La tragedia que hoy se vive en la franja de Gaza representa el fracaso total de la política exterior estadounidense en la región, las imágenes que vemos en los medios de comunicación y las redes sociales demuestran todo lo que EE. UU. ha hecho y dejado de hacer en Medio Oriente
¿Ustedes recuerdan a ese EE. UU. que se asumía como la policía mundial? ¿Viene a su mente ese EE. UU. que borró a los fascismos y salió victorioso de la Guerra Fría? ¿Ese país que comenzaría una era unipolar y que daría inicio al siglo americano? Pues esa nación, en el nuevo orden mundial, está irreconocible, porque la política exterior del presidente Biden está muy lejos de los Roosevelt, de Truman, de Bush y hasta del mismo Obama. No sólo se aprecia un EE. UU. que ha perdido el control del “juego mundial”, sino que incluso somos testigos de la versión estadounidense más frágil que se haya visto desde George W. Bush y Donald Trump, que ya es decir mucho.
La política exterior del actual gobierno sólo quedará en los anuarios como un rumor, como una anécdota, porque sus acciones y decisiones ni siquiera dan para hablar de una “Doctrina Biden”, cuyo mayor éxito fue el anuncio de la muerte del avejentado líder terrorista de Al-Qaeda, Ayman az-Zawahirí en 2022, pero que, paradójicamente, también durante su administración se toleró el regreso del régimen talibán en Afganistán. Desde la derrota de los EE. UU. en Vietnam no se veía una cosa similar, y ya también es decir mucho.
La tragedia que hoy se vive en la franja de Gaza representa el fracaso total de la política exterior estadounidense en la región, las imágenes que vemos en los medios de comunicación y las redes sociales demuestran todo lo que EE. UU. ha hecho y dejado de hacer en Medio Oriente. Probablemente, esta crisis no hubiera sucedido si aún estuviera presente el EE. UU. de la contención bipolar al que todos le respetaban la jerarquía, pero que ahora es retado y provocado en muchas regiones del planeta.
En defensa del presidente Biden, no todo es su culpa, porque su política exterior sólo es el corolario de una serie de malas decisiones que desde hace 20 años impulsa EE. UU. con presidentes improvisados como George W. Bush y otros entreguistas a Rusia como el de Donald Trump, cuyos errores entorpecieron a la administración Biden.
Históricamente, la región de Medio Oriente siempre ha sido inestable, pero al menos las decisiones que tomó EE. UU. durante la Guerra Fría permitieron que la zona tuviera una estabilidad moderada con Israel como aliado estratégico y otros estados con los que se construyeron alianzas importantes, como con Egipto, Turquía, e incluso en su momento, el mismo Iraq. Sin embargo, lamentablemente para EE. UU. y para el mundo, los atentados terroristas de 2001 modificaron radicalmente su política exterior y provocaron consecuencias desastrosas para Medio Oriente.
Como ustedes recordarán, cuando empezó este siglo EE. UU. convocó a una cruzada internacional por la paz y la seguridad contra el régimen radical talibán instaurado en Afganistán, lugar donde aparentemente se encontraban los responsables de los atentados al WTC. Meses después, el presidente George W. Bush planteó que también era necesaria otra cruzada mundial en contra del régimen de Sadam Hussein, debido a que supuestamente existían armas de destrucción masiva en Iraq, mismas que nunca fueron encontradas ni reportadas, pero que constituyeron el soporte principal de la narrativa estadounidense para justificar su invasión unilateral, aun cuando Naciones Unidas nunca comprobó su existencia y existía un rechazo generalizado por parte de la comunidad internacional contra la invasión.
Desde entonces la democratización en Medio Oriente ha sido muy costosa y, paradójicamente, no sólo no se cumplió con el objetivo, sino que incluso provocó el fortalecimiento del radicalismo en toda la región, cuyo mejor ejemplo es el ya mencionado regreso del régimen talibán en Afganistán.
Así, la administración de Biden cosecha los errores de más de veinte años que dejan una región incendiada. Por ejemplo, en Iraq no existe una democracia consolidada, por el contrario, los grupos radicales continúan su crecimiento. En Siria, a pesar del uso indiscriminado y comprobado de armas químicas contra la población civil, su gobernante, Bashar al-Ássad, continúa en el poder debido al apoyo directo de Vladimir Putin a su gobierno. Esta atrocidad hubiera sido el pretexto suficiente o necesario para que el presidente Nixon o cualquier gobierno de los EE. UU. invadiera Siria, pero como dijimos, ya no es el mismo de la Guerra Fría.
Asimismo, Biden cometió un error estratégico desde su campaña presidencial cuando calificó a la monarquía saudita de “gobierno paria”. A partir de ese error, el gobierno estadounidense tiene la puerta cerrada con la monarquía saudí, que en estos momentos de crisis podría ser un aliado estratégico para pacificar la región, pero que no cuenta con su apoyo, ni con el de Emiratos Árabes Unidos, que ahora está más cerca de los BRIC, particularmente de Rusia.
De Irán ya mejor ni hablamos, ya juega en otra liga. Su gobierno motiva a otras naciones a seguir su modelo conservador, mientras que su posición geopolítica inmejorable le permite negociar directamente con los países BRIC e incluso incidir en las decisiones de este selecto grupo, a pesar de que formalmente no forma parte de ellos. El EE. UU. de antes hubiera negociado directamente con el país islámico, pero ahora, en el nuevo orden mundial, necesita de la intermediación de la República Popular de China para avanzar en sus negociaciones con Irán. ¿Qué dirá Kissinger de la nueva diplomacia estadounidense?
Y todo lo anterior nos lleva a la actual crisis de Israel, aliado estratégico de EE. UU. que con el paso de los años había resistido en una zona inestable, pero que hoy experimenta las consecuencias de años de políticas fallidas e intervenciones estadounidenses injustificadas que dejan a una región más inestable, insegura y conservadora de lo que era veinte años atrás. Sin duda, cosechamos lo que sembramos.
Por si faltara algo en esta crisis, nadie hubiera imaginado, ni los gobiernos más radicales como Irán, una reacción bélica de mediana intensidad por parte de algún país de la región, pero ya encarrerado el ratón, y aprovechando que todo mundo ya hace lo que quiere en la zona, la República de Yemen decidió ponerle más emoción a la coyuntura y declarar la guerra a Israel. Y ya entrados en provocaciones, durante este conflicto la República Popular de China se dio el lujo de desplegar barcos de guerra en Medio Oriente, tan solo para dejar claro a todo el planeta cómo funciona el orden mundial. ¿Qué hubiera dicho el expresidente, general Eisenhower de semejante provocación que ni el mismísimo Kennedy hubiera tolerado?
Por otra parte, en estos días en que los medios de comunicación y la prensa se han volcado a dar seguimiento oportuno a los ataques en la franja de Gaza, ¿saben ustedes en qué va el conflicto en Ucrania?, ¿cómo va el avance de la OTAN? Mientras todo mundo volteaba a Medio Oriente, en Eslovaquia, país perteneciente a la Unión Europea, ganó un candidato prorruso cuya única propuesta concreta era dejar de apoyar el financiamiento al conflicto de Ucrania; mientras que en EE. UU., el republicano MIke Johnson, aliado de Donald Trump, fue electo presidente de la Cámara de Representantes.
Ya para terminar, y para que vean que tan irónica y descarada puede ser la diplomacia, desde la mismísima Federación Rusa llegó una propuesta de plan de paz para el conflicto de Medio Oriente, a pesar de que esta nación continúa con la invasión ucraniana, según sabemos de las últimas noticias.
A estas alturas sinceramente ya es inútil hablar de que la política exterior del presidente Beiden debe mejorar, más bien será tarea del próximo presidente de los EE. UU. regresar a su nación a la posición que históricamente había tenido en el juego mundial, si es que no es demasiado tarde.