¿Cómo se les ocurrió la idea de los arbolibros?
La idea surge de combinar plantas con libros viejos para salvarlos de la guillotina, porque todos son libros que ya no se usan, no se leen, están arrumbados, viejos, tristes, pudriéndose, polvorientos.
¿De quién fue la idea, tuya o de Daniel?
Más de Daniel. A mí se me ocurrió utilizar libros y plantas, pero Daniel fue el que perfeccionó la técnica.
¿Los han criticado por agujerar libros?
Hay gente que dice: “¡Cómo puede ser posible que perforen libros, es sacrilegio!” Pero, en realidad los asesinos de los libros son los que no leen, que es la gran mayoría de la gente. Nuestro trabajo es como una metáfora, todos estos libros viejos ya se van a destruir, lo que hacemos es salvarlos a través de una vida nueva, que son las plantas. Cada libro lo escogemos, título por título, color por color, todos los arreglos los hacemos uno por uno, cada planta se escoge individualmente. La verdad es que son objetos muy especiales.
A veces, cuando me reclaman les digo que soy escritora, y me preguntan si me gustaría ver mi libro así también. “Claro que sí”, les digo. Si ya los leíste, los libros se te quedan en la mente, no necesitas guardarlos para siempre.
No perforamos libros útiles. Todos son libros que ya se van a tirar. Obviamente, nos han tocado buenos libros viejos, que consideramos que no se pueden triturar. Un día, por ejemplo, nos tocó una edición de lujo de Desayuno en Tiffany’s de Truman Capote. Cuando lo vi no lo quise agujerear, pero al abrirlo estaba todo rayoneado, ya nadie lo iba a poder leer.
Es un hecho que cuando son libros viejos muy buenos y en buen estado, ni siquiera los podemos comprar, porque son carísimos y están en estanterías de colección.
Mucha gente nos dona los libros en vez de tirarlos, y otros los compramos baratos en librerías de viejo.
¿Qué otras cosas hacen además de los libros?
Lo que usamos, sobre todo, son objetos antiguos, cosas que la gente tira: maletas, neceseres, latas viejas, especieros, botes, cosas que se supone que no sirven. Lo que hacemos es introducir la naturaleza en estos recipientes como un pequeño ejemplo de que todo sirve.
Además, trabajamos mucho con botellas de vino y con madera reciclada. Hacemos jardines colgantes con las botellas y con bambú. También, hacemos ambientación de eventos corporativos y sociales, y decoración de interiores para casas u oficinas.
Poner plantas en cualquier espacio te levanta la energía y da otro toque, pero mucha gente no sabe qué tipo de plantas usar. Nosotros vamos y aconsejamos, y si quieren también hacemos la decoración. Nos han pedido decorar desde un rinconcito o una cocina, hasta un patio.
¿Cómo son sus clientes?
Personas que les encantan las plantas y lo creativo, lo fuera de lo común, salirse de las estructuras. Yo creo que es gente que se arriesga un poco, porque el hecho de perforar libros para ponerles plantas sí es un tanto transgresor.
Cuéntame de tus peripecias para conseguir un local.
Carísimo todo. Primero empezamos a vender por Internet, con nuestra página Web y, obviamente, a través de redes sociales. Nosotros entregábamos personalmente los pedidos, pero era muy cansado porque teníamos que ir de punta a punta de la ciudad.
Comenzamos a tener clientes recurrentes que nos preguntaban por una tienda fija donde pudieran ver lo que hacíamos. Fue parte de una demanda de los productos. Se nos hizo importante tener un showroom.
Primero buscamos en algún centro comercial, un lugar que tuviera gente y seguridad, pero todo estaba muy caro. Entonces nos acercamos a Bazar Fusión, les gustó el producto y empezamos a venir cada fin de semana como itinerantes. La verdad es que vendimos muy bien y, por eso, cuando se desocupó un local nos lo ofrecieron.
Nos ha convenido estar aquí porque la gente sabe dónde nos encuentra, nos funciona como escaparate y como oficina, aquí cerramos tratos. En Internet ya no vendemos, mejor citamos a la gente aquí.
¿Alguno de los dos le hacía antes a la jardinería?
No, sólo como hobby, como a cualquiera que le gustan las plantas pero no es jardinero; hasta que nos empezamos a meter, a tomar cursos y a aprender.
¿Y ha sido difícil?
No, porque tenemos buena mano. Hay mucha gente que toca las plantas y se les mueren, pero Daniel tiene una mano buenísima y creo que yo también. Se nos ha dado lo de la jardinería.
Las plantas las dan con instructivo, ¿cierto?
Sí. Todas las plantas llevan su tarjetita de características y cuidados. Cuando la gente empieza a tener broncas, nos mandan un mensaje y les decimos cómo salvar la planta. Por lo general, es cuestión de riego y de luz, y si de plano no se salva, les cambiamos la planta.
¿No se deterioran los libros con el agua y la tierra?
Tenemos una técnica patentada para que nunca se maltraten y que las plantas puedan sobrevivir todo el tiempo que la gente las cuide.
¿Qué porcentaje de tus clientes vuelve?
Yo creo que como el 60 por ciento regresa. Lo tenemos visto. De diez personas que compran un arbolibro, seis regresan. Porque es un regalo diferente, creativo y, además, son únicos, nunca una pieza es igual a otra.
Parece que están creciendo rápido.
No es nada fácil abrir una empresa. Las PyMES y los apoyos y todo eso, claro que no funcionan, los impuestos te comen. Es muy difícil, pero bueno, ahí vamos poco a poco. También, por ejemplo, mucha gente del interior de la república nos hace pedidos, pero es un problema el transporte, porque ninguna empresa de paquetería se hace responsable por una planta. Es muy complicado, no puedo meter una planta en una caja oscura y sin aire, les va a llegar rota o muerta. Los planes de crecimiento implicarían abrir tiendas en otros lados y eso por el momento no se puede.
¿Nadie los ha copiado?
Sí, varios. Pero al final, la calidad se nota. Nosotros utilizamos técnicas bastante estudiadas. Herramientas y maquinarias especiales. Lo que hicimos fue proteger la idea en el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI). Hasta el momento no hemos demandado a nadie y espero que no tengamos que recurrir a eso, pero sí hemos tenido que decir: “Esa idea ya la tenemos en trámite”.
Nos hemos encontrado imitadores en otros bazares. Por lo general son personas que nos compran y nos intentan copiar. De hecho, hace ratito una amiga me mandó una foto diciéndome que se había encontrado un arbolibro en un bazar de Santa Fe. No estaba bonito, pero es muy malo, porque las copias malas chafean el producto. Es una marca registrada, diseños protegidos. La gente nos dice que ya nos ha visto, y yo respondo que no somos nosotros, que son otros y que están mal hechos. De alguna manera, sí hemos sufrido piratería.