El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump es un político idéntico a sí mismo. Su particular visión de ejercer el poder presidencial desde que llegó a la Casa Blanca se ha traducido en francos dislates: amenazas, extorsión y chantaje (ejemplos sobran), que han dejado huella de Pekín a Moscú, de Caracas a Teherán, de Corea del Norte a Japón, de México a París.
Para Trump (como para millones de estadounidenses) América quiere decir Estados Unidos. Su política de “Primero Estados Unidos” ha sacudido a todos los organismos internacionales creados al final de la Segunda Guerra Mundial. De la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) a la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Afirman algunos analistas que si bien Trump no ha desatado (todavía) una guerra nuclear o un conflicto bélico, ello no significa que los 7 mil 600 millones de habitantes del planeta puedan dormir completamente tranquilos. Todo depende de este poderoso neoyorquino, hoy presidente de los EE. UU., quien apenas el 14 de junio último cumplió 73 años de edad.
México, vecino incómodo
Una de las ocurrencias de Trump, desde su campaña electoral, fue su oposición terminante al flujo migratorio por la frontera sur hacia los Estados Unidos, provenga de México o de cualquier otro país (el mandatario estadounidense llegó a decir que los mexicanos que arribaban a territorio estadounidense eran delincuentes y narcotraficantes).
Resuelto a imponer su voluntad, desde que asumió la presidencia, el 20 de enero de 2017 (después de triunfar en los comicios del 4 de noviembre anterior), Trump arremetió por tres flancos vulnerables contra México: la modificación del “injusto” Tratado de Libre Comercio de EE. UU. con Canadá y nuestro país; la construcción de un muro a lo largo de los tres mil 175 kilómetros de frontera que comparten ambos países, con 22 garitas que comunican a Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas con Texas, Nuevo México, Arizona y California.
Lo más reciente: con el chantaje de imponer aranceles a todas las importaciones mexicanas si no se le hacía caso, Donald Trump exigió al gobierno de México que detuviera toda la inmigración ilegal hacia Estados Unidos. Amenazó a sabiendas de que la imposición de tarifas sería ilegal y violaría el Tratado de Libre Comercio vigente entre México, Estados Unidos y Canadá, como lo señaló oportunamente el senador Samuel García, de Movimiento Ciudadano.
Así y porque sí, Trump echó sobre el gobierno de México la inmensa responsabilidad de hacerse cargo de un problema grave y multinacional, para resolverle al presidente de los Estados Unidos la migración ilegal que a nuestro país le llega:
A.- Por poco más de los 278 kilómetros de su colindancia con Belice (193 de tierra firme y alrededor de 85 de límite marítimo en la bahía de Chetumal), a los que se suman los cruces por los ríos Hondo y Azul, y la laguna de Bacalar.
B. Por alrededor de diez “cruces formales” en la frontera entre México y Guatemala para documentar salidas o entradas; pero también por 56 cruces informales a través de los cuales pasan personas, mercancías, drogas o armas sin que nadie lo impida, según reporte de la revista Proceso el 17 de abril de 2017.
Aunque el flujo migratorio principal proviene de Guatemala, Honduras y El Salvador, a últimas fechas se han incorporado a la búsqueda del “sueño americano” otros migrantes centroamericanos, suramericanos, caribeños e incluso africanos.
De octubre del año pasado a la fecha, han entrado a México alrededor de 11 mil 500 migrantes divididos en cuatro grupos: dos de hondureños y dos de salvadoreños, principalmente. Con intervalos para descansar, la mayoría escoge la ruta más corta hacia Estados Unidos: mil 450 kilómetros a través de los estados de Chiapas, Oaxaca, Veracruz y Tamaulipas hasta llegar a Texas, en caminatas de 40 kilómetros por día, en promedio.
Los mexicanos de allá
La comunidad mexicana es la más numerosa de todas las que residen en el vecino país del norte. De los casi 57 millones de latinos residentes en EE. UU., más del 63 por ciento es de origen mexicano: es decir, 36 millones de personas. Esto incluye a los inmigrantes mexicanos que residen en Estados Unidos y a los estadounidenses que, en el censo, se identifican como de origen mexicano.
Si bien es destacable que hay comunidades mexicanas muy numerosas en Florida, Georgia, Illinois, Nueva York, Oklahoma, Oregón, Idaho, Ohio y Washington, un punto que no se debe soslayar frente a las irracionales diatribas del primer mandatario estadounidense es la abundante e importante presencia de mexicanos en California, Texas, Nuevo México, Arizona, Nevada y Colorado, estados que en el pasado pertenecieron a México.
Hay historia detrás de esta circunstancia. México perdió el 55 por ciento de su territorio como consecuencia de las intervenciones armadas de Estados Unidos y rebeldías (como la de los colonos de Texas), alentadas desde Washington D.C. en el siglo XIX. Han pasado más de 160 años y todavía hay grupos conservadores en los Estados Unidos que se declaran convencidos de la doctrina de “el destino manifiesto”.
El término apareció por primera vez en el artículo “Anexión”, del periodista John L. O’Sullivan, en la edición julio-agosto de 1845 de la revista Democratic Review (Nueva York). Decía:
“El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino”.
En algunos casos, la relación “amistosa” México-Estados Unidos ha privilegiado el negocio a gran escala. Como en 1853, cuando el presidente estadounidense Franklin Pierce compró 76 mil 845 kilómetros en el Valle de la Mesilla, entre California y El Paso (Texas), por 10 millones de dólares. Ese fue el último ajuste de fronteras entre ambos países.
Mano de obra mexicana
Es una entelequia sostener que los mexicanos que cruzan la frontera hacia los Estados Unidos son criminales y narcotraficantes, sin perder de vista que el mercado de estupefacientes en el país vecino es uno de los más grandes del mundo. No en balde las drogas se cotizan mundialmente en dólares.
El 10 por ciento de la economía estadounidense depende de la mano de obra mexicana que trabaja del otro lado. Naturalmente, ello explica también el importante flujo de remesas que, tan sólo en el periodo enero-abril del año en curso llegó a 10 mil 521 millones de dólares, 5.76 por ciento más que en la misma etapa de 2018, incremento que se explica por el temor a la xenofobia de Trump: quien considera a los migrantes invasores que roban trabajos a los estadounidenses.
En nueve de los 15 sectores productivos de la economía de Estados Unidos, más del 20 por ciento de los trabajadores son mexicanos, según un estudio de la plataforma de empleo Apli, que se basó en datos del gobierno estadounidense. Otros datos, como los del U.S. Bureau of Labor Statistics (Oficina de Estadísticas Laborales de los Estados Unidos), afirman que son 15 millones 342 mil mexicanos los que trabajan en ese país, de los cuales el 24 por ciento lo hacen indocumentados.
Cuando se habla de los mexicanos que trabajan al otro lado de la frontera norte, muchos de quienes vivimos y trabajamos en México pensamos en la pizca del algodón, la cosecha de naranjas o duraznos. Hay gran parte de verdad en este pensamiento, y más adelante nos ocuparemos de esa información. Lo cierto es que alrededor del siete por ciento de esos migrantes constituye personal muy calificado que labora en sectores de salud, financiero, administración pública, información, servicios públicos y educación.
El año pasado, el periodista e investigador universitario, Ruy Alonso Rebolledo López, publicó en el periódico El Economista un artículo titulado “¿Qué tanta es la dependencia de la economía de EE. UU. a los migrantes mexicanos?” Entre otros temas, el autor toca el de la construcción, con cita de datos aportados por Apli, la primera plataforma = que consigue personal calificado para turnos eventuales a partir de un día.
De recrudecerse la política de Trump contra los migrantes, cita Ruy Alonso Rebolledo, el de la construcción sería uno de los sectores más afectados: el 18 por ciento de un millón 780 mil trabajadores de la construcción es de origen mexicano y esta industria tiene un índice de desempleo de 4.5 por ciento, el menor en 10 años. “Los datos de Apli sugieren que, sin mexicanos, incluso habría escasez de trabajadores para construir el muro fronterizo que Donald Trump prometió con tanta vehemencia durante la campaña”.
Otros datos que ilustran: en Estados Unidos la alimentación depende de los 364 mil mexicanos que trabajan en la agricultura y la pesca; además, alrededor del 20 por ciento de los trabajadores dedicados al campo son mexicanos, así como el 22 por ciento de los dedicados a la matanza y procesado de animales.
Investigadores del Colegio de la Frontera Norte (Colef) asientan que al menos 100 mil mexicanos agrícolas con visa para trabajar en Estados Unidos están en la incertidumbre debido a las amenazas de Trump.
Según concluye el estudio de Apli, el impacto de expulsar a todos los trabajadores mexicanos golpearía al 10 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), la economía estadounidense retrocedería a niveles de 2008, cuando la crisis financiera inmobiliaria golpeó a este país. Las mayores pérdidas se darían en los sectores financieros y de comercio, que representan un 32.5 por ciento de la economía de EE. UU., seguidos por fabricación y servicios.
Aunque Trump alardee de que no será necesario “volver a amenazar” con aranceles a México porque “cooperará” para contener la migración, está claro que nuestro país no podrá resolver el problema en 45 días, aunque acudan en su auxilio los presidentes de Guatemala, Honduras y El Salvador… por lo menos. Porque no es cuestión de tiempo sino de acción y resultados, con políticas migratorias que debieron aplicarse hace décadas, con vista al sur.
Recientemente, al tocar el tema de la guerra de los aranceles en El Financiero, el periodista, empresario y promotor cultural español, Antonio Navalón Sánchez, escribió que “en esta época el capricho de los hombres se parece más al de los antiguos emperadores romanos que a los de presidentes regidos por leyes e instituciones fuertes”. Los mexicanos comen de ese plato todos los días. No pasa, hasta ahora, de sobre mediáticos.
En cuanto a Trump, el controvertido político Joschka Fischer, quien fuera Vicecanciller y Ministro de Asuntos Exteriores de Alemania, definió en febrero de 2018, en un artículo para el diario español El País: “Todavía pende un gran signo de interrogación sobre la política exterior estadounidense en la forma de Trump mismo. Es muy poco claro lo que desea, lo que sabe realmente y lo que sus asesores le cuentan o lo que callan. Puede que una política exterior coherente no resista los cambios de ánimo y las decisiones espontáneas de Trump”.
Ese signo de interrogación que “pende” sobre la política exterior de los Estados Unidos puede ser también una moderna y afilada Espada de Damocles sobre los vecinos del sur. Aunque, a diferencia de la leyenda griega, no cuelga de un único pelo de crin de caballo, sino de un impredecible, levantisco e indisciplinado cabello rubio.