Una de las celebraciones que en México consideramos más representativa de nuestra cultura es, sin lugar a dudas, el Día de Muertos. El 1º y 2 de noviembre forman parte de la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco, ente de las Naciones Unidas que se especializa en la cultura. Efectivamente, es un homenaje arraigado en nuestra formación desde épocas milenarias. Sin embargo, en México hoy en día difícilmente se puede festejar el Día de Muertos sin la sombra de nuestros muertos.
Son nuestros por acompañamiento en el dolor, por apropiación del enojo, porque estoy segura de que nos lastiman a todos y todas; son nuestra gente, nuestros estudiantes, nuestros indígenas, nuestros normalistas, nuestras mujeres, nuestros hombres, nuestros periodistas, nuestros activistas, nuestros niños y nuestras niñas.
Nuestros muertos, que hoy lamentablemente forman parte de una estadística, pero no han obtenido justicia. Nuestros muertos que han caído a manos de un gobierno autoritario y represor, de una mano criminal, de un violador al que se le pasó la mano, de un feminicida, de una negligencia institucional o de un descuido gubernamental. Con cada muerte en el país reclamamos ¡ya basta! Siempre que ocurre un homicidio o un genocidio, el grito enardecido de todos es: ¡no más!
Pasan décadas y cada año las cifras crecen y cada sexenio tiene su marca fatal. Hemos repetido sin cansarnos que el 2 de octubre del 68 no se olvida, pero después de esa fecha fatídica han venido otras, que si las alcanza el olvido las dejaremos en manos de la impunidad perpetua. Ojalá que tampoco olvidemos nunca el Jueves de Corpus, el 10 de junio de 1971; Aguas Blancas, el 28 de junio de 1995; Acteal, el 22 de diciembre de 1997; Atenco, en mayo de 2006; la guardería ABC, el 5 de junio de 2009; Tlatlaya, el 30 de junio de 2014; Ayotzinapa, el 26 de septiembre de 2014 y Nochixtlán, el 19 de junio de 2016, por mencionar las fechas más emblemáticas.
Nunca olvidemos que del año 2000 al 2016 la cuenta de periodistas asesinados era de 105, y en lo que va de este 2017 hay que sumar por lo menos otros seis.
Que nunca se nos olvide que falta justicia en los miles de casos de mujeres asesinadas, y que en el Estado de México, Chiapas, Sinaloa, Morelos, Nuevo León, Colima, Michoacán, Veracruz, San Luis Potosí, Guerrero, Quintana Roo y Nayarit se decretó la “Alerta de Violencia de Género contra las Mujeres” (AVGM), al tiempo que en Campeche, Durango, Jalisco, Oaxaca, Yucatán y Zacatecas hay procedimientos en trámite para instaurarla. Por si fuera poco, en Guanajuato, Baja California, Querétaro, Sonora, Tabasco, Tlaxcala y Puebla, según datos del Instituto Nacional de las Mujeres en el portal web gob.mx, se ha determinado no declarar la AVGM por “falta de elementos objetivos suficientes para declararla procedente”; pese a que, por lo menos las dos últimas entidades mencionadas, recientemente han estado en la mira de todos por casos de trata de personas y feminicidios.
¿Cómo podríamos olvidar el preocupante aumento en los asesinatos de activistas y defensores de los derechos humanos e indígenas en el país?
En estas listas hirientes hay nombres de hombres, mujeres, niños y niñas. Aunque no los conozcamos, tenemos con ellos y sus familias una empatía congénita. Mantengamos el amoroso recuerdo, pero con él, la demanda de justicia y el enojo por los que se llevaron vivos y los que nos dejaron muertos.
Nuestros muertos esperan. Año tras año, en cada conmemoración del Día de Muertos vendrán; tomarán un trago de tequila o de pulque y darán un bocado al pan de muerto, al mole y a los tamales; purificarán su alma con un trago de agua, con las hierbas aromáticas, el olor del cempasúchil y los frutos de la tierra; caminarán iluminados por millones de veladoras; alegraremos su vista con el colorido papel picado y endulzarán su paladar con una calaverita de azúcar; pero, sin temor a equivocarme, su visita nos recordará que para festejar a plenitud nos toca a los vivos reclamar y exigir, a las autoridades y al Estado, que nos deben y les deben su tan anhelada justicia.