El Nuevo Orden Mundial (tercera parte)

El nuevo orden mundial es un claro regreso a la realpolitik, a la política de bloques, que, de hecho, nunca se fue

Guillermo Rocha Lira

Guillermo Rocha Lira
@MemoRochaL

n septiembre de 2017, en este mismo espacio, escribí el artículo “El nuevo orden mundial”, en el que advertí del dominio que tendrían Rusia y China en el mapa geopolítico mundial, por lo que esta entrega lleva el mismo nombre como continuación de aquel análisis. También, este texto será el corolario de muchos artículos que en el transcurso de estos años escribí sobre Estados Unidos y otros países como China, India e Irán, que comprueban que el mundo sí tomó el rumbo que predijimos.

La victoria de Trump en las pasadas elecciones es el reflejo del nuevo orden mundial caracterizado por una tendencia antiglobalizadora y antisistémica que ha dejado atrás a las uniones regionales. Muchos analistas afirmaban que esta elección presidencial en Estados Unidos sería la más pareja de la historia, pero se comprobó que estas vocerías y encuestadoras no alcanzan a comprender aún lo que representa el fenómeno Trump en Estados Unidos.

En aquel artículo de 2017, afirmé que la Doctrina Trump sintetizaba gran parte del pensamiento nacionalista, intolerante y proteccionista presente en muchas regiones del planeta. La dinámica internacional se mueve marcadamente hacia una desglobalización que reafirma la derrota contundente del neoliberalismo y las tendencias integracionistas/globalizadoras. En esta nueva edición, me atrevo a predecir la creciente desdolarización del planeta y que pronto China será el nuevo acreedor mundial en sustitución del decadente Estados Unidos.

La nueva victoria de Trump sintetiza el nuevo orden mundial, en donde el comunitarismo y la cooperación de finales del siglo xx han sido sustituidos por la globalifobia del siglo xxi. Esto viene desde hace una década con la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea con el Brexit y la desaceleración económica de la misma Unión, cuyo endeudamiento continúa hasta ahora. Es probable que, en medio de la crisis, los europeístas hayan visto su última cruzada en la ayuda decidida a Ucrania, mientras sus países se incendiaban. Así sucedió en Alemania y Francia, cuyos gobiernos estaban más preocupados por enviar tanques a la frontera con Rusia que por poner atención al aumento de la crisis social en sus calles por el sistema de pensiones y jubilaciones. En todo caso, lo que demuestran las elecciones en Estados Unidos y la Unión Europea es que el espíritu nacionalista está de regreso, la divisón supera a la integración y el romanticismo de lo supranacional se erosiona frente a lo intergubernamnental.

La victoria de Trump en las elecciones presidenciales dejó grandes ganadores y perdedores como en su anterior mandato; sin embargo, ahora no diremos que hay un realineamiento de las fuerzas políticas mundiales, más bien afirmamos que el mundo sigue el camino que llevaba desde hace una década, es decir, que Rusia y China, en conjunto con sus aliados BRICS, dominan el tablero mundial.

Entre los grandes ganadores globales se encuentra el mismísimo Elon Musk, operador del magnate presidente y cuyo contubernio les dio la victoria en estas elecciones. Cabe recordar que en enero de 2021, cuando Biden llegó a la Casa Blanca, la plataforma de Twitter decidió suspender la cuenta de Trump para detener discursos de odio que llamaban a tomar por la fuerza las instituciones; cuatro años después, la situación ha cambiado totalmente, ya que la nueva plataforma X, propiedad de Elon Musk, otorgó su apoyo decidido al magnate presidente en este y otros medios de comunicación. Así de rápido cambian las cosas en el sistema capitalista, y más aún cuando la corporación se fusiona perfectamente con la vida política y gubernamental, como siempre ha sucedido en Estados Unidos, donde impera el gran capital y no precisamente la libertad.

En este mismo espacio también escribí un artículo llamado “El mundo en la era Putin”, en el que mencioné que Rusia había encontrado en el magnate presidente al títere perfecto para impulsar sus ambiciosos planes, por lo que la victoria de Trump debe ser interpretada también como el triunfo de Vladimir Putin. Ya lo dije en otros espacios y hoy lo reafirmo: no hay alianza más poderosa en este momento que el binomio Trump-Putin, por encima de lo que representan la desgranada Unión Europea y la debilitada OTAN, que en pocos meses ya no contará con el respaldo de Estados Unidos.

Asimismo, la política exterior rusa continuará con mayor voracidad porque el apoyo decidido que Estados Unidos le da a Ucrania pronto llegará a su fin. En este sentido, los europeístas de Bruselas son unos de los grandes perdedores de la victoria de Trump, porque su regreso a la presidencia hace tambalear a la alianza atlántica en materia económica y de seguridad, así como a la lucha contra el cambio climático y el acuerdo de París que Trump rechazó desde su administración anterior.

Aunque Trump se muestre como el nuevo sheriff del condado, la realidad es que más bien es un administrador de gobierno, un extraordinario gerente de hoteles, que antes que poner orden o enfrentar a un poder mayor, preferiría “un buen acuerdo” en el que haya escenarios ganar-ganar. Por eso, no podemos esperar que en Medio Oriente el nuevo policía local ponga orden, porque en la región ya hay mucho que perder con Siria y Líbano incendiados, Israel descontrolado y emancipado del gobierno estadounidense, e Irak y Afganistán ultraconservadores y convertidos en lugares en donde los fundamentalistas se consolidaron a pesar de una década de invasión estadounidense. No cabe duda de que uno cosecha lo que siembra: si hay un responsable de que el yihadismo se haya fortalecido, ese también es Estados Unidos.

Cualquiera podría pensar que el triunfo de Trump es una preocupación para China, pero, en realidad, la República Popular está muy cómoda con que el magnate presidente ocupe la Casa Blanca: al final, todo es negocio, y en un mundo donde domina el libre mercado, quién mejor que un empresario para hacer buenos acuerdos.

En el siglo xxi, la China socialista tiene más que nunca una tendencia a favor del libre mercado, mientras que Estados Unidos es una potencia capitalista proteccionista. Así han cambiado el juego global y sus actores. Si China está en pleno abordaje sobre las economías asiáticas y latinoamericanas, incluyendo México, ahora, con la victoria de Trump, no dejará pasar la oportunidad para consolidar sus vínculos comerciales en todas las regiones. Así como lo decíamos en otras entregas, el posible conflicto entre Estados Unidos y China es, en realidad, una guerra simulada, más aún porque, como lo advertimos en su momento, el Tratado Transpacífico naufraga, mientras el gigante asiático crece su influencia en las naciones del sudeste de su continente.

En otro artículo de El Ciudadano, advertí que India sería una pieza clave en este nuevo escenario mundial porque su cercanía con Rusia y China en el pacto BRIC sería determinante para las próximas décadas. Esta nación asiática, que se mueve entre la tradición y la modernidad, es una potencia tecnológica en todos los sentidos y se prevé que sea el mayor exportador de software del mundo.

Recordemos que durante el gobierno de Trump, India anunció la imposición de aranceles a veintinueve productos estadounidenses como respuesta a los impuestos al acero y aluminio indios que el gobierno de Trump había aplicado. No me equivoqué cuando en este mismo espacio dije que India completaba este poderoso triángulo asiático porque cuenta con una tercera parte de la población mundial y tiene los recursos tecnológicos, financieros y militares suficientes para incidir en el tablero mundial con sus aliados Rusia y China. La verdad es que las cosas marchan mucho mejor de lo que planearon los BRICS hace algunas décadas, no sólo por el regreso de Trump, sino porque ahora cuentan con más aliados.

En la última cumbre de los BRICS se incorporaron quince nuevos países, entre los que destacan Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, dos naciones que antes eran cercanas a Estados Unidos y el mundo occidental, y que ahora han decidido jugar pragmáticamente con el lado que ellos consideran más fuerte o más conveniente a sus intereses. Sólo imaginen que este bloque ahora contará con las reservas de petróleo saudíes y con todos los recursos financieros de los emires. Por lo tanto, otra de las predicciones que me atrevo a realizar en este artículo es que la incorporación de Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos será decisiva para alterar el esquema financiero mundial y es la pieza clave para que los BRICS derriben el dominio del dólar en este siglo.

Turquía también se incorporó a la última cumbre de los BRICS. Este país, que durante años fue despreciado como integrante de la Unión Europea, hoy ha encontrado nuevos aliados al este. Es importante decir que los BRICS no tienen una aspiración integracionista en comparación con los europeístas, sino que buscan fortalecerse y hacer políticas de bloque sin la necesidad de tener una moneda única o eliminar sus fronteras. Por eso afirmamos que lo intergubernamental está superando al romanticismo de lo supranacional.

Otros países que fueron admitidos como socios fueron Argelia, Bielorrusia, Bolivia, Cuba, Indonesia, Kazajistán, Malasia, Nigeria, Tailandia, Uganda, Uzbekistán y Vietnam, países con los que los BRICS tienen una estrecha relación y confirman su completa adhesión a este grupo de poder. No obstante, si algo tienen en común todos estos países, es ser parte de una ola conservadora en la que los derechos humanos han quedado subordinados ante la justificación del progreso nacional y colectivo, lo que hace sentido con lo que representan Donald Trump y sus seguidores en Estados Unidos.

Tan solo hay que ver el mapa poslectoral en Estados Unidos para comprobar cómo el conservadurismo nacionalista que exacerbó Trump triunfó en los medios rurales con la clase trabajadora pobre, mientras que Kamala Harris y los demócratas triunfaron en las zonas urbanas. Algo muy parecido a lo que sucede en México con el discurso nacionalsita y simplista de Morena que triunfa en las zonas más marginadas. Esa es la Norteamérica en la que lamentablemente vivimos.

Eso sí, estoy convencido de que la nación méxico-americana seguirá creciendo, y no falta mucho para que haya un presidente de origen latino o incluso de descendencia mexicana. Hoy está en la Casa Blanca un empresario racista que cree en la supremacía blanca, pero estoy seguro de que esa nación méxico-americana triunfará por encima de los valores que hoy representa el mismo Trump.

En el nuevo orden mundial está muy clara la decadencia de Estados Unidos en el sistema global. Reafirmo que a la política exterior estadounidense ya no le da ni para ser árbitro en un pleito entre Israel e Irán, mucho menos ahora que ha llegado el magnate presidente que lo que mejor sabe hacer son buenos acuerdos y, por lo tanto, buenos negocios.

Finalmente, el nuevo orden mundial debe llevar a México a una profunda reflexión en relación con la posición que debe ocupar en el tablero mundial. Siempre he creído que México tiene condiciones económicas y características sociales parecidas a las de Brasil y China; sin embargo, la cercanía con Estados Unidos pareciera tener atada a nuestra nación. Los cambios en la geopolítica mundial deben motivar a que México explore más y mejores oportunidades comerciales que le permitan romper la dependencia geográfica con Norteamérica y convertirse, gracias a sus enormes recursos y población económicamente activa, en un actor determinante del nuevo orden mundial en donde Estados Unidos ya no es el líder.