Su mamá me dice: ‘Hijo, gracias porque llegaste a su vida, antes no comía y tú hasta le das en la boca’, dice que soy responsable de su hija y yo me desvivo por la flaquita”, afirma Andrés.
DE NIÑA A MADRE
Entre su robusto cuerpo, Eugenia Eusebio Mateo protege al pequeño de año y medio que descansa el rostro sobre el hombro de su madre, quien nació en San Felipe, municipio de Jalapa de Díaz, Oaxaca. Trato de descifrar su limitado español mientras me cuenta: ¿Sabes por qué me salí de mi casa? Mis papás eran muy pobres, vivíamos en la miseria, en una casita de hule, apenas teníamos lonas; el último día que estuve con ellos, entre mi mamá y yo comimos una tortilla, no alcanzaba para más”. Eugenia continúa su relato:
“Tenía diez años cuando me vine con una señora para trabajar, pero como nunca me pagó la abandoné. No sé bien cuántos años llevo viviendo en la calle, bueno, sé que tengo 24 años de edad. Es muy difícil vivir en la calle. Estuve seis meses en una casa cuna por Central del Norte, ahí me maltrataban bien feo, por eso ya no quiero volver.
“Una muchacha que vivía ahí le dijo a la cuidadora que en las noches yo robaba la comida y los pañales. Pero era ella quien se levantaba a las tres de la mañana para comer y robar y al otro día me culpaba. Entonces la señora me golpeaba, decía que era una rata. Nunca robé nada, nunca me creyó. Mejor me salí, dije: ‘me están maltratando peor que en la calle’.
“Aquí en el Blanquita llevo como ocho meses. A mi bebé no lo he bautizado por falta de dinero, pero se llama Edwin Uriel…y su papá quién sabe, me dejó. Casi no compro comida porque la gente nos la regala, a veces como dos o tres veces al día, pero cuando no, en la madrugada además del frío sientes un vacío en la panza; ni modo, te tienes que aguantar.
“Darle pecho al bebé es bien difícil. El otro día se me enfermó y una señora me ayudó con la medicina; la otra vez me dio 100 pesos para pañales y leche, pero apenas me robaron mi mochila donde guardaba 400 pesos para las cosas de mi niño, me dejaron sin nada, lleva cuatro días mojado… Fue alguien de aquí, ella misma me robó un carrito rosa, pero no le digo nada para evitar problemas; luego cuando la gente nos trae comida y ropa, llega una señora con sus hijos que, aunque viven en una casa grande, todavía se llevan comida y cobijas…
“Como mujer es más difícil vivir en la calle; para los hombres es muy fácil hacer del baño, andar solos de aquí para allá, pueden entrar a donde quieran, nosotras no, y menos con niños. Bueno, es más fácil que ellos se droguen, yo nunca lo he hecho ni siquiera tomo alcohol, ¡gracias a Dios!
“Ahorita yo quiero ayuda para pañales porque me robaron todas mis cosas; también me gustaría comprar un boleto para ir a mi tierra y ver a mi mamá; sí sabría regresar, son tres camiones… bueno me da miedo, pienso que mi papá me va a golpear porque no regresé, aunque nunca nos maltrató, me quiso tanto…”.
AÑORANZA
En una colchoneta sobre cajones de plástico, Ramón Siria Levario sólo espera a que transcurran los días. En un principio su trato es huraño, pero conforme pasa el tiempo me habla del pasado que le provoca muecas de alegría. Conversa:
“Ya estoy viejo, no recuerdo nada… Aquí las necesidades son completas, estamos absolutamente abandonados, como un bulto, le puedo decir que es pura tristeza…Bueno ni tan tristeza, mire, a los 84 años no me he enfermado de nada, más que del apéndice, de ahí para acá, en toda mi vida no me ha pasado nada.
“Viajé por toda América, este teatro lo trabajé, fui estrella de teatro, fui el número principal junto a Humberto Cravioto…De ese tamaño, en esa línea trabajé, viví, fui feliz, pero ya me ajustició la vida, el tiempo…Ni modo, perdí todo, tal vez hace 15 o 20 años, no sé, ya no soy muy hábil con la memorización. ¡Uh! Imagínese, mi trabajo fue cantar, me supe mil 200 canciones de memoria, pero ya se acabó… el tiempo todo lo desgasta y se va la vida.
“Fui feliz siendo actor y cantante, recorrí y trabajé en toda América, desde Argentina hasta Canadá. Los viajes te culturizan, lo más precioso para un ser humano es andar de latitud en latitud. Disfruté mi trabajo, mi juventud, no agarré ningún vicio, ni el cigarro, a veces tomaba alcohol con mis súper clientes y admiradores que me invitaban un traguito de coñac, de aquel coñac antiguo que ya ni se ve, porque a veces me asomo a los aparadores de las cantinas… ¡Ah! Ya ni me atrevo a entrar a esos lugares, no estoy para esas andanzas, pero como llegué a vivir en el Centro, recuerdo que cuando pasaba por aquí había buenos cabarets.
“Soy de Chiapas, me llamo Ramón Siria Levario. Nunca olvidé la ambición de querer llegar a ser artista porque tuve un hermano que fue el “Rey de los Artistas”, se llamaba Javier Solís. Yo decía: si él puede, por qué yo no; además, cuando lo observaba me daba cuenta que él era mucho más sencillo, en cambio yo hablaba como clarinero, él no sabía ni hablar, es decir, sus términos eran más cortos, al igual que su entendimiento. ¡Ah! Pero su trayectoria y forma de vivir, que empezó desde abajo y llegó hasta arriba, fue distinguida, por eso yo le decía ‘oye, hermano, ¿cómo le haces?’
“En Chiapas heredé una hacienda antigua, pero no me interesó, quería ser músico y artista porque veía la televisión, entonces me vine a México; aquí era otro mundo, me gustó, me quedé y empecé a hacer mis pininos artísticos y como vi que sí la podía hacer le seguí hasta que me topé con un bloque de gente política.
“En Tijuana viví una temporada corta, allá progresé a lo bestia porque trabajé bastante. Mi abuelo, quien fue un rancherote de los grandes, me contaba que allá la gente te tiende la mano, es sencilla y sabe domesticar animales… Por él entendí esa forma de vida. Después, llegué a pisar España… -comenta entre risas- pero el tiempo me dijo: ‘Ya, muchacho, es hora de que te quedes quieto’ y aquí estoy, por supuesto sin casa ni nada.
“Me casé unas dos veces, creo que tres, viví y gané bien, pero todo muy sencillo, no fui vanidoso ni celoso de los bienes ni nada de eso, aunque gasté como viví y quise vivir bien; no fui egoísta, fui sencillo con mis amigos y familiares…Con las tres tuve crianza, pero todos me abandonaron, de eso sí me acuerdo…
“La familia se acaba conforme uno se va desgastando, lo avientan a uno, te dicen: ‘¡Largo!’ Al menos así fue en mi caso…quizá por mi condición de vida al ser artista, y en segundo lugar porque entendía bastante de política. Imagínese fui amigo de David Alfaro Siqueiros, aprendí mucho de ese gran señor y de toda su camada, que en aquel momento eran como diez personajes importantes. Como yo era un chamaco muy detallista me fijaba en su actitud y en sus palabras, hasta que empecé a entender y me invitaba a las pláticas donde hablaban de todo, principalmente de política…
“A consecuencia de ese acercamiento me tocó cárcel y de la buena, en la vieja Lecumberri. Aún ahí fui muy inquieto, pero a pesar del arrinconamiento fui más listo que ellos, porque recordé cómo ‘Chucho El Roto’ burló a los guardias y dije ‘si ese señor pudo yo también’ y así me escapé, ¡era buen actor para burlarlos! La segunda vez también logré escaparme, pero ¡pum! la tercera vez me mandaron a Santa Martha Acatitla, con súper medidas de seguridad; pero aguanté, los soporté y salí libre una tarde lluviosa…¡Bendito sea Dios! siempre fui muy respetuoso y devoto de las creencias religiosas, y me cultivé en ellas; ahora entiendo que ya vivo otro momento, el tiempo ya pasó, mi momento se acerca y ni modo…”
LA ACTIVISTA KENIA CUEVAS
“Hasta los ocho años viví con mi abuela materna, quien era muy protectora. Siempre me defendió de mis seis hermanos mayores que me violentaban por mi expresión de género, decían: ‘camina bien, no hables así y me mazapaneaban’. Cuando cumplí nueve años mi abuela murió, quedé al resguardo de mis hermanos, pero la violencia fue extrema: me golpeaban, me obligaban a trabajar y se quedaban con el dinero…
“Decidí salirme de mi casa y llegué a la Plaza de la Solidaridad, donde conocí a una mujer transexual; cuando la vi se me iluminó la vida y pensé ‘quiero ser como ella’, porque yo ya sabía qué quería ser, sólo que no sabía cómo. Le dije que quería vestirme igual y me dijo ‘pues ponte a trabajar, aquí ahorita te contratan como trabajadora sexual’.
“Efectivamente, agarré un cliente y le dije que me quería salir de mi casa, aunque no sabía cómo hacerle. Él me dijo que no quería problemas, pero esa noche me llevó a mi casa para recoger mi ropa, me dio dinero para comer y para hospedarme una semana en el hotel Mazatlán, ahora es un lugar de encuentro, está por Salto del Agua.
“Al otro día, cuando me levanté me di cuenta de que se hospedaban puras mujeres transexuales que eran trabajadoras sexuales. Yo las veía y decía ¡guau! Quiero verme así. Me acerqué con dos chicas, Viridiana y La Chabela, les pedí que me vistieran y maquillaran, me llevaron al ‘Castillo de la Fantasía’ donde con el dinero que un día antes me dio el hombre compré maquillaje, zapatillas, una peluca y un vestido.
“Me arreglaron y maquillaron; cuando me vi al espejo dije: ¡ésta soy yo! Esa misma noche me llevaron a Insurgentes, esquina con Álvaro Obregón, y a los nueve años empecé como trabajadora sexual. Caí en la drogadicción, me volví una adicta en potencia, tanto que terminé limpiando parabrisas y viví en la calle, aquí por el Blanquita y los alrededores de Tepito.
“Un día, mientras compraba droga cayó un operativo en Garibaldi, la vendedora y los policías me culparon. Me chingué diez años, ocho meses y siete días en la cárcel, pero me defendí de una sentencia de 24 años. Estuve en Santa Martha Acatitla porque era portadora de VIH, también sufrí violencia por ser transexual, los custodios me pegaban y yo les pegaba, me cortaban el cabello y me prohibían usar maquillaje…después logré que esa situación cambiara.
“En la cárcel inicié mi activismo porque a los portadores de VIH los dejaban morir, no había servicio médico ni nos daban los medicamentos adecuados; por esta situación vi morir a más de mil personas. Hasta que, a través de una carta, le expliqué la situación a la directora de la Clínica Condesa, entonces se acercó a los centros penitenciarios para entrevistar a varias personas, entre ellas yo y mi pareja.
“La denuncia se hizo, me castigaron dentro del penal, pero pude salir libre en 2010. Gracias a esa denuncia la población recibe adecuadamente sus medicamentos. Al salir hice promoción y prevención de VIH con trabajadoras sexuales. El 30 de septiembre del 2016 un militar mató a Paola Ledezma tras solicitar sus servicios sexuales, a mí me disparó, pero el arma se encasquilló, lo detuve y seguridad pública lo arrestó, pero en 48 horas lo dejaron en libertad. En protesta por la criminalización que sufrimos las transexuales y trabajadores sexuales cerré Av. Insurgentes por 24 horas, con el féretro presente de mi amiga. Tras recibir amenazas de muerte fundé Casa de las Muñecas Tiresias A.C., donde incluimos a toda la gente en condición de vulnerabilidad para que el gobierno les garantice servicios y los atienda como lo que son: seres humanos.
“CAMPANITA”
“Me llamo Ramón Javier Ramírez, me dicen ‘Campanita’, tengo 28 años y estuve en Santa Martha Acatitla…acabo de cumplir un año en la calle. Tengo diez hermanos, pero ahorita sólo vivo con mi mamá, mi hermana y mi sobrina. Mi mamá no tiene dinero para pagar la renta, siempre nos ha apoyado, desde chiquitos fue padre y madre para nosotros; cuando íbamos a la escuela siempre nos dijo que no nos drogáramos y aunque nos buscó un anexo, no quisimos entender. Nos gustó la calle.
“Ojalá nos puedan ayudar a conseguir una casa, les pido que a mi mamá la operen de sus ojos, está grande y casi no ve, luego queremos comprarle gotas, pero están muy caras. Mi mayor anhelo es que la operen y le den la credencial de la tercera edad.
“Para nosotros la peor época es el invierno, cuando hace calor andamos felices, pero si hace frío todos nos tapamos, ni modo, es como Dios manda. A pesar de que tengamos cobijas sentimos mucho frío, aunque ayer, por ejemplo, me quedé en un hotel cerca de aquí; acabo de regresar, pero necesito un techo donde tener a mi familia, no queremos vivir en una casa hogar porque nos condicionan y nos maltratan. Por último, le agradezco a Kenia por traernos comida, siempre nos ha apoyado, la conozco desde que ella también vivía en la calle y era drogadicta. A todos les deseo un feliz año”.