50 AÑOS DE LA VICTORIA ELECTORAL DE SALVADOR ALLENDE

Enrique Villarreal Ramos
Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM
 
 

El 4 de septiembre se cumplió medio siglo del triunfo de Salvador Allende en las elecciones presidenciales chilenas de 1970. Constituyó un hito histórico porque por primera vez en Latinoamérica llegaba a la presidencia un candidato con un programa socialista, y que no ocultaba su marxismo en plena guerra fría. Ni siquiera Fidel Castro, durante la lucha revolucionaria, se atrevió a proclamarlo abiertamente.

“Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”, dijo Allende en 1972 (Guadalajara, México), 40 años después de que como líder estudiantil fue aprehendido por participar en protestas antidictatoriales. Pero su activismo político no estuvo reñido con los estudios: en 1933 fundó el Partido Socialista (PS) y se graduó como médico con honores. Dirigió la Asociación Médica de Valparaíso y fue secretario del PS en esa ciudad. Los socialistas se integraron al Frente Popular (FP) y candidatearon a Allende para una diputación, que ganó en 1937. Al año siguiente el FP llegó al poder con Pedro Aguirre Cerda, quien designó a Allende como ministro de salubridad, destacando su impulso a la medicina social y el combate a las enfermedades contagiosas. Después de que su partido abandonara el FP, Allende fue nombrado secretario general de aquel, y en 1945 ganó una senaduría.

A los 43 años compitió en sus primeras elecciones presidenciales, que fueron ganadas por Carlos Ibañez, quien jaló votos de la izquierda, Allende sólo obtuvo el 5.4% de los sufragios. Fueron los primeros años de la guerra fría, y el contexto cada vez se volvía más desfavorable para los partidos de izquierda. El golpe contra Arbenz, en Guatemala, mostró que Estados Unidos no estaba dispuesto a tolerar gobiernos reformistas y respaldó dictaduras o gobiernos conservadores, además de que el macartismo creó una atmósfera anticomunista y crecientemente persecutoria. Pese a ello, en algunos países como Chile la izquierda se fortalecía, en gran parte por políticos como Allende, quien promovía su unidad. Como candidato del Frente de Acción Popular (FRAP), alianza socialista-comunista, en los comicios de 1958 logró el 28.9 por ciento de los votos, la segunda mayoría simple tras el candidato conservador, Jorge Alessandri (el candidato populista Antonio Zambrano dividió a la izquierda).

El triunfo de la revolución cubana apanicó a los norteamericanos y agudizó las tensiones con los soviéticos. Eisenhower y sus sucesores implementaron diversas políticas de contención del comunismo, entre ellas la Alianza para el Progreso y de contrainsurgencia, no sólo contra las guerrillas latinoamericanas sino para frenar el ascenso político-electoral de la izquierda en la región. En su tercer intento, Allende (FRAP) enfrentó a Eduardo Freí, de la democracia cristiana, con quien la derecha cerró filas para evitar que ganara el médico socialista. Con sus banderas de la “revolución en libertad” y “chilenizar el cobre”, y el apoyo decidido político y financiero de los estadounidenses, alcanzó el 55 por ciento de los votos frente al 38 por ciento de Allende.

Pasaban los años y crecía la figura de Allende como un político íntegro, congruente y firme en sus convicciones y luchas, aunque moderado, ya que su fe en la democracia politica no era coincidente con quienes en la izquierda (y en su propio partido) despreciaban a la “democracia burguesa” y creían en la lucha armada para implantar el socialismo. En 1967, cuando cundía el castrismo-guevarismo en América Latina, el PS se radicalizaba y concluía que la vía armada era legítima para llegar al poder. Esta radicalización y el desencanto por las derrotas previas no impidieron que Salvador Allende volviera a contender, ahora por la Unidad Popular (integrada por los partidos Socialista, Comunista, Radical, Social Demócrata, MAPU y API). Su programa fue la “vía chilena al socialismo”, el cambio social dentro de los parámetros democráticos, un conjunto de medidas nacionalistas y reformistas avanzadas (nacionalización del cobre, fin de los latifundios y monopolios, entre otras) que sepultarían el capitalismo e implantarían una nueva sociedad. Aunque Allende no ocultaba su marxismo, rechazaba los medios violentos y dictatoriales para la transformación social.

Sus rivales en la elección de septiembre de 1970 fueron el demócrata-cristiano (DC) Radomiro Tomic, de centro-izquierda, y Jorge Alessandri, del derechista Partido Nacional. El escenario económico no era favorable para el oficialismo, además de que las posturas progresistas de Tomic le alejaron del votante conservador. La campaña se polarizó entre Allende y Alessandri, quien al inicio encabezaba las encuestas, pero cuya edad y enfermedad le hicieron perder fuerza y dinamismo. En cambio, Allende vino de menos a más y su cierre de campaña tuvo un millón de asistentes. Ante lo cerrado que se pronosticaba el resultado, el jefe del ejército, René Schneider, declaró que los militares respetarían la designación presidencial que hiciese el Congreso (como lo estipulaba la Constitución), en caso de que ninguno de los candidatos obtuviera la mayoría absoluta. Y así fue, Allende ganó con el 36.6 por ciento, Alessandrí obtuvo 35.2 y Tomic el 28 por ciento de los sufragios.

El gobierno de Nixon y los sectores derechistas intentaron bloquear la proclamación congresional de Allende. Primero, pretendieron que el Congreso eligiera a Alessandri, éste renunciaría y se convocaría a nuevas elecciones. El plan fracasó porque la DC y la UP acordaron un estatuto de garantías por el cual el candidato socialista se comprometía a respetar la Carta Magna. El nuevo plan era desestabilizar al grado de que las fuerzas armadas se vieran obligadas a intervenir. Ello incluyó secuestrar al general Schneider y mantenerlo en cautiverio, pero falló la ejecución porque el militar salió herido y falleció. Finalmente, los golpistas no pudieron evitar la votación parlamentaria del 24 de octubre, que declaró presidente a Salvador Allende, quien tomó posesión el 3 de noviembre. Con ello iniciaba una nueva era en la historia de Chile y América Latina. Lamentablemente, septiembre será recordado también por una fecha negra, el golpe de Estado fascista que derrocó a Allende, tres años después de su histórica victoria.