Han pasado ya mucho más de 19 días y 500 noches, pero Joaquín Sabina (Úbeda, 1949) sigue abarrotando conciertos en su España natal y en toda Latinoamérica. Sus últimos discos y presentaciones de la mano de “el Nano”, Joan Manuel Serrat, confirman que este cantautor de voz de lija y bombín negro tiene cuerda para rato, aunque a veces la prensa e incluso él mismo se empeñen en tratar de probar lo contrario.
“Yo siempre quise ser Peter Pan, y a base de irresponsabilidad lo estoy consiguiendo”, dijo alguna vez Joaquín Ramón Martínez Sabina, y es que, en el caso de “el flaco de Úbeda”, la música y la poesía le vienen desde la vida misma, escribe como vive y también escribe para vivir. Sus canciones son su mejor biografía, cualquiera que escuche letras como Peces de ciudad, Pastillas para no soñar o Una canción para la Magdalena (por mencionar solo algunas), entenderá que Joaquín escribe y vive “a lo Sabina”, cargando con orgullo su “inexplicable mala salud de hierro”.
Con 35 años de carrera y 21 discos —desde su primer experimento Inventario, hasta su último disco como solista, Vinagre y Rosas, que vendió más de 200 mil copias— Joaquín Sabina es exponente de una música que no se deja encasillar en ningún género. “El ibérico Bob Dylan” pertenece a una generación de cantautores españoles que cambiaron el curso de la música contemporánea: Joan Manuel Serrat, Luis Eduardo Aute, Miguel Ríos y Víctor Manuel, quienes han compartido canciones y conciertos con Sabina.
El poeta español Benjamín Prado escribió en el prólogo del libro Con buena letra —una recopilación de todas las canciones de Joaquín— que lleva mucho tiempo tratando de olvidar algunas de estas composiciones. “Son canciones que me gustan, algunas de ellas están conmigo desde hace años y se han añadido a mi vida como un clavo a la madera, a veces al punto de no poder distinguir entre ellas y ciertas cosas que me han pasado […] han crecido, cada una a su modo, hasta dejar de ser canciones y transformarse en himnos a una ciudad, una clase de sentimiento o una forma de vida, demostrando, una vez más, que lo que importa en una obra de arte nunca es lo que se diga acerca de quién la ha creado, sino lo que sea capaz de decir sobre quienes van a leerla u oírla”.
Ciudadano del mundo, con un ojo poético siempre alerta, Sabina ha hecho de sus canciones formas distintas y colectivas de entender la vida, sus letras desafían la rutina y las “buenas formas”. Cuando ladran los perros del amanecer, Joaquín sale a la calle para atrapar historias y fantasmas, su música es universal porque está construida sobre la tragedia cotidiana, porque le habla de tú lo mismo al taxista que al business man.
“Cada mañana bostezas, amenazas el despertador/ y te levantas gruñendo cuando todavía duerme el sol./ Mínima tregua en el bar, café con dos de azúcar y croissant,/ el metro huele a podrido/ carne de cañón y soledad./ Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal,/ ¿dónde queda tu oficina para irte a buscar?/Cuando la ciudad pinte sus labios de neón/ subirás en mi caballo de cartón./ Me podrán robar tus días, tus noches no”.
Escribe Sabina y logra que quien escuche estos versos se cree la imagen clara de una secretaria que despierta cansada, harta, y tiene que irse a hacer su ronda rutinaria por las estaciones del metro de Madrid: “Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal”, para llegar a la oficina donde el cantautor le asegura que “mientras tus manos archivan, tu mente empieza a navegar”. Pero la venganza viene después de las horas de trabajo, ahí donde “el poeta de la guitarra” es rey y la espera sobre un caballo de cartón.
Joaquín Sabina es un autor que dibuja con maestría su entorno, “en cierto sentido, sus canciones también esconden un novelista en miniatura, porque en ellas es muy importante su capacidad para narrar, para contar historias, que, efectivamente, tienen su argumento, su protagonista, sus personajes secundarios, […] cuando uno acaba de escucharlas casi tiene más la impresión de haber oído un cuento que una canción. Probablemente esa habilidad la habrá aprendido Sabina en los boleros, las rancheras y las coplas, pero en este momento, aquí y ahora, lo convierten en un compositor único”, comenta Benjamín Prado.
Así como Sabina ha dicho Más de cien mentiras, también ha tenido más de cien mujeres, ha visto el amanecer muchas más de cien veces y ha tenido múltiples nombres. Mariano Zugasti decía el pasaporte con una foto suya cuando se exilió en Londres tras arrojar una bomba molotov en una sucursal del Banco Bilbao de Granada durante la dictadura de Francisco Franco.
Javier Menéndez, biógrafo del cantautor español, le preguntó cómo habían influido en él sus años de exilio: “Me influyeron muchísimo. Primero, como paréntesis. Son unos años en los que no cumples años. Estás siempre pensando: ‘se va a morir Franco y yo voy a volver’ […] por otro lado yo habría sido un cantante tan afrancesado como los de mi generación: aquí lo que oía era Atahualpa Yupanqui, Paco Ibáñez, Violeta Parra… y en Londres empecé a escuchar a (Bob) Dylan y a los Stones, lo cual creo que le dio a lo que compuse un aire más rockerito, callejero, anglosajón”.
El pasado 3 de enero, en una entrevista con el diario español El País, Sabina anunció que pronto lanzará un nuevo disco y con él bajo el brazo se irá de gira para finalmente retirarse de los escenarios: “En general, las canciones del nuevo disco hablan del deterioro, tanto social como personal […] La verdad es que puedo vivir perfectamente sin volver a pisar los escenarios. Eso hay que dejárselo a los chavales”.
Aunque después, muy a lo Sabina, se retractó de sus declaraciones y en tono burlón dijo que era un “bocazas”, y que aunque ha pensado en el retiro eso no quiere decir que vaya a ser en este año ni el que viene.
Peor para el sol si deja de encontrar a un cliente tan asiduo como Sabina en los amaneceres. Que “el flaco” viva ya de su leyenda o que sea su leyenda la que consume a Joaquín es algo que en nada influye al sin número de canciones, poemas, cartas y hasta pinturas que este andaluz ha ido arrancando de las entrañas de hormigón de las ciudades.
Nada se puede anticipar tratándose de Joaquín Sabina, quien este 12 de febrero cumplió 65 años —algunos dicen que son demasiados considerando la manera en la que los ha vivido—, incluso hasta podría ser que, como él dice, el día del juicio final Dios sea su abogado de oficio.