Así como existieron las carreras espacial y nuclear, la lucha por contener el coronavirus nos ha traído: “la carrera por la vacuna”. Una competencia que desde ahora tiene beneficiados y perdedores. La pandemia del COVID-19 cambió las reglas del juego y alteró los equilibrios de poder de la comunidad internacional. Hace mucho tiempo que la sociedad internacional en su conjunto no tenía un enemigo común, en este caso un enemigo imperceptible, que ha logrado trastocar a los mercados, debilitar a los gobiernos y vulnerar a las sociedades.
Pero esta lucha es también una competencia científica y económica de las potencias y de los laboratorios y farmacéuticas más importantes. Con la contención de la pandemia comenzó lo que hoy conocemos como “la carrera por la vacuna”, que hace recordar los mejores tiempos de la Guerra Fría, cuando la Unión Soviética y Estados Unidos rivalizaban por el avance nuclear, el desarrollo de armas químico biológicas, la conquista del espacio y la investigación submarina.
Hoy esta rivalidad tiene nuevos protagonistas, donde incluso las farmacéuticas y las empresas podrían tener un papel más preponderante que los mismos gobiernos y sus sistemas de salud, y donde son ellas las que definirán en gran medida el escenario económico, así como la suerte de los gobiernos en los próximos años.
Paradójicamente, esta lucha ha revivido una antigua rivalidad. Es inevitable no hacer una comparación entre la estrategia de Vladimir Putin y las “vacunas rusas”, y el protagonismo que asumió en su momento la Unión Soviética con la puesta en órbita del primer satélite espacial “Sputnik”; el primer humano en viajar al espacio exterior, Yuri Gagarin, y el desarrollo del mayor arsenal de armas de destrucción masiva en el mundo, superior al de Estados Unidos.
La “carrera por la vacuna contra el COVID-19” es también una competencia científica, y desde luego, con intereses geopolíticos. El éxito o fracaso de las vacunas candidatas marcará determinantemente el destino de los países y sus gobiernos en la próxima década.
Como si ya hubiéramos visto esta película en su versión cosmonáutica, el 11 de agosto del 2020 el gobierno ruso se apresuró a anunciar que ya existía una “vacuna probada” contra el COVID-19, y con esto propinó un severo “madruguete” internacional. En la política no hay sorpresas, sino sorprendidos, y Vladimir Putin sorprendió a los países europeos y a Estados Unidos, al menos mediáticamente. Tal como sucedió en el pasado con la carrera espacial, el éxito mediático del anuncio de la vacuna “Sputnik V” provocó que los gobiernos y las empresas reaccionaran de forma inmediata. En ese momento, la “carrera por la vacuna” se aceleró.
Hasta la fecha (enero 2021), el sitio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que NO existe vacuna contra el coronavirus y que por lo pronto solo existen “posibles vacunas” y algunos ensayos clínicos amplios. Aún NO se ha demostrado la total eficacia y seguridad de alguna vacuna, por lo que la OMS insiste en que, en caso de tenerla, debería contar con la aprobación de los organismos nacionales de reglamentación y tendría que fabricarse y distribuirse con apego a normas precisas. Según el mismo portal de la Organización, hasta este momento se han desarrollado más de 169 vacunas candidatas contra el COVID-19, 26 de las cuales se encuentran en fase de ensayos en seres humanos. En pocas palabras, la carrera por la vacuna continúa.
Sin embargo, a pesar de que aún no existe una vacuna completamente segura, los gobiernos y sus países se han adelantado y literalmente “han apartado” millones de dosis de acuerdo a sus recursos y alcances. Para enfrentar la crisis, los países impulsan soluciones pragmáticas, porque de momento han renunciado a la “vacuna perfecta” y piensan en la “vacuna ideal”, que no sólo cumpla con los estándares científicos necesarios, sino que también se adecue a sus posibilidades financieras para obtenerla, así como a su facilidad y funcionalidad para transportarla, distribuirla, resguardarla y aplicarla en millones de personas lo antes posible. La aplicación de estas vacunas a la población ya ha comenzado en países como Gran Bretaña y Rusia.
Lo que sí está claro desde ahora, son los beneficiados y perdedores de esta carrera. Los primeros serán las empresas, particularmente los reconocidos laboratorios y farmacéuticas que monopolizan la investigación químico-biológica. En este sentido, es muy difícil concebir la carrera por la vacuna sin tener en consideración las ganancias que la impulsan y la alientan.
Por ejemplo, en una audiencia en el Congreso de Estados Unidos. Los representantes de los laboratorios estadounidenses más importantes, Pfizer, Merck y Moderna, afirmaron que no venderían la vacuna contra el coronavirus a precio de costo, en caso de lograrla. Stephen Hoge, presidente de la compañía de biotecnología Moderna, afirmó que la empresa recibió 483 millones de dólares del gobierno para financiar la investigación. El laboratorio AstraZeneca, socio de la Universidad de Oxford, firmó un contrato por 1,200 millones de dólares con la agencia Barda del gobierno de Estados Unidos; mientras que el laboratorio Johnson & Johnson, fue financiado con 456 millones de dólares por el gobierno estadounidense.
No obstante, es preciso señalar que la competitividad propia del sistema capitalista es, desde mi punto de vista, un factor positivo que alienta a las empresas de tecnología a destinar más recursos, humanos y financieros a la búsqueda de la “vacuna perfecta”. Esta competitividad provocará que los laboratorios y farmacéuticas desarrollen “la mejor vacuna”, en el menor tiempo posible.
El COVID-19 ha golpeado a las economías de todos los países, pero como dice el refrán: “hasta en los sótanos hay niveles”. Los grandes perdedores de esta carrera serán, sin duda, los de siempre: las naciones más pobres. La pandemia ha profundizado la desigualdad y se ha ensañado con los más desprotegidos, en aquellas sociedades con un gran porcentaje de población en pobreza extrema, con marcados índices de desnutrición y bajos niveles de vacunación.
Aunque la “vacuna perfecta” existiera, su acceso y disponibilidad serán limitadas, y lamentablemente el proceso de vacunación será desigual y desproporcionado, por lo que la gran mayoría de la población mundial tendrá que soportar aún los estragos de la enfermedad durante varios años.
La pandemia, nos ha venido a demostrar, una vez más, la diferencia entre sociedades avanzadas y precarias; entre naciones organizadas e improvisadas; entre gobiernos responsables, que apuestan por la investigación científica, y otros como el de México, que recortan y limitan los recursos a sus investigadores en plena pandemia. Desafortunadamente, podemos continuar enunciando las amplísimas diferencias que existen entre el primer mundo y “los otros”. Diferencias que en la pandemia se agudizan y duelen.
Por ello insisto en que esta película ya la hemos visto, porque al igual que en la carrera espacial y nuclear, el “tercer mundo” y los países en desarrollo llevarán los costos de esta competencia, cuyo final es incierto, pero cuyos beneficiados y perdedores ya están bien definidos. Lo que falta por comprobar es qué país, o bloque de países, aprovecharán mejor la situación actual y saldrán mejor librados económica y políticamente en el mundo después del COVID-19.