Todos los días es común oír a políticos, escritores, periodistas, comunicadores, maestros, diputados, senadores, servidores públicos, profesionistas y muchas personas más, referirse a las personas con discapacidad con términos y calificativos como: discapacitados, incapacitados, minusválidos, inválidos, incapaces, personas con capacidades diferentes o capacidades especiales, y otros tantos. Quienes lo hacen, no se dan cuenta de que, en algunos casos, los términos que utilizan denigran y ofenden a quien tiene alguna discapacidad, y en otros, sólo cambian los términos como si el cambio dignificara a la persona que tiene alguna discapacidad.
Todo esto se debe a la ignorancia. Durante muchos años, fue motivo de discusión el término adecuado para referirse a una persona con algún tipo de discapacidad, y se llegó a la conclusión de que palabras como inválido, minusválido, incapacitado, discapacitado y otras más, denigraban a la persona al considerarla con menor o ningún valor, sin capacidad, motivo por el cual se decidió en el seno de las Naciones Unidas, particularmente en la Organización Mundial de la Salud, que toda persona vale por el simple hecho de serlo, y que su condición física, mental o sensorial es accesoria a la persona, pero no determina su valor o su capacidad.
En este sentido, se acordó que al hablar de una persona que tuviera alguna limitación o disfunción, debía referirse a la misma primero como persona y después hacer notar la discapacidad, por lo que el término “persona con discapacidad” se empezó a utilizar en todos los documentos internacionales, así como también en nuestras leyes federales y locales, aunque lamentablemente aún existen algunas leyes, códigos y reglamentos que no han sido corregidos.
La discapacidad se entiende como la limitación física, mental, intelectual o sensorial, que le impide a una persona realizar sus actividades dentro de los estándares considerados como normales. En nuestro país se llegó al absurdo de llamar a las personas con discapacidad: “personas con capacidades diferentes” o “personas con capacidades especiales”, según sus promotores, porque “personas con discapacidad” se oía muy feo, como si el término cambiara en algo la realidad de estas personas. Incluso he conocido a unos cuantos que intentan corregir el término creyendo que usan el correcto, pero esto es nuevamente producto del desconocimiento, pues no todos saben que “personas con capacidades diferentes” se debe a la reforma constitucional que en su momento creó al tercer párrafo del artículo primero, que habla de la no discriminación por diversas causas, entre ellas, por las “capacidades diferentes”.
Este párrafo fue corregido a través de una reforma de ley, por lo que en la actualidad la Constitución habla de la no discriminación por causas de “discapacidades”. También es común escuchar cómo las personas utilizan diminutivos para tratar de endulzar su lenguaje al referirse a las personas con discapacidad, llamándoles sordito, cieguito, enfermito, loquito, taradito, etc.; o también una de las más comunes y absurdas: “INVIDENTE”, que porque ciego se oye muy feo, sin reflexionar que, por lógica, si un ciego es invidente, ¿los que sí ven son VIDENTES? ¿Ven el futuro? Es muy lamentable constatar que seguimos ignorando cómo referirnos a las personas con discapacidad, a pesar de que la historia de estas es tan antigua como la misma humanidad, y aún andamos buscándole términos para suavizar la expresión, en lugar de centrarnos en mejorar su calidad de vida.
Es un hecho que la ignorancia y el miedo a lo desconocido nos hacen imaginarnos que las cosas pueden ser peores de lo que realmente son, sin embargo, muchas veces no es así: al desvirtuar y fatalizar algo como la discapacidad, no solo lastimamos a quienes tienen alguna, sino que también los estigmatizamos y los condenamos sin habernos dado la oportunidad de conocerlos. La discapacidad ha sido vista de manera tradicional como una enfermedad, lo que ha propiciado que las personas con discapacidad sean vistas como enfermos y tratados como si lo fueran.
Les aseguro que muchos de los que tenemos alguna discapacidad preferimos que nos llamen por nuestro nombre o incluso nuestro sobrenombre, en lugar de utilizar términos que solo muestran ignorancia sobre la discapacidad. Maximizar o minimizar los logros de alguna persona que tiene discapacidad es un hecho frecuente, sin embargo, no hay nada mejor que el justo medio, es decir, reconocer los esfuerzos que realiza una persona con discapacidad para vivir de manera digna, y eso, amigos, empieza con las palabras. JARH