Cultura
Karlův most: la historia épica de un gigante de piedra

Como en todas las historias de los grandes héroes de la antigüedad, existen los hechos (más o menos) documentados, pero quizá lo que los vuelve más emblemáticos es que han ocupado un lugar fundamental en el imaginario de miles de generaciones, y con ello nacieron las leyendas que han sobrevivido a lo largo del tiempo

Adriana Sánchez Meyer

En la madrugada del 9 de julio de 1357, a orillas de las frías aguas del río Moldava, una mirada majestuosa contemplaba con orgullo la colocación de la piedra fundacional de un gran tesoro, exactamente a las 05:31. El tesoro: un imponente puente de piedra; el observador: Carlos I de Bohemia y IV de Alemania, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y rey de Bohemia; el sello del vaticinio: 135797531, la secuencia capicúa perfecta.

Esa es la historia de la creación del famoso Karlův most o Puente de Carlos, el segundo más antiguo de la República Checa y el más viejo de Praga, que cruza el río Moldava para unir Staré Město, la Ciudad Vieja, con Malá Strana, la Ciudad Pequeña. La construcción fue supervisada por Peter Parler y dirigida por un magister pontis, Jan Ottl.

Con 520 metros de largo y 10 de ancho, es considerado como la obra civil gótica más grande del mundo, apoyado sobre 16 arcos, rodeado por 30 esculturas y fortificado con tres torres distribuidas entre sus dos cabeceras.

Contra viento y marea

Así como los juglares contaban las hazañas épicas de los grandes guerreros, a este gigante de piedra medieval cientos de turistas le rinden tributo posando ante cámaras fotográficas, rodeando atentos a músicos y pintores callejeros, y siguiendo banderas de colores que cruzan a paso apresurado mientras vociferan historias y datos curiosos en distintos idiomas.

El héroe, como en todos los casos, ha soportado terribles embates desde que fue construido para reemplazar al antiguo Puente de Judith, destruido por una inundación. Y aunque el nuevo sucesor fue construido con arenisca de Bohemia y hasta fortalecido el mortero con huevo y leche de vaca (según la leyenda, aunque pruebas modernas de laboratorio han demostrado que el mortero contiene también ingredientes orgánicos), nada impidió que sufriera graves daños durante su historia.

Según el sitio turístico Verneus, a lo largo de su construcción el puente fue amenazado por inundaciones varias veces (en 1359, 1367, 1370, entre otras). En 1432, a causa de otra inundación, el puente se rompió en tres puntos y cinco de sus pilares resultaron gravemente dañados, las reparaciones en esa ocasión tomaron 71 años. En 1784 y 1890 pedazos de balsas rotas y témpanos de hielo derrumbaron varios de sus pilares, tres arcos fueron derribados y dos de sus estatuas terminaron en el fondo del río.

A estos desastres naturales habría que sumar las guerras que el puente ha atestiguado y a las que ha resistido, desde la Batalla de la Montaña Blanca, un año después de la cual las cabezas de los 27 líderes de la revuelta anti-Habsburgo fueron colgadas en el puente para advertir a futuros adversarios; la Guerra de los Treinta Años, que en sus últimos brotes (1648) libró un combate contra los suecos sobre el puente; la Revolución de 1848, donde algunas estatuas fueron dañadas; hasta, por supuesto, las dos Guerras Mundiales.

Se dice que cuando los más renombrados astrólogos y numerólogos de la época insistieron en que el rey Carlos IV asistiera a la colocación de la primera piedra en la fecha establecida: 135797531, la fortuna aseguraría que el puente duraría para siempre. Hasta hoy, aunque ha sufrido numerosas reparaciones y refuerzos, a pesar de los embates, el gigante de piedra se ha mantenido en pie después de más de 650 años.

Los santos custodios

La función principal del puente siempre fue hermanar las ciudades separadas por el río, por lo que sus dimensiones se pensaron para albergar cuatro carriles. Para sostener económicamente semejante obra los Caballeros de la Cruz con Estrella Roja (sustituidos posteriormente por la municipalidad de la Ciudad Vieja) eran los encargados de recaudar fondos cobrando peaje. Por estos carriles circularon en un principio carruajes, después un tranvía tirado por caballos que fue reemplazado con el tiempo por uno eléctrico y finalmente de autobuses, pero a partir de las obras de mantenimiento de 1978 se restringió únicamente al acceso peatonal.

El mayor lujo de que los peatones puedan caminar libremente por todo lo ancho de esos cuatro carriles es poder detenerse a contemplar las estatuas que se enfilan a lo largo de sus dos extremos, quince de cada lado, y que dan la apariencia de ser algo más que simples adornos.

Estas 30 estatuas de santos de estilo barroco fueron, en su mayoría, erigidas entre los siglos XVII y XVIII. Actualmente las que se observan en el puente son réplicas exactas de las originales, que se encuentran preservadas en el Lapidarium del Museo Nacional y fueron construidas por los artistas más prominentes de Bohemia, como Matthias Braun, Jan Brokoff y sus hijos Michael Brokoff y Ferdinand Brokoff.

Aunque el valor estético de estas esculturas habla por sí solo, vale la pena mencionar a los 30 santos que parecen custodiar el puente de espaldas a las turbulentas aguas del río y guiar el camino de los transeúntes. En el Diario del viajero, María Sol Rizzo habla de la atmósfera que transporta a los viajeros al Medievo y enlista las figuras de los santos y el año en que fueron colocadas: San Wenceslao (1858), Cristo entre los Santos Cosme y Damián (1709), San Juan de Mata, San Félix de Valois y el beato Iván (1714), San Vito (1714), San Adalberto (1709), San Felipe Benzi (1714), Santa Lutgarda (1710), San Cayetano (1709), San Juan Nepomuceno (1683), San Agustín (1708), San Nicolás Tolentino (1708), San Judas Tadeo (1708), Santos Vicente Ferrer y Procopio (1712), San Francisco de Asís con dos ángeles (1855), San Antonio de Padua (1707), Santa Ludmila (1710), Santos Norberto, Wenceslao y Segismundo (1853), San Francisco de Borja (1710), San Juan Bautista (1857), San Cristobal (1857), Santos Cirilo y Metodio, San Francisco Javier (1711), Santa Ana (1707), San José (1854), Crucifixión (siglo XVII), Pietà (1859), Santas Bárbara, Margarita e Isabel, La Virgen, Santo Domingo y Santo Tomás (1708), La Virgen y San Bernardo (1709).

De todas ellas, se dice que la primera en ser erigida fue la de San Juan Nepomuceno, pero no sólo es su antigüedad lo que le da valor, sino el tributo que rinde al santo que fue arrojado al río por órdenes del rey Wenceslao IV. Según el resumen biográfico del sitio BB (Busca Biografías), dirigido por Víctor Moreno, después de ser canónigo de la Catedral y vicario general del arzobispo de Praga, Juan Nepomuceno fue nombrado confesor de Sofía de Baviera, la reina consorte de Bohemia, y al negarse a romper el voto de sigilo sacramental (o secreto de confesión) causó la ira del rey, por lo que fue torturado y finalmente arrojado del puente. Aunque esta historia no ha podido ser probada, a San Juan Nepomuceno se le considera el santo patrón de Bohemia, protector contra las calumnias y las inundaciones. Y además de que en el puente hay una placa que muestra el sitio desde el cual fue arrojado al río, el pedestal de la estatua es un lugar donde el tránsito peatonal se detiene de golpe, ya que se dice que quien toque la representación del santo, volverá a Praga.

Entre ángeles y demonios

Como en todas las historias de los grandes héroes de la antigüedad, existen los hechos (más o menos) documentados, pero quizá lo que los vuelve más emblemáticos es que han ocupado un lugar fundamental en el imaginario de miles de generaciones, y con ello nacieron las leyendas que han sobrevivido a lo largo del tiempo. Uno puede creerlas o no, pero cuando la noche cae sobre el Karlův most y el barullo de sus transeúntes comienza a disiparse, los ecos del río chocando entre las piedras parecen confirmar que hay mucho más que contar.

Con más de 650 años de antigüedad, del Puente de Carlos se cuentan muchas leyendas, pero hay dos que ejemplifican el horror y la gloria, la luz y la sombra que conviven en el puente. En el sitio web de la Radio Internacional de Praga, Czech Radio, Eva Manethová comienza relatando la leyenda del sacrificio.

Se cuenta que en los años de construcción del puente no pasó un solo día sin que hubiera un accidente que retrasara los trabajos. Desesperado, el maestro de obras buscó un ayudante para terminar los arcos. Muy pronto el joven notó que lo que se construía de día, el diablo lo derribaba por la noche, por lo que hizo con él un pacto terrible, le entregaría el alma del primero que cruzara el puente una vez terminado. A partir de ese momento la construcción avanzó sin más percances.

El día en que el puente sería inaugurado y bendecido, el constructor ordenó a una patrulla que bloqueaba el acceso que no permitiera entrar a nadie, planeaba engañar al diablo para poder liberarse del pacto. Había comprado un gallo al que guardó en una canasta en el interior de una de las torres que custodiaban el acceso al puente y quería soltarlo antes de que se realizara la inauguración, así el gallo sería el primero en pisar la calzada de la obra terminada y se liberaría el constructor del compromiso de entregar al diablo el alma de quien pisara primero el Puente de Carlos. Pero el demonio, como siempre, fue más astuto y se adelantó a preparar otra trampa, se disfrazó de ayudante de albañil y llegó corriendo a la casa del constructor, cuando su joven esposa le abrió la puerta, el demonio disfrazado la convenció de que su marido estaba gravemente herido en el puente. La mujer angustiada corrió a su encuentro y ninguno de los obreros pudo detenerla. El joven constructor, al ver la inminente perdición de su amada, soltó al gallo, pero ya era tarde, en cuanto puso un pie en el puente la mujer desapareció ante los ojos horrorizados de su esposo.

Desde entonces, siempre hacia la medianoche deambulaba por el Puente de Carlos el alma de la desdichada mujer en forma de una figura blanca, gimiendo tan lastimosamente que los transeúntes rezagados huían despavoridos. Todos menos un campesino que, con alma humilde y gran valor, contestó a la voz fantasmal, «¡que Dios te ayude y te dé la paz eterna!” En ese instante el alma en pena de la mujer se elevó al cielo, rompiendo el terrible pacto.

La segunda leyenda que narra Eva Manethová nos aleja del horror y tiene que ver justamente con la estatua de San Juan Nepomuceno. Se cuenta que en una aldea cercana a Praga vivía un campesino muy pobre que luchaba cada día por dar de comer a su numerosa familia. En su angustia rezaba cada noche a San Juan Nepomuceno, pidiéndole un milagro que lo salvara de aquella situación. Una noche soñó que el santo se acercaba a su cama y le revelaba, “ve a Praga y en el Puente de Carlos encontrarás pistas de un tesoro”.

Al día siguiente el campesino partió a la ciudad y una vez en el puente comenzó a correr de un lado a otro buscando la pista prometida. Estuvo muchas horas recorriendo cada rincón hasta que un soldado que patrullaba el puente notó que había algo extraño en ese hombre y le preguntó qué estaba buscando, a quién esperaba. “Espero a quien me muestre el tesoro”, respondió llanamente el campesino. Ante las carcajadas del soldado, el hombre confundido y desesperado le contó el sueño que había tenido la noche anterior. La historia cortó de tajo la risa del soldado, quien lleno de asombro le confesó que había soñado esa misma noche que San Juan Nepomuceno le daba un mensaje incomprensible: “Vete a la aldea donde se alzan tres cruces sobre una roca. Busca la última casa del pueblo, rodeada por un pequeño huerto con un viejo manzano. Debajo del árbol está enterrado un tesoro que remediará tu pobreza”.

“Es mi casa, mi huerto y mi manzano, y las cruces se yerguen sobre nuestra aldea”, exclamó asombrado el campesino. A toda prisa se fueron juntos a la aldea, cavaron debajo del viejo manzano y, después de algunas horas, ante sus ojos incrédulos la tierra descubrió una olla llena de ducados. Dando saltos de alegría, el soldado y el campesino se repartieron el tesoro, agradeciendo eternamente al fiel santo haberlos librado de la pobreza.

Lo que este puente ha atestiguado es imposible de enumerar, pero al conocer un poco de su historia uno puede explicarse esa sensación, no sólo de bienvenida o despedida de una Ciudad Vieja a una Nueva, sino de estar cruzando un portal a través del tiempo. Praga es una capital emblemática que guarda tesoros de todas las épocas en cada uno de sus rincones y el Puente de Carlos es quizá una de sus joyas más preciadas.