Alejandra Rozen Díaz
“EL ARTE ES MI VIDA, ES MI AMOR, ES MI AMANTE Y MI COMPAÑERO DE VIDA, ME MARCÓ EN MI INFANCIA, ME ENAMORÓ EN MI ADOLESCENCIA Y EN ESTA ETAPA DE MI VIDA SE HA CONVERTIDO EN MI COMPAÑÍA. YA QUE MI SENSIBILIDAD SIEMPRE ESTÁ A FLOR DE PIEL, EL ARTE ME LLEVA A SER MEJOR PERSONA”: VIRINIA LIZARDI
Llego a Mexicali alrededor de mediodía, era una jornada calurosa de inicios de octubre. Me recibe en su casa una mujer de mirada fija y observadora con las manos apoyadas en el pecho, viste de blanco y su personalidad es una mezcla curiosa de dinamismo y calma severa, pareciera estar mentalmente en más de un lugar a la vez, pero cuando formula una pregunta te recuerda de golpe que está plenamente presente, y que la cosa va en serio.
Virinia Lizardi (agosto de 1963) nació en Mexicali, Baja California, originaria de una familia con una gran tradición artística que la impulsaría a pasar gran parte de sus años formativos en Ciudad de México. Su educación artística se dio principalmente en Bellas Artes y La Esmeralda, donde tuvo oportunidad de desarrollarse bajo la enseñanza del maestro Diego Rosales.
Lo dicotómico de sus orígenes es expresado en su forma de hablar, mezcla de los manerismos más cordiales del sur del país con la velocidad dialéctica y la franqueza, tan comunes en el norteño.
Mientras Virinia me presenta en vivo su obra, recorro también su casa, que es una narrativa visual de sus símbolos personales; una suerte de altar a los objetos que más han significado en su vida y que ahora son expuestos con una armonía y una curaduría atípica para cualquier hogar habitual.
Además de albergar su propio trabajo, Virinia es también una ávida coleccionista de arte. Mientras la escucho hablar de La Esmeralda, el respeto por sus maestros y sus colegas, el orgullo por sus orígenes y la familia que ha forjado –un marido que adora y tres hijos-, yo tengo la imagen del rojo fijada en la cabeza; aunque podría ser algo indiscutible debido a la preferencia estética en su decoración y la absoluta predominancia del color en su paleta. Virinia lleva el rojo más vivo en cada gesto, en su expresión y en su forma de abrazar el arte y provocar que otras personas sean igualmente conmovidas por él.
Además de su reconocida carrera como artista plástica, Lizardi está comprometida con diversas causas sociales, a la fecha lleva dieciséis años impartiendo talleres de arte a grupos de mujeres privadas de su libertad en centros penitenciarios y trabaja con asociaciones dirigidas a pacientes con Parkinson y personas con síndrome de Down, para lo cual ha adaptado como aula un espacio particular de su propia casa.
En el entorno social y político del arte es también una activista de los derechos de autor, representante del programa de murales en escuelas públicas creado por la UNESCO, así como miembro activo de la Asociación de Artes Plásticas de México.
Al llegar a casa, comento con mi esposo el impacto de la reunión, le digo: “Conocí a una mujer alfa, y me temo que voy a desmantelar todas las obras rojas de su casa y llevármelas a la galería”.
“ROJO RITUAL.
Obras selectas de Virinia Lizardi”
(Texto curaturial de la exposición)
De una naturaleza poderosamente ambivalente, el rojo, con su riqueza originaria de pigmentos, ha sido de una gran importancia en la historia y en el arte: desde bandera política hasta símbolo de colonialismo, violencia, alquimia, pasión y revolución.
La obra de Virinia Lizardi, originaria de Mexicali y con una reconocida proyección internacional, contiene una relación casi primitiva con el rojo, tanto por su intensidad visual y su efectividad expresiva como por su relación directa con las fuentes de inspiración en su trabajo. En este se presentan el amor a la patria y al clan, la violencia, las manifestaciones culturales, la naturaleza cíclica de lo femenino y el proceso de transmutación presente en el proceso alquímico para originar el oro, o la más alta expresión creativa.
Lizardi se vale de una amplia gama de recursos técnicos que van de la reutilización de materiales encontrados en instancias particulares de su vida, hasta materiales «adoptados» a lo largo de su recorrido creativo. En su trabajo destacan la textura y los relieves, sobre todo en las piezas que por su contenido emocional requieren de un mayor impacto expresivo.
Influenciada por la estética prehispánica (fue alumna de Diego Rosales Huerta, discípulo de Diego Rivera) y partiendo de un lenguaje simbólico-abstracto, existe en su obra una oscilación entre una expresividad cruda, visceral, primitiva y otra más universal y elaborada de simbolismos biográficos que fungen como testimonios narrativos. Dicha oscilación confluye en la utilización del color característico de su obra, es ahí donde la fuerza expresiva se impone y podemos contemplar no solamente el mensaje, sino también explorar sus orígenes, como si se tratase de una pieza antigua o un testimonio histórico.
Rojo Ritual estará exponiéndose y abierta al público hasta el mes de febrero de 2020.