Retratos
Juan Rulfo y las letras que cuentan

“El alma es la antípoda del cuerpo y así amanece para ella cuando anochece para él”: Juan Rulfo

Arturo Sánchez Meyer

Arturo Sánchez Meyer

Los aplausos para Rulfo

El escritor colombiano Gabriel García Márquez escribió sobre la obra de Juan Rulfo: “No son más de 300 páginas, pero son casi tantas y creo que tan perdurables como las que conocemos de Sófocles”. Pocos lectores como el autor de Cien años de soledad se entregaron con tanto asombro y admiración a la obra de Juan Rulfo, el mismo García Márquez aseguraba con orgullo que podía recitar de memoria Pedro Páramo de principio a fin.

Pero no sólo el Nobel colombiano mostró respeto ante el escritor jalisciense; Jorge Luis Borges (quien no era de elogio fácil) incorporó a Rulfo en la colección de su biblioteca personal: “Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas en legua hispánica, y aún de toda la literatura”, escribió el argentino en el prólogo de la obra.

¿Por qué Juan Rulfo pudo levantar este tipo de inusuales gestos de admiración? ¿Cuál fue el secreto para que con sólo 300 páginas lograra ser uno de los escritores mexicanos más reconocidos en todo el mundo? Me perece que tiene que ver con que la genialidad de la narrativa de Rulfo está más en el “cómo se cuenta” que en el “qué se cuenta”, es decir, sus textos se entretejen en un ambiente rural donde la historia es, por supuesto, muy importante, pero el lenguaje es el que impacta y resume, no le sobra ni le falta nada, las palabras son precisas, exactas.

Rulfo le respondió así al escritor Joseph Sommers cuando éste le preguntó cómo logró escribir Pedro Páramo: “Pues, en primer lugar fue una búsqueda de estilo. Tenía yo los personajes y el ambiente, estaba familiarizado con esta región del país, donde había pasado la infancia y tenía muy ahondadas esas situaciones. Pero no encontraba un modo de expresarlas, entonces simplemente lo intenté hacer con el lenguaje que yo había oído de mi gente, de la gente de mi pueblo […] el sistema aplicado finalmente, primero en los cuentos, después en la novela, fue utilizar el lenguaje del pueblo, el lenguaje hablado que yo había oído de mis mayores y que sigue vivo hasta hoy”.

El llano en llamas

En este 2023 se cumplen 70 años de la publicación del primer libro de Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno (Juan Rulfo), El llano en llamas, cuyos primeros textos empezó a escribir en la década de 1940 y más tarde comenzó a publicarlos en una revista. “En 1942 apareció una revista llamada PAN, que por su peculiar sistema me dio la oportunidad de publicar algunas cosas. Lo peculiar consistía en que el autor pagaba sus colaboraciones. Allí aparecieron mis primeros trabajos. Y si no fueron muchos se debió únicamente a que carecía de los medios económicos para pagar mis colaboraciones”.

La revista PAN no contaba con financiamiento oficial, ni con suscriptores ni anunciantes, se financiaba por medio patrocinadores privados (de ahí que los autores tuvieran que pagar por publicar sus textos), era editada por los escritores Juan José Arreola y Antonio Alatorre, ambos eran amigos íntimos de Juan Rulfo. Fue Arreola quien convenció a Rulfo de publicar Pedro Páramo como lo conocemos hoy en día, en un principio iba a llamarse “Los Murmullos” y estaban contempladas varias secuelas del libro.

Después de publicar siete cuentos en la revista PAN y en la revista América, Juan Rulfo se ganó la beca de la fundación Rockefeller y, apoyado por el Centro Mexicano de Escritores, logró terminar de escribir El llano en llamas, había publicado para entonces siete textos en revistas literarias y añadió ocho más para la edición impresa de 1953. A pesar de que El llano en llamas es reconocido como uno de los mejores libros de cuentos que se han escrito en español, pasó casi desapercibido cuando se publicó.

“Al principio me sentí frustrado porque las primeras ediciones no se vendieron. Era una edición de dos mil ejemplares y más que nada los regalaba yo, así que los libros que circulaban era porque yo los había regalado”, comentó Rulfo en una entrevista sobre su libro de cuentos. Lo anterior contrasta con el éxito que tuvo después, las múltiples traducciones del libro a diferentes lenguas y la cantidad de lectores nacionales e internacionales que hasta la fecha tienen los cuentos de Rulfo.

Los diecisiete cuentos que componen El llano en llamas (Rulfo agregó dos relatos más en una edición posterior ) tienen en común el reflejo de la pobreza extrema en el México posrevolucionario, el olvido de los campesinos y de sus tierras, la vida y la muerte planteadas como un sinsentido. Los personajes de algunos cuentos, como “El llano en llamas” (que le da título al libro), matan y mueren así sin más, con dolor pero sin escándalo, con una aparente resignación ante la cual le queda claro al lector que hay una suerte de destino o de poder absoluto al que todos se someten.

“El espacio literario rulfiano está signado por el ejercicio de la violencia: violencia del cosmos y de los elementos, violencia de la revolución y de la guerra, violencia del bandolerismo y de la pobreza, violencia de las relaciones humanas, individuales y colectivas”, apunta el escritor peruano Ronald Forgues.

Los fantasmas de Juan Rulfo

Después de ingresar al Centro Mexicano de Escritores, víctima de un ataque de nervios y de un alcoholismo preocupante, Juan Rulfo se refugió en Tonaya, un pueblo en Jalisco donde su hermano tenía una casa.

El periodista Felipe Cobián recogió algunas de las impresiones de los pobladores durante la estancia de Rulfo en Tonaya: “Era muy retraído, casi no se juntaba con la palomilla, venía de Apulco y se sentaba como a platicar a solas, como a meditar, como a pensar mucho rato en el jardín, por ahí, por esas bancas”.

El testimonio anterior bien podría haber salido de una de las páginas escritas por Rulfo, quien tal vez estaba pensando en sus murmullos, en los ecos de la muerte que lo dejaron marcado tanto en su vida como en su literatura y que lo convirtieron en una persona retraída y solitaria: “Yo soy un hombre muy solo, solo entre los demás, con la única que platico es con mi soledad. Sé que todos los hombres están solos, pero yo más”, declaró Rulfo en una entrevista.

La infancia y la juventud de Juan Rulfo estuvieron marcadas por la sombra de la muerte; la primera fue la de su abuelo, poco después su padre fue asesinado y cuatro años más tarde falleció su madre, esto, entre muchas otras desgracias familiares, dejó una profunda herida en el escritor y fotógrafo jalisciense.

Cuando Rulfo tenía seis años su padre, don Cheno, le pidió al hijo de su vecino, Guadalupe Nava (de solo quince años), que tuviera cuidado con su ganado porque estaban invadiendo sus terrenos, no fue una discusión ni un pleito, solamente una petición. Por la tarde, después de su jornada, don Cheno se encontró de nuevo con Guadalupe, quien le pidió acompañarlos a él y a su peón hasta la hacienda, unos metros más adelante (sin aviso y por la espalda) Guadalupe sacó una escopeta y le pegó un tiro en la nuca al padre de Rulfo. Guadalupe Nava nunca fue apresado por este asesinato, se pasó la vida escondido y huyendo.

Esta anécdota sobre el asesinato artero de don Cheno es la trama central del cuento “Diles que no me maten”, publicado en El llano en llamas. Para muchos críticos este cuento es uno de los mejores de la obra de Juan Rulfo, quien estaba siempre arrastrando la muerte, la de los demás y la propia.

Juan Pablo Rulfo Aparicio, hijo del autor de Pedro Páramo, asegura que su padre vivía aterrorizado de que sus palabras pudieran causarle algún daño a su familia o a él mismo. “En marzo de 1981, a las tres de la mañana, Juan Rulfo llamó por teléfono a Vicente Leñero. “Vicente –le dijo– te he estado buscando por todas partes. Mira, Vicente, estoy preocupado por ese libro que vas a publicar en Proceso. No puedo ni dormir, de veras. Mi hijo vio que se estaba imprimiendo… no lo vayan a publicar, por favor”. Se refería a la recopilación de artículos que, sobre él, había publicado la revista Proceso y que, estaba seguro, causarían la muerte de alguien cercano si se publicaban.

En una entrevista con el periodista Martín Caparrós, publicada en el New York Times, Rulfo le contó al argentino que la noción de la muerte para él y para los latinos en general, es muy diferente a la que conciben los europeos, “ellos nunca piensan en la muerte hasta el día que se van a morir, los latinoamericanos están pensando en la muerte todo el día. Hasta para dormirse dicen ‘Dios mediante’. Dicen ‘Hasta mañana, si Dios nos da vida’. Porque siempre conviven con la muerte”.

“El Zorro es más sabio”

Como un tributo más a Rulfo, el escritor guatemalteco Augusto Monterroso le dedicó (de manera velada, pero evidente para quienes conocen la historia y la obra de Juan Rulfo) una de sus famosas fábulas publicadas en el libro La oveja negra y demás fábulas. La historia habla de un zorro que había decidido ser escritor, ya que estaba “aburrido y hasta cierto punto melancólico”, escribe Monterroso. “Así que publica un libro y es muy bueno, publica otro y resulta aún mejor que el primero; el zorro se encuentra muy satisfecho”.

Pero la historia no puede terminar ahí porque ni sería fábula ni hablaría de Rulfo; Monterroso continúa:

Pero los demás empezaron a murmurar y a repetir “¿Qué pasa con el Zorro?”, y cuando lo encontraban en los cócteles puntualmente se le acercaban a decirle: tiene usted que publicar más.
—Pero si ya he publicado dos libros —respondía él con cansancio.
—Y muy buenos —le contestaban—; por eso mismo tiene usted que publicar otro.
El Zorro no lo decía, pero pensaba: “En realidad lo que éstos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer”. Y no lo hizo.

Juan Rulfo tampoco lo hizo, 300 páginas le bastaron para convertirse en uno de los escritores más importantes de la literatura universal. Tuvo razón Monterroso: el zorro fue más sabio.