Está claro que Steve Wynn no descubrió el hilo negro de la relación entre arte y dinero, pero sí pudo entrever un fenómeno que es cada vez más frecuente en la actualidad: el arte como una vía de inversión estratégica
Los Picassos en pedazos
«Lo del magnate de los casinos y coleccionista Steve Wynn con sus Picassos empieza a ser digno de un guion de Hollywood”, escribió Natividad Pulido en el diario ABC. Y era verdad: la historia, ocurrida en 2006, tenía todos los elementos necesarios para salir en las primeras planas de los diarios, tal como ocurrió. Comenzó como una noticia al reportarse que el millonario vendería el Picasso más caro de la historia al gestor de fondos y también coleccionista Steven A. Cohen por 139 millones de dólares (el récord hasta el momento era de 135 millones de dólares).
Un día después de haber acordado la venta, mientras recorría la sala de exposiciones con sus amigos, Wynn atravesó con el codo El sueño de Picasso, lo que dejó en el lienzo “a la altura del antebrazo de Dora Maar, modelo del retrato de Picasso, un hueco del tamaño de un dólar de plata”, según se narra en el diario La Nación. Resulta que el magnate, que tanto disfrutaba de contemplar su colección, sufría retinitis pigmentosa, enfermedad que va destruyendo de forma gradual la retina y el nervio óptico, por lo que su visión periférica se había visto afectada.
La noticia del accidente dio la vuelta al mundo, pero contrario de lo que sucedería con cualquier persona desconocida y por increíble que parezca, Wynn recibió tres ofertas por la pintura dañada que, según se elucubraba, podían alcanzar los 150 millones de dólares. ¿Cómo es que el cuadro de uno de los principales pintores y escultores a nivel mundial puede aumentar su valor al ser dañado? El título de la obra cambió rápidamente a El sueño roto, pues ahora contaba dos historias: la de Picasso y la de Wynn, lo cual dice mucho sobre la percepción pública de la estética en el arte. Sin embargo, esta venta no se concretó, puesto que Steve decidió restaurarla por 90 mil dólares. Cuando concluyó la reparación, según afirma Natividad Pulido, “el cuadro se tasó en 85 millones, menos del precio al que iba a venderse, lo que llevó a Wynn a demandar a su compañía de seguros. La venta a Cohen se cerró siete años después”, esta vez por 155 millones de dólares.
Pero esta no fue la única vez que un Picasso de Wynn sufrió un accidente a punto de ser vendido. En 2018, El marinero, autorretrato del mismo artista español pintado en 1943, estaba por exhibirse para ser subastado en la sala Christie’s de Nueva York por un valor de 70 a 100 mil dólares. La sorpresa fue que al inaugurarse la subasta, se anunció que la obra había tenido que ser retirada por sufrir daños a manos de uno de los empleados de la empresa que había sido contratada para pintar las salas de la galería. “El pintor dejó una barra extensible para un rodillo de pintura apoyado contra una de las paredes. Según la denuncia, la barra resbaló y cayó contra el Picasso, que descansaba sobre almohadillas de espuma contra la pared, provocando un agujero en el lienzo”, narra el diario ABC.
Por supuesto que ser coleccionista de arte tiene sus riesgos, pero, al parecer, si logras convertirlos en historias que llenen las portadas de periódicos y revistas, la diosa de la fortuna te va a sonreír. Como afirma Andrea Aguilar en el diario El País: “La casa siempre gana en los casinos. Y parece que uno de sus grandes empresarios, Steve Wynn, también”.
Show me the Monet
La difusión cultural es una tarea ardua y no particularmente lucrativa, al menos no dentro de los parámetros tradicionales. Pero como dinero llama a dinero (o dinero llama a influencia y poder, que llaman a dinero), no hay motivo por el que una buena acción no pueda ser gratamente remunerada.
Durante su entrevista con Charile Rose, Wynn había reconocido su sorpresa al atestiguar cómo guardias de seguridad, encargados de mantenimiento, comerciantes de las exposiciones temporales, además de sus amigos y familia, habían mostrado tal interés y beneficio al permanecer cercanos a sus obras de arte. Su entusiasmo por lograr que ese enriquecimiento se contagiara “a todos los demás también” era legítimo, lo cual no excluía que pensara en una forma de volverlo también redituable.
En medio de la crisis económica de 2009, que formó parte de la llamada Gran Recesión originada en Estados Unidos y extendida por varios países, Wynn decidió apostar, una vez más, por el arte, al adquirir una escultura de dos metros de altura del famoso “Popeye, el marino”, creada por el artista Jeff Koons. Fue la tres de tres, vendida por 28.2 millones de dólares.
A esas alturas, no sorprendió que la obra fuera inmediatamente expuesta en uno de sus casinos, sino su destreza para conseguir, incluso, que se creara una nueva ley. Conxa Rodríguez describe en un artículo para El Mundo que “el magnate presionó durante años a las autoridades del estado de Nevada, cuya principal ciudad es Las Vegas, para que rebajaran los impuestos a las obras de arte que se exhibiesen en público […] que se fiscalizaban en un 7.5% a partir de los 25,000 dólares (17,500 euros) de precio de adquisición. Pero si las piezas se exponían en público al menos 20 horas semanales, durante al menos 35 semanas al año, el impuesto del estado de Nevada se rebajaba al 2%”.
Esta ley, conocida como “Show me the Monet”, había entrado en vigor tiempo atrás, lo cual eximió al magnate de los casinos de los duros efectos de la crisis, considerada la más grande desde la Gran Depresión de 1930.
El arte al amparo de los multimillonarios
La relación entre el arte y la “clase acomodada” no es nueva, ya que puede observarse en varios periodos de la historia desde el mecenazgo, término que proviene del político romano Cayo Mecenas, quien financió la producción artística y literaria de los exponentes más importantes de su época. Según la Real Academia Española, el mecenazgo se define como “protección o ayuda dispensadas a una actividad cultural, artística o científica” y su regulación se centra en ofrecer incentivos o deducciones a los donantes.
Está claro que Steve Wynn no descubrió el hilo negro de la relación entre arte y dinero, pero sí pudo entrever un fenómeno que es cada vez más frecuente en la actualidad: el arte como una vía de inversión estratégica. Hoy en día, millonarios como Jeff Bezos, Oprah Winfrey o Leonardo DiCaprio recurren con frecuencia al arte como una especie de seguro para sus amasadas fortunas.
Como explica Kaity Wolf en el diario español Benzinga: “La inversión en arte, a menudo considerada exclusiva para los ultrarricos, ofrece una combinación única de prestigio cultural y resistencia financiera. Ha demostrado una estabilidad notable, sirviendo como un seguro contra las recesiones económicas, la inflación y la devaluación de la moneda. Para multimillonarios como Bezos, el arte no solo representa diversificación, sino también una forma sofisticada de preservar y hacer crecer su riqueza”. El fenómeno funciona por varios factores que la autora resume en tres aspectos: preservación de la riqueza, diversificación y privacidad. Finalmente, asegura que “según el Informe de Multimillonarios 2022 de UBS, el 30% de los multimillonarios posee colecciones de arte con un valor promedio de 300 millones de dólares […] el arte contemporáneo ha superado constantemente a los bienes raíces, el oro e incluso el S&P 500 en los últimos 27 años”.
Así, la fórmula que explotó Steve Wynn para ayudar a convertir un desierto en el destino turístico más socorrido para el entretenimiento mundial (dinero, fama y prestigio), se sostiene hasta la fecha, en gran medida, sobre una base que toca las fibras más profundas de cada uno de nosotros e, irónicamente, ante la división económica o educativa, alumbra las experiencias que nos igualan y nos identifican como humanos: el arte.