La crisis energética es sólo una parte de la descomposición económica europea que se profundiza con las medidas impuestas por Rusia para limitar las exportaciones de gas natural, lo que obliga a los gobiernos a recurrir a medidas desesperadas para atemperar el incremento de más del 30% en los precios promedio, que continúan aumentaNdo desde el mes de agosto
En nuestro último artículo de El Ciudadano, de marzo de este mismo año, advertimos que la guerra (invasión) que tiene lugar en Ucrania no acabaría pronto, porque Rusia llevaría el conflicto a un desgaste y porque la intención del país más grande del mundo no es ni conquistar más territorio, ni la defensa de los grupos prorusos en Ucrania, ni el restablecimiento de la Rusia histórica de los zares o del territorio de la Unión Soviética, porque el objetivo es diferente, en una guerra que va más allá de lo militar.
Y mientras el conflicto en Rusia continúa, la crisis energética avanza en los países que conforman la Unión Europea y, en general, en toda Europa. Pero la crisis de la Unión Europea es más profunda, porque lo energético es sólo una parte que muestra la descomposición de la unión que trastoca lo económico y lo social.
Esta crisis de la Unión comenzó desde la precipitada adhesión de los países del este de Europa, muchos de los cuales pertenecieron a la Unión Soviética y cuya economía y sociedad no estaba preparada para formar parte de las “reglas del juego” de la Unión Europea, que resultó desestabilizada por la población adherida y sus economías.
El Brexit y la salida de Gran Bretaña de la Unión Europa demostraron el mal momento que atravesaba la Unión Europea, crisis que con o sin instituciones supranacionales continúa hasta nuestros días y explica el efímero paso de Liz Truss como primera ministra y la reciente elección de Rishi Sunak, en una nación que experimenta la inflación y una ola de bancarrotas históricas que, nada más entre abril y junio de este año, provocó que más de 5,600 empresas se declararan insolventes.
El caso británico es un claro ejemplo que demuestra las consecuencias de la pandemia por Covid-19 en el mundo, porque no hay duda de que la pandemia dejó a muchas naciones endeudas y, en el caso europeo, los países de la Unión tuvieron que realizar un gasto extraordinario, no calculado, en materia de salud cuyas consecuencias comenzamos a experimentar a partir de la segunda mitad del 2022.
La crisis energética es sólo una parte de la descomposición económica europea que se profundiza con las medidas impuestas por Rusia para limitar las exportaciones de gas natural, lo que obliga a los gobiernos a recurrir a medidas desesperadas para atemperar el incremento de más del 30 por ciento en los precios promedio, que continúan aumentando desde el mes de agosto. Particularmente en el caso de Reino Unido (aunque ya no pertenece a la Unión Europea), el temor de que Moscú cancele el suministro de gas durante el invierno provoca desde ahora que las empresas de gas británicas eleven sus precios en más de un tercio. En el mes de septiembre la incertidumbre del gas para el cierre de este año y el cierre temporal del oleoducto Nord Stream provocó la caída del euro a su nivel más bajo en 20 años. Nada más para que se den una idea de la dependencia de Europa con Rusia, en el 2021 el gasoducto Nord Stream 1 entregó a estos países casi el 40 por ciento del total de su consumo. No cabe duda de que será un invierno duro para todos los europeos, sean o no parte de la Unión Europea.
Lamentablemente, en plena crisis energética países europeos empiezan a considerar la posibilidad de un renacimiento de la energía nuclear como alternativa para disminuir los costos en el corto plazo y la desesperación ha llevado a países como Alemania, la principal potencia económica de la Unión Europea, a prolongar el funcionamiento de sus centrales nucleares para garantizar el suministro energético. La decisión del gobierno alemán, en palabras del canciller Olaf Scholz, fue “mantener todas las capacidades de producción energética para este invierno”. El ministro de asuntos económicos Robert Habeck hizo referencia a una crisis financiera parecida a la de 2008 generada por las graves consecuencias económicas de la situación energética europea e incluso advirtió irónicamente que el viejo continente podría regresar incluso al “uso de carbón”.
La crisis energética no es coyuntural, sino estructural, incluso algunos economistas consideran que estamos frente a una posible crisis energética global tan grande como la crisis petrolera de los años setenta, que provocó el fin del crecimiento que venía desde la Segunda Guerra Mundial y el estancamiento de las economías, como en el caso de México. Después de la pandemia muchos países productores y exportadores no han podido regresar a sus niveles de producción, por lo que es evidente una mayor desaceleración económica en el 2023.
Y mientras la crisis energética avanza y el invierno está a punto de llegar al hemisferio norte, en otras latitudes, Xi Jinping fue electo para un tercer mandato como secretario general del Partido Comunista Chino, mientras que su principal aliado, Vladimir Putin, continúa con su política agresiva de intimidación, donde negocia con las potencias europeas la apertura del Nord Stream y al mismo tiempo acusa a Reino Unido del sabotaje del gasoducto; así también busca el apoyo de los países integrantes de la Comunidad de Estados Independientes, pero manda misiles a objetivos civiles en Ucrania. Porque el objetivo de esta alianza y los países que la acompañan en este bloque como Irán, no es ni la conquista de Ucrania, ni la anexión de Taiwán, sino presionar al bloque contrario, a una debilitada Unión Europea y a un Estados Unidos al que se le ha “desordenado el mundo”.
Desde la década de los ochenta ya no existen guerras convencionales, ahora sólo existen conflictos no convencionales, y en el caso de Ucrania estamos ante una “guerra híbrida” donde existe una lucha más allá de lo militar, una batalla estratégica tecnológica, financiera, económica y, desde luego, también energética.
En este escenario de crisis o lucha energética no hay que perder de vista el desaire que en días pasados le propinaron al mismo presidente Biden en su visita a Arabia Saudita, lo cual incluso fue documentado por medios estadounidenses. Hay que recordar que, durante la campaña presidencial del 2020, el presidente Joe Biden llamó “paria” al gobierno saudí y ahora su visita confirmó que la nación árabe se encuentra lejos de Estados Unidos y más cerca de la misma Rusia. Lo anterior quedó demostrado en la última reunión del OPEP en la que Arabia Saudita decidió reducir la producción de crudo, en contra de los intereses de Estados Unidos.
Por si faltara algo, días después de la controvertida decisión de la OPEP, el presidente de los Emiratos Árabes Unidos, Mohamed bin Zayed, visitó al mismísimo Vladimir Putin. Está claro el lado que han elegido los países árabes, que ni han condenado la invasión rusa a Ucrania, ni tampoco planean aumentar la producción de petróleo que disminuya los precios de los hidrocarburos y reduzca la inflación que lacera las economías occidentales. De esta forma podemos imaginar que los precios del gas seguirán aumentando y la inflación seguirá subiendo. Veremos cómo nos recibe el año 2023.
Así que, a estas alturas, está claro que la situación que prevalece en Ucrania va más allá del conflicto en la región, porque ahora la lucha excede lo militar y porque los factores en juego son mucho más complejos que aquellos conflictos de la Guerra Fría como Vietnam y la Guerra de Corea, porque la misma globalización ha provocado que el conflicto se “mundialice”.