“Uno nunca sabe cuándo va a estar arriba y cuándo abajo”
En Reforma, una de las calles más antiguas y transitadas de la Ciudad de México, se levanta, imponente y lujoso, el hotel Barceló. Después de cruzar la enorme recepción que alberga, en uno de sus costados, una sucursal del famoso restaurante Sonora Grill, llegué por el elevador hasta el piso nueve; ahí, dentro de La Barbería Shop & Spa, me esperaba Ricardo Colín Villa.
Con apenas 24 años de edad, Ricardo trabaja en una de las barberías más exclusivas de la ciudad, su clientela está compuesta principalmente por extranjeros que se hospedan en el hotel. Detrás del decorado de lujo del local y de la barba espesa de Ricardo, se asoma una historia de humildad y triunfo. “Escribe que en realidad soy delgado, pero que en la foto no se ve”, me dicta a la grabadora este barbero de risa fácil y de esfuerzos incansables. Cumplida su petición comienzo esta entrevista para los lectores de El Ciudadano.
A empezar desde “chícharo”
Yo no tenía el plan de ser barbero, antes de dedicarme a esto trabajaba en un súper que vende productos al mayoreo. Me dedicaba a dar degustaciones, era un trabajo difícil porque hay que estar en contacto con la gente y la hay muy déspota, sienten algunas personas que porque tienen membresía para comprar en esa tienda ya son “muy acá”. No estaba a gusto trabajando ahí.
El gerente de la barbería Shop & Spa en la colonia Nápoles fue quien me metió a trabajar en la sucursal de la Del Valle. Entré de “chícharo”: hacía la limpieza del local, revisaba que los barberos siempre tuvieran toallas calientes para los clientes, barría el cabello, etcétera. Ese local en donde trabajaba es uno de los que tiene más clientela, así que yo tenía que estar al pendiente de los insumos, que no hiciera falta nada, y llevaba también los pedidos a las otras sucursales.
Cuando estoy en algún trabajo siempre intento aprender lo más posible, así que le pedí al gerente que me enseñara a agendar citas, a cobrar, ese tipo de cosas para que, si en algún momento se ofrecía, yo pudiera hacerlas. Fui aprendiendo, cuando ellos tenían que salir yo me quedaba en la recepción, hacía todo lo que podía, me gusta sentirme útil.
El trabajo rompe las maldiciones
Los barberos habían tenido malas experiencias con otros ayudantes, no duraban casi nada en el trabajo, yo no sé si había como una maldición pero todos se les iban bien rápido. Un día me dijeron que si no quería aprender a cortar el pelo, yo para nada tenía la intención de ser barbero pero, como te decía, me gusta aprender cosas nuevas, así que poco a poco me empezaron a enseñar. Me decían “el ajonjolí” porque estaba en todos los moles. Cada uno me fue enseñando lo que podía, yo he aprendido muchísimo en esta empresa Shop & Spa.
Cuando se daba la oportunidad, los barberos me dejaban cortarles el cabello o la barba y así iba poco a poco puliendo detalles, después me compré una máquina, era casera pero en una barbería así esas no sirven porque se queman, yo no lo sabía. Los barberos me fueron regalando cosas, uno de ellos me regaló mi primera navaja, otro me dio unas tijeras, poco a poco me fueron ayudando a hacerme de mis herramientas.
Agarrando el oficio
En mi casa les decía a todos mis amigos: “Estoy aprendiendo a cortar el cabello, ¿cómo ves?, ¿le entras?” y sí se dejaron, hasta la fecha siguen siendo mis clientes, me buscan para que les haga un corte, incluso llevan a sus amigos o a sus papás. Yo sé que me debo a ellos, así que no les pongo ninguna tarifa, si no tienen dinero no les cobro, aunque llegue a mi casa muy tarde (porque vivo a dos horas de aquí) les hago el corte. Es mi manera de agradecerles porque confiaron en mí.
Tomé un curso en una escuela que se llama Edayo, son escuelas del gobierno. La maestra de estilismo de ese instituto es mamá de una amiga de la secundaría, así que se dio la oportunidad y me metí para seguir aprendiendo; nos mandaban a campañas, me sirvió mucho como práctica porque fui adquiriendo oficio. Si me llegaba a salir mal un corte le platicaba a alguno de los barberos y ellos me daban “tips”, eso me ayudó.
Un cliente confundido
Un día, a la Shop & Spa de la Del Valle llegó un cliente extranjero y yo creo que me confundió con uno de mis compañeros (por la barba, supongo) y pidió que le cortara el cabello. Yo no era barbero todavía, no sabíamos qué hacer, el gerente se me acercó y me dijo: “Te lo vamos a dejar porque a fuerza quiere que lo atiendas tú. ¡Vas!” Me lo pasaron y yo estaba muy nervioso, me tardé bastante en el corte pero salió bien, fue mi primera prueba como profesional. No sabíamos si decirles o no a los dueños; al final, Cristian (el gerente) tuvo que decirles y esa fue una de las cosas que hizo que yo esté ahora trabajando aquí.
Un día después de que abrieron esta sucursal me llamaron Javier y Marco, los dueños de las barberías Shop & Spa, y me dijeron: “Mañana te presentas en el Barceló”. Yo estaba súper nervioso, no me sentía preparado, pero creo que lo he hecho bien y llevo aquí cuatro meses desde que la barbería abrió.
Con los pies en la tierra
Hace poco tuve la oportunidad de ir a Oaxaca a lugares donde la situación económica no es muy buena, me invitaron unos amigos que les llevan ropa y zapatos a los niños, me pidieron que los ayudara cortando el cabello. Fue un lío en la barbería porque me avisaron con muy poco tiempo de anticipación, pero a mí me nació y me fui. Aunque a veces parece que pierdes económicamente, yo creo que ganas mucho más en tu interior. Uno nunca sabe cuándo va a estar arriba y cuándo abajo.
Poder ayudar a la gente me dio una satisfacción muy grande, no sabes cómo traían el cabello: sucio, descuidado, muy maltratado, y con un corte de pelo cambiaban por completo, los hacía un poco más felices. Trabajé adentro de una iglesia, ahí iba llegando la gente, la iluminación era malísima, apenas había un foquito y al encender la máquina se bajaba la poca luz que nos daba. Fue un día de camino, otro día de trabajar con todo y otro de regreso, dos días de camino y uno de trabajo.
Llegué a mi casa muy cansado y cuando estaba limpiando las máquinas pensé que a veces somos muy mal agradecidos, nos quejamos por cosas que no son importantes, decimos: “mira qué mal vivo, qué mal duermo”, y cuando vas a estos lugares en la sierra te das cuenta de lo que es de verdad no tener casi nada. Es necesario darse esos baños de humildad. Hay gente que ayuda nada más para darse “su taco” de que son muy buenas personas, yo no lo veo así, creo que estas experiencias hacen que mantengas los pies en la tierra.
De psicólogo y barbero
Lo más importante es darle a la gente el trato que te gustaría que te dieran a ti. Ese mito del barbero psicólogo es verdad, muchos clientes vienen a descargarse aquí y a contarte cosas que no pueden decirle a otras personas. Tenemos que estar abiertos a que nos cuenten lo quieran, pero uno no puede venir a quejarse con el cliente, ni modo que te pongas a decirle “fíjate que mi novia me hizo tal cosa”. Quien viene por un servicio tiene que saber que por lo menos lo vas a escuchar, tal vez no le puedes dar un consejo, porque luego vienen a quejarse de su esposa, por ejemplo, y uno tampoco puede andar metiendo su cuchara.
Me siento muy feliz porque ahora me dedico a algo que me gusta y que nunca esperé. Entré a esta empresa y mi propósito no era ser barbero, fue algo que poco a poco se fue dando, estoy agradecido porque me dieron una oportunidad. Tal vez no soy el mejor pero hago mi trabajo con el corazón, trato de aprender más cada día, de darle un servicio digno al cliente; si nada más va a estar aquí un día, que se quede con esa imagen y diga “fui a una barbería en México y nadie me atiende como me atendieron allá”.