Hay dos Méxicos. Uno de ellos sufre, exige y espera respuestas claras y compromisos confiables
En las alturas de Arechuyvo, municipio de Uruachi, al suroeste de la sierra Tarahumara y muy cerca del escabroso triángulo limítrofe que forman Chihuahua, Sinaloa y Durango, una copiosa tormenta de nieve de principios de febrero impidió hace años que una avioneta me recogiera para regresar a la ciudad de Chihuahua.
Estaba yo en misión de trabajo para Unomásuno en Guachochi, Norogachi, Creel y otros lugares de la Tarahumara, cuando dos amigos chihuahuenses (nuestro corresponsal Ignacio Rodríguez Terrazas, que poco después fue asesinado por un francotirador en San Salvador, y mi amigo Ismael Villalobos, que se improvisó como fotógrafo) me convencieron de que no podía completar mi reportaje ni regresar a la Ciudad de México sin conocer Arechuyvo.
Un generoso e inolvidable indígena guarijío (wacurame), Chérame Nevárez, me ofreció el piso de tierra de su choza para pasar dos noches de aquel feroz y helado invierno. También me ofreció, además de una cobija, la compañía de varios perros que, echados a mi lado, me dieron su inapreciable calor.
Chérame me narró los atropellos de los grises, la policía estatal de Óscar Ornelas Kuchle, un infame gobernador priista al que expulsaron de Palacio de Gobierno en un virtual golpe de Estado. Los grises llegaban a Arechuyvo y a otras partes de la Alta Tarahumara a violar, despojar, golpear y romper las ollas de barro con tesgüino, la bebida alcohólica a base maíz, habitual (y ritual) de los guarijíos.
Regresé con información de primera… y con sarna. No sé qué fue de Chérame. Lo cierto es que muchos guarijíos, tepehuanes y tarahumaras, siguen viviendo en deplorables condiciones en las alturas de la Tarahumara. Buena parte de sus cultivos de maíz han sido reemplazados por la amapola.
Lo mismo pasa con los chontales de la oaxaqueña Sierra Madre del Sur. Hombres y mujeres de comunidades enteras se aprestan, cada día, a matarse por media hectárea de tierra. Su miseria ha sido paliada, en parte, por la siembra de amapola.
En la Cuenca del Papaloapan hay poblados de indígenas mazatecos y chinantecos (denominados por número: Poblado 1, Poblado 2, etcétera), desplazados hace años por las construcciones de las presas Miguel Alemán y Miguel de la Madrid, para controlar las crecientes de los ríos Papaloapan y Tonto. Se sostienen de la siembra de caña y algunos productos agrícolas. Pero otros miles de sus paisanos siguen sobreviviendo en los acahuales de las partes bajas de la Sierra Madre Oriental, entre Veracruz y Oaxaca. En la llanura de la Sabana se destacan Playa Vicente, Loma Bonita, Tuxtepec, Tierra Blanca, Tres Valles, Nopaltepec…
En la zona chontal de Oaxaca-Chiapas, la producción de café está siendo reemplazada en muchos lugares por la amapola. Ni qué decir de Guerrero, Sinaloa, Michoacán, Tamaulipas, Nuevo León, Quintana Roo…
Por ejemplo, en Copalillo, pueblo de La Montaña guerrerense, sus habitantes se dedican todo el año a tejer hamacas. Al menos seis de cada 10 vendedores de hamacas que deambulan por las playas de Cancún, Acapulco, Mazatlán y muchas otras del país, provienen de Copalillo. Y cuando venden sus hamacas, se enrolan a fines de noviembre en las zafras cañeras de Veracruz, Morelos o Puebla, mientras sus mujeres y sus hijos tejen hamacas para la próxima temporada.
A este escenario se suman millones de familias de clase media que han sido aplastadas virtualmente en medio del sándwich entre pobres y ricos, y prácticamente han desaparecido como clase social. Están presentes en las colonias proletarias y en las barriadas de las zonas metropolitanas de las ciudades más pobladas del país: México, Monterrey y Guadalajara.
Muchas de estas familias forman parte del amplio espectro de desempleados o subempleados de México. Según el INEGI, la tasa de desempleo en agosto de 2017 fue de 3.29 por ciento de la población económicamente activa.
De acuerdo con expertos, el desempleo se mantendrá como el principal reto del futuro si no se reactiva realmente el crecimiento económico y se da ocupación productiva a la creciente oferta de mano de obra.
Se calcula que al menos 70 millones de mexicanos figuran en este escenario realista de nuestro país. Mexicanos que cada mañana empiezan el día con la angustia de sus necesidades cotidianas: comida, renta, deudas, vivienda, salud y bienestar en general.
Forman parte de “el otro México” que, desde hace décadas, sufre, exige… y espera. “El otro México” al que tienen que dirigir su mensaje los candidatos de la coalición Por México al Frente y, en su caso, de Movimiento Ciudadano.
LOS COMPROMISOS
Son millones de compatriotas los que cada tres y seis años, con motivo de las elecciones, ven desfilar individuos cargados de retórica, falsas promesas (y dinero público) y nada ocurre. Crece el grupúsculo de usufructuarios de la enorme riqueza nacional, crece el número de millonarios, pero también crecen las estadísticas de la pobreza.
La realidad de “el otro México” es la que exige un cambio. Pero no solamente un cambio de las formas, sino también del fondo. Los anhelos de equidad e igualdad de oportunidades no pueden seguir representados por las millones de despensas que reparten el gobierno y su partido (con cargo al erario federal), nada más para administrar el rezago social, sin remediarlo. Tampoco pueden quedar inermes, como frías estadísticas del INEGI.
Nada es tan importante en la vida de los seres humanos como la comunicación. Y más todavía en la actividad política. Pero debe ser comunicación con conocimiento pleno de la realidad, porque a partir de ese conocimiento se construyen los compromisos que asumirán en sus campañas electorales de 2018 los candidatos de la coalición Por México al Frente o, en casos particulares, los de Movimiento Ciudadano.
Las propuestas son compromisos surgidos de las demandas de esa ciudadanía que exige y espera. Es obligado combatir corrupción, violencia y desigualdad. Lo importante es cómo hacerlo.
Como lo ha planteado ya Movimiento Ciudadano, la premisa es formar un gobierno de coalición que deje de administrar la mediocridad e impulse un profundo cambio de régimen. Ese gobierno de coalición deberá ser ejemplo de transparencia y participación ciudadana, como ya lo han hecho muchos gobiernos municipales, particularmente en el estado de Jalisco.
Ignorantes e ingenuos, cuando surgió la creación del Frente Ciudadano por México no faltaron “analistas” para señalar que sería imposible juntar el agua con el aceite. Se apalancaron en la anquilosada concepción de izquierdas y derechas, cuando la preocupación común de millones de mexicanos son la inseguridad, la corrupción, la impunidad, la desigualdad y la falta de oportunidades.
En pocas palabras: los problemas que han convertido al país en un estado fallido son las causas que unen a millones de mexicanos. Este es uno de los planteamientos principales de la oferta de los candidatos. El otro es poner fin al presidencialismo autoritario y todopoderoso, convertido ya en culto a la subordinación por quienes se benefician del poder. Esos son los ejes de acción de la coalición Por México al Frente.
El Plan Nacional de Desarrollo surgido de la participación ciudadana deberá ser ratificado por un Poder Legislativo renovado, fruto del nuevo sistema de pesos y contrapesos, transparencia y rendición de cuentas, que asuma el Congreso de la Unión.
Ciertamente, México necesita una profunda reforma del gobierno capaz de poner al día el marco normativo, la distribución de competencias entre niveles y órganos de Estado, así como las prácticas y los procedimientos de todas las administraciones públicas. Tenemos las herramientas. ¿Cómo transmitirlas a nuestra inmensa diversidad social, como apuntábamos al principio de estas líneas?
LENGUAJE Y COMUNICACIÓN
De lo que se trata es de acabar con el llamado vicio performativo del lenguaje político, impuesto por el PRI desde hace 80 años. Es decir, el lenguaje de la vaguedad; que no compromete, no describe ni registra. Que dice mucho y no dice nada. El lenguaje, consignan los clásicos, en el que llanamente las afirmaciones no son ni verdaderas ni falsas.
Un especialista en comunicación política, el psicólogo uruguayo Daniel Eskibel, arroja luz sobre el tema: “No comprendemos al votante”.
Y no comprender al votante es el principal problema de la comunicación política democrática actual. Porque si no comprendemos al votante no sabemos qué es lo que lo mueve. Se van al traste, dice Eskibel, perfiles políticos y demográficos, sesudos análisis de la numeralia electoral.
No hay respuestas erróneas sino preguntas erróneas. De modo que para comprender al votante tenemos que hacer las preguntas correctas.
Cito: “Vivimos un tiempo de cambios grandes y acelerados. La velocidad es el santo y seña de nuestra época. Cambian a toda velocidad la coyuntura política, la vida cotidiana, las opiniones, las valoraciones, las emociones, las decisiones, las impresiones…”
“Pero hay algo que no cambia a ese ritmo infernal: la personalidad. En realidad la personalidad de cada uno es algo sobre lo cual el votante no puede mentir aunque quiera. Y no la puede transformar a su antojo. La personalidad del votante es una roca mucho más sólida que el oleaje efímero de las opiniones que van y vienen. Esa personalidad es lo que tenemos que descubrir más allá de la superficie”.
Para conocer mejor al votante hay que conocer su personalidad. No piensa ni actúa igual un comunero de Ixmiquilpan que un pescador de Campeche. En materia de comunicación política, lo que se ve es apenas la punta del iceberg.
Otro punto valioso es el contenido de los mensajes. Didácticos. Sencillos. Claros. Comprensibles. Pero siempre con contenidos dirigidos (no perderlo de vista) a los dos Méxicos. Uno de ellos urgido de respuestas; el otro, pendiente de ellas.
Son tiempos de indignación y desconfianza. De resentimiento y frustración, cuando no de sueños y anhelos frustrados que incuban desesperanza. Son tiempos de respuestas.
Si la comunicación falla, el fracaso es inevitable. Todos los ciudadanos son votantes.