Generamos nuestros propios héroes culturales-self-made man y los hacemos competir con los otros pobres que, desde otros lugares pobres en países menos pobres que el nuestro, se fueron colando en los medios y pudiendo “vender” su trabajo musical…
Me acuerdo, no me acuerdo: ¿qué año era aquél? Ya había celulares pero yo no tenía uno, aunque en casa hubiera grabadora de recados. Aún no circulaban los Chevy que poco después desbancarían a los Vochos como “primer coche” que la clase media compraba a sus hijos idiotas, e íbamos a ver películas dispares entre sí: Hook, The Doors, Thelma & Louise, Jungle Fever, Hudson Hawk, Mississippi Masala, Fisher King, Boyz in the Hood, My Own Private Idaho, Fried Green Tomatoes, Barton Fink. Remakes como Cape Fear y La familia Adams. Y otras que serían parte de esas largas sagas que Canal 5 ya no transmite de un tirón los domingos por la tarde: El silencio de los inocentes, Highlander, Terminator 2. Se había puesto de moda otra vez bailar merengue –Guavaberry, La bilirrubina, Burbujas de amor– y las mezclas de rock con síncopas tíbiris, baladas cursis y ejecuciones ponketas poco a poco ya no eran malmiradas: Pachuco, Kumbala, Querida.
Decían los periódicos: “El mundo atraviesa por un momento de transformaciones profundas”. Y sí: habían derribado el Muro en Berlín hacía muy poco tiempo, vivíamos el sueño guajiro de la paridad con el dólar y eso nos hacía olvidar que teníamos un presidente espurio. Todo era fácilmente explicado esgrimiendo un “posmodernidad” que no se entendía en este país premoderno, pero nos daba cuanto caché fuera necesario para soñarnos primer mundo.
Fue el año del SIDA: campañas sobre su prevención e intentos por hablar sobre el asunto más abiertamente en muchos espacios. Una angustia urgente por informar a la ciudadanía más allá de lo que, se creía, eran las selectas poblaciones de riesgo: prostitutas, adictos y homosexuales… porque hoy sabemos que lo somos todos y no únicamente quien es promiscu@, se prostituye, tiene sexo sin protección o usa drogas intravenosas, pero entonces seguía siendo visto como un riesgo de los otros.
Quizá por eso seguía siendo una supuesta sorpresa y un susto un poco escandaloso enterarse quiénes eran los contagiados. Y entonces, sin más, se nos murió Freddie Mercury el 24 de noviembre de 1991: un día después de confirmar públicamente que estaba contagiado con VIH y había desarrollado SIDA, cuyas complicaciones lo mataron. Farrokh Bulsara –cantante, compositor y productor indio, famoso como vocalista de Queen por su extravagante escenae persona y su rango vocal de cuatro octavas– falleció de neumonía a los 45 años en Kensington, Londres, sin más explicación que este boletín de prensa:
Atendiendo a las muchas conjeturas de la prensa durante las últimas dos semanas, deseo confirmar que mis pruebas de VIH resultaron positivas y tengo SIDA. Hasta hoy me pareció correcto no hacer pública esta información para proteger la privacidad de quienes me rodean. Sin embargo, ha llegado el momento de que mis amigos y fanáticos de todo el mundo sepan la verdad y espero que, alrededor del mundo, tú, y yo, y los médicos, y todos nos unamos en la lucha contra esta terrible enfermedad. Por otro lado, mi privacidad siempre me ha importado mucho y soy famoso por no dar entrevistas; sé que entenderán que continúe con esta política.
ALL I WANNA DO IS… BICYCLE! BICYCLE!! BICYCLE!!!
Un cuarto de siglo después esa enorme capacidad creativa exige un reconocimiento que, más allá de nuestra chabacana nostalgia por el “glorioso” pasado, nos haga pensar; por ejemplo, que:
1. Fue tristísimo no ir a su concierto de Puebla y lógico que mis primos no llevaran a un escuincle de diez años; pero, sobre todo, que hoy un par de generaciones no entiende que hay conciertos masivos en México porque se asumen como el gran negocio perdido entre Avándaro (septiembre 11, 1971) y el Rock & Ríos de la Plaza México (abril 29, 1988), poco después reforzado con la firma del TLC, y no porque el rock tenga más o mejores espacios que ése, milagrosamente abierto en octubre 9, 1981.
2. La sexualidad de los famosos podría aprovecharse para educar a las masas y, en cambio, es un leño más en la hoguera de las vanidades: visto como razón para el escándalo, el SIDA fue durante mucho tiempo un problema de salud pública trivializado/satanizado por la poca y mala información que se nos ofrecía y no una prioridad en los programas de la Secretaría de Educación Pública. Hoy su aproximación a la diversidad y contra la violencia de género, a la salud sexual y la anticoncepción como asuntos distintos no ha mejorado gran cosa y, en cambio, la propaganda contra el aborto, las relaciones premaritales y la información plena y libre que necesitan púberes y adolescentes ha ganado espacios enormes. Basta ver el decreto con que, en 2001, el gobierno de Fox reformó el Conasida, fundado en 1988.
3. Seguimos pensando la Historia y sus avatares como consecuencias del hacer individual, más que de conjunto. Hay un poema de Brecht, “Preguntas de un obrero ante un libro”, que deja claro nuestro amor al protagonismo y los aplausos que nos merece; lo que recuerdo, dice así:
Babilonia, tantas veces destruida, ¿quién la reconstruyó?
¿Dónde fueron los albañiles al terminar la Muralla China?
Alejandro conquistó la India… ¿iba solo?
César venció a los galos… ¿sin llevar ni un cocinero?
Felipe II lloró por su Armada, la Invencible, ¿no lloraba nadie más?
Una victoria por página… ¿quién cocinó sus banquetes?
Y con los músicos populares del siglo XX hacemos lo mismo, aunque a menor escala: quedarnos al más alto, al más raro, al más llamativo: Jagger, Vicious, Sting. Incluso puede ser el más inteligente o el más interesante, pero ni eso está garantizado ni el gesto se vuelve más justo. El cantante de Queen no es una excepción a la regla y la música de Mercury debe ser vista como un asunto mucho más orgánico y serio que los cuentos sobre Lennon y McCartney, por ejemplo.
I’M JUST A POOR BOY
Trece discos de estudio y dos en vivo publicados en vida del cantante, entre 1973 y 1991; nueve álbumes y dieciocho singles #1 y, respectivamente, otros veintiséis y treinta y seis en el Top Ten; mil 322 semanas en las listas de popularidad de Reino Unido (por arriba de los Beatles); 300 millones de álbumes vendidos; al menos dos canciones muuuy largas que se salvan del aburridísimo In a gadda da vida (Iron Buterfly, 1968) y sus diecisiete minutos, pero superan los seis: The Prophet’s Song, 1ª del lado B en A Night at the Opera (1975), y Bohemian Rapsody que casi lo cierra, salvo que God save the Queen es la última grabación del disco y el antecedente melódico inmediato para la irónica apropiación que harán los Sex Pistols en 1977 … y sí, bueno, la música de Flash Gordon, pero es que nadie (ni siquiera ellos … Queen … Mercury) es perfecto.
La duda es entonces si la lista muestra –de nuevo– la superioridad del rock británico o es sólo un ejemplo de cómo el Imperio contraataca y, de nuevo, aprovecha lo que sus (ex)colonias generan porque, desde esta perspectiva, la de Mercury es una historia fascinante justamente porque muestra una larga serie de invisibilizaciones a las que estamos malamente acostumbrad@s.
4. Como público masivo no parece importarnos si la gente es parte de una minoría india (que no hindú; hinduista es sólo parte de la gente en India) como el zoroastrismo; si el disco se prensa en Gran Bretaña, para nosotros y los mismos bretones, es (o debe ser entendida y valorada como) música blanca-occidental-y-cristiana porque “así es el rock [de Elvis aunque él no lo inventó]”.
5. En ese mismo sentido, tampoco importa si el compositor recurre a un referente cultural que le es cercano, como el canto de un muecín al iniciar Mustafá (@ Jazz, 1978, A:1): cualquier crítico de Rolling Stone, fan de Bruce Springsteen –Dave Marsh, tiene CUATRO libros al respecto, ¿no hay nadie más sobre quién escribir?– y se siente autorizado a descalificar el trabajo… porque no lo entiende, como en 1986 no se entendió que Killing an Arab fue escrito en 1979 para Three Imaginary Boys, el disco debut de The Cure, con base en las notas de lectura de Robert Smith sobre Camus y sin alarde alguno de Islamofobia.
6. Y por eso, inmediatamente, generamos nuestros propios héroes culturales-self-made man y los hacemos competir con los otros pobres que, desde otros lugares pobres en países menos pobres que el nuestro, se fueron colando en los medios y pudiendo “vender” su trabajo musical… justamente como Smith, Springsteen o Bulsara-May-Deacon&Taylor hace más de cuarenta años.
MISGUIDED OLD MULE … WITH YOUR PIGHEADED RULES … WITH YOUR NARROW-MINDED CRONIES WHO ARE FOOLS OF THE FIRST DIVISION
Al final, pues, el problema es, de nuevo, que al mirarnos con extrañamiento y distancia dejamos de ver a alguien que, igualito-que-nosotros, no es un hombre, blanco, hétero, culto, adinerado, occidental y cristiano. Que en la fragmentación infinita de los espacios subordinados que ocupamos, en lugar de ver a un indio dándole vuelta a la pobreza de su adolescencia en un barrio periférico de Londres, vemos un inglés millonario aunque, al mismo tiempo, en vez de mirar a un hombre que nació en un mundo ignorante –consecuente víctima de una enfermedad que ya no es mortal pero sigue siendo estigma– vemos a “un puto que se murió de SIDA por andar de puto”.
Que preferimos idealizar el pasado y sentir nostalgia por el año en que cumplimos veinte en vez de mirar que el país no ha mejorado sus políticas de educación y salud pública desde entonces sino que, al contrario, a coro con las latitudes que le marcan la pauta a nuestra economía, se fue reduciendo el compromiso del Estado hacia el bienestar social y sólo ahora, tras una elección que será pura promesa hasta que se le vea ir cumpliendo los compromisos adquiridos, retoma rumbo hacia un mundo en que cualquiera pueda sentirse esperanzado. Habrá que trabajar los próximos años, entonces, aunque sea por curiosidad, por ver si en el los 50 años de su muerte (2041) o en el Centenario de su nacimiento (2046), lo que Freddie Mercury representa se parece más a una buena idea sobre artistas y human@s universales que la colección de excepciones que hoy encarna.