Hace seis años nació El Ciudadano, órgano de comunicación de Movimiento Ciudadano.
Enorgullece repetirlo: nacimos con el apoyo y la visión creadora de quien era entonces Coordinador Nacional de nuestra organización, Dante Delgado. Se trató del surgimiento de un periódico (no nos cansaremos de reiterarlo) comprometido a ser espejo de las aspiraciones, las demandas, las necesidades, los sueños, los deseos y las esperanzas de la sociedad mexicana.
Hoy cumplimos seis años con el aliento de una nueva dirigencia nacional, encabezada por el senador Clemente Castañeda. Un hombre convencido del valioso testimonio histórico que representa un periódico por cuyas páginas impresas han desfilado, como parte del acontecer nacional, importantes acontecimientos de toda índole: la política, la cultura, el arte, la realidad económica y social, la evolución de nuestra democracia; en suma, el registro puntual de sucesos para la historia del hoy y del mañana.
No es asunto menor ni, en consecuencia, ha sido fácil. El pasmo, las luces efímeras y la inconsistencia continúan siendo signos de nuestro sistema político y de los gobiernos que produce.
Los mexicanos seguimos registrando el acontecer nacional por sexenios, con indicadores diferenciados, acuñados hace muchos años en el seno del sistema: corrupción, impunidad, engaños, populismo, demagogia y ruido mediático, élites favorecidas y enriquecidas, aumento de la pobreza…
La mediocracia mexicana, según definición del analista y escritor Raúl Trejo Delarbre, ha desempeñado un importante papel en estos arrancones. En el azaroso tránsito de nuestra vida democrática, hemos pasado de las amenazas abiertas de Gustavo Díaz Ordaz a reporteros con preguntas incómodas (1968), al beneplácito insólito del presidente López Obrador en charla con los periodistas (ya electo presidente, después de un encuentro con Enrique Peña Nieto en Palacio Nacional): “Los felicito, hoy se portaron muy bien”. Nadie replicó.
Algunos medios de comunicación perseveran en la crítica responsable, incluso ante los embates de esa mediocracia arrullada durante casi nueve décadas por costumbres que se hicieron leyes, sometidos todavía a las presiones y los abusos del poder total, sin medidas ni contrapesos; son reminiscencias de un pasado autoritario que permanece en el entorno, intocable y peligroso.
Con matices que confirman la costumbre, algo similar ocurre con la comunicación política: se sirve al jefe, no a la sociedad.
En este contexto, nos enorgullece afirmar, sin cortapisas, que El Ciudadano, edición mensual de Movimiento Ciudadano, constituye una saludable diferencia.