Fue una noche de viernes, diciembre de 1992. Mi secretaria, Pilar Rojas, me informó:
‒Señor director, tengo en la línea a una señora que dice ser María Félix. Desea hablar con usted…y creo que sí es ella. Su voz es inconfundible.
Eran cerca de las 10 e iniciaba el tráfago del cierre de edición: notas de primera plana, editorial, cartones, artículos, fotografías, la contra… Sorprendido, le respondí a Pilar:
‒¿María Félix? ¿De parte de quién?
‒Dice que le llama de parte de su amigo Jorge Medina Viedas.
Permítanme disgregar. Por esos días Jorge, ex rector de la Universidad Autónoma de Sinaloa, era director de Radio, Televisión y Cinematografía; nos hicimos amigos a principios de 1988, durante la campaña presidencial de Carlos Salinas, cuando viajamos juntos y platicamos cordialmente a bordo de un diminuto avión en vuelo a Hermosillo, Sonora, y de ahí a Culiacán, Sinaloa, donde conversé con el candidato y con su coordinador de campaña, Luis Donaldo Colosio, cercano y muy querido amigo de Medina Viedas.
‒Por favor póngala en la línea.
Sentí la voz poderosa de María. Fue al grano:
‒Don Luis, le llamo porque me lo recomendó mucho su amigo Jorge Medina Viedas. Dice que usted es muy chingón y le creí. Sucede que Carlos Monsiváis se comprometió conmigo para hacerme el guión de una película adaptado a la televisión. Y ahora, por angas o por mangas, el cabrón de Monsiváis dice que no puede, que no tiene tiempo y me dejó colgada de la brocha. ¿Puede usted escribir ese guión?
A la fecha no sé a ciencia cierta si se trataba de Insólito esplendor, una adaptación de Los papeles de Aspern, novela de Henry James, que el cineasta aguascalentense Jaime Humberto Hermosillo venía incubando de tiempo atrás para propiciar el retorno de María Félix al cine. Quizás la autobiografía Todas mis guerras, prologada por Enrique Krauze, o La Doña, de Paco Ignacio Taibo. Jorge Medina Viedas debe saberlo.
Todavía con el placer de la sorpresa a cuestas, me sentí ridículo al tratar de explicarle a María Félix que yo no tenía experiencia en la elaboración de guiones; que lo mío era el periodismo y que la dirección general de Unomásuno absorbía todo mi tiempo. Pero cuando yo esperaba el estallido tempestuoso de “La Doña”, que solamente había visto en el cine, una suave inflexión de la voz de María borró lo dicho hasta ese momento y me soltó a bocajarro:
‒Oiga, ¿que usted es veracruzano?
‒Sí, de Tierra Blanca.
‒¿Y en qué parte de Veracruz está eso?
‒En la Cuenca del Papaloapan–, le expliqué.
‒¡Ah! Entonces usted debe conocer Tlacotalpan…
‒Sí, tengo allí queridos amigos.
‒Pues déjeme decirle qué agradecidos deberían estar ustedes de que El Flaco (Agustín Lara), haya escogido a Tlacotalpan para acreditar que era veracruzano, para que lo presuman hasta la fecha, pues. Hasta una cantina tiene su nombre allá… Pero nació en la Ciudad de México. ¿Sabe su nombre completo? Pues ái le va: Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano Alfonso del Sagrado Corazón Lara y Aguirre del Pino… y no nació en 1900, como cuentan, sino el 30 de octubre de 1897. Ya estaría cumpliendo 100 años el Flaco.
La carcajada de María Félix, ruda, espontánea, franca, también me hizo reír. Continuamos la gratísima e insólita conversación durante casi 40 minutos. Hablamos del cine mexicano, que dijo la tenía por esos días hasta la madre. Del genio de Emilio “El Indio” Fernández. De España, de las corridas de toros. De su pueblo natal, El Quiriego, en Sonora…
Regresamos al tema:
‒¿Entonces qué me dice don Luis? ¿Le entra al guión? ¿Sí o no?
Me atrapó un pavoroso titubeo. María acudió en mi auxilio:
‒Mire, es viernes. Me quiero ir a Europa la semana próxima. Y mañana sábado, a mediodía, me voy a Cuernavaca. Lo invito a desayunar a las 10 para que hablemos del proyecto. Anote esta dirección en Tlalpan.
María dictó, yo guardé el papel y no acudí a la cita. Prefiero creer que ella no esperaba que lo hiciera.
El lunes siguiente llegó un propio a mi oficina. Se anunció de parte de María Félix. Me dijo muy solemne:
‒La señora le envía este obsequio.
Le quité la envoltura. Era un libro con la bellísima María en la portada. Uno de los tres mil ejemplares cuyo prólogo “Razón y Elogio de María Félix”, escribió Octavio Paz (nacido, como María, hace 100 años) y cuya selección de fotos, diseño gráfico y edición estuvo al cuidado del genial Vicente Rojo. Un libro en el que puso su afecto mi amigo Jorge Medina Viedas. En la página en blanco que precede a la presentación, estaban los trazos angulosos de una dedicatoria:
“Para Luis Gutiérrez, alguien que no conozco pero como si ya lo hubiera conocido. María Félix.”