Arthur Conan Doyle
«Alguien me preguntó, hace ya muchos años, ¿piensa usted que el poeta debe escribir para el pueblo, o permanecer encerrado en su torre de marfil? […] Escribir para el pueblo –decía mi maestro– ¡qué más quisiera yo! Deseoso de escribir para el pueblo, aprendí de él cuanto pude, mucho menos –claro está– de lo que él sabe. Escribir para el pueblo es, por de pronto, escribir para el hombre de nuestra raza, de nuestra tierra, de nuestra habla, tres cosas de inagotable contenido […] Escribir para el pueblo es llamarse Cervantes, en España; Shakespeare, en Inglaterra; Tolstoi, en Rusia. Es el milagro de los genios de la palabra”.
Las líneas citadas anteriormente las pronunció el poeta español Antonio Machado (1875-1939) en su famoso discurso: “El poeta y el pueblo”, en Valencia, España, en 1937. Machado estuvo siempre preocupado por la cultura, el arte y la poesía, quería escribir y trabajar para el pueblo, llevar a la gente sus versos, su prosa, sus obras de teatro, y lo logró, aun en esos años sangrientos de la guerra civil española que cobró la vida de más de 500 mil personas; el propio poeta fue una de esas víctimas.
Pasmado y herido por los horrores de la guerra, asediado por la persecución sin tregua que soldados y asesinos a sueldo de Francisco Franco llevaban a cabo contra cualquier persona que consideraran “disidente”, más aún si eran personajes influyentes, Antonio Machado comenzó su odisea hacia el exilio, ante la súplica de su amigo y compañero de letras, Rafael Alberti.
El autor de Campos de Castilla tuvo que dejar en 1936 su casa de Madrid en la calle General Arrando, ya que la ciudad estaba sitiada y los bombardeos de los nacionalistas, apoyados por aviones alemanes, era inminentes. Machado comenzó entonces su camino, un camino que no existía porque, como lo escribió en «Proverbios y Cantares»: “son tus huellas/ el camino, y nada más;/ caminante, no hay camino/ se hace camino al andar”.
Machado y su familia se refugiaron en Valencia, consiguieron un chalet en Villa Amparo. El poeta Plá y Beltrán escribió después sobre esos días en la provincia de Rocafort, donde Antonio Machado permanecía en un encierro casi permanente: “Se quedaba todas las noches ante su mesa de trabajo y, como de costumbre, rodeado de libros. Metido en su gabán desafiaba el frío escribiendo hasta las primeras horas del amanecer, en que abría el gran ventanal para ver la salida del sol; en otras ocasiones, y a pesar de estar cada día menos ágil, subía a lo alto de la torre para verlo despertar allá lejos, sobre el horizonte del mar”.
A pesar de sus escasas salidas y su precaria condición de salud, en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, Machado se reunió con destacados escritores y poetas: Bertold Brecht, Ernest Hemingway, César Vallejo, John Dos Passos, Tristan Tzara, Octavio Paz, Pablo Neruda y Hermann Hesse. Ante la destrucción y el sufrimiento de la guerra civil española, Neruda escribió su famoso poema «España en el corazón».
“Yo vivía en un barrio/ de Madrid, con campanas, con relojes, con árboles./ Desde allí se veía/ el rostro seco de Castilla como un océano de cuero/ Mi casa era llamada /la casa de las flores […] ¿Te acuerdas, Rafael?/ Federico, te acuerdas/ debajo de la tierra […] Y una mañana todo estaba ardiendo/ y una mañana las hogueras/ salían de la tierra/ devorando seres,/ y desde entonces fuego,/ pólvora desde entonces,/ y desde entonces sangre […] Generales traidores:/ mirad mi casa muerta, mirad España rota”.
Mientras la guerra avanzaba Machado tuvo que huir nuevamente, esta vez a Barcelona. Su estadía en la finca Torre Castañer fue corta, pronto las calles catalanas se convirtieron en otro campo de batalla. Antes de partir rumbo a Francia, su exilio definitivo, Antonio Machado publicó La Guerra (1937), donde escribió un célebre poema («El crimen fue en Granada») dedicado a su amigo, el poeta Federico García Lorca, quien fue fusilado el 18 de agosto de 1936 por autoridades franquistas, acusado de socialista y de “prácticas de homosexualismo y aberración”. Su cuerpo no ha sido recuperado, se sospecha que se encuentra en alguna fosa común anónima.
“Se le vio, caminando entre fusiles/ por una calle larga,/ salir al campo frío,/aún con estrellas, de la madrugada./ Mataron a Federico/cuando la luz asomaba./ El pelotón de verdugos/ no osó mirarle a la cara./ Todos cerraron los ojos;/ rezaron: ¡ni Dios te salva!/ Muerto cayó Federico/ —sangre en la frente y plomo en las entrañas—/ … Que fue en Granada el crimen/ sabed —¡pobre Granada!—, ¡en su Granada!”.
La ciudad de Barcelona estaba a punto de ser tomada por las fuerzas del bando sublevado. Antonio Machado y su familia abordaron un vehículo con dirección a la frontera francesa y pasaron, el 22 de enero de 1939, una última noche en suelo español, en Viladasens. Cuarenta personas más les acompañaban, entre ellos el filósofo Joaquín Xirau, el filólogo Tomás Navarro y el novelista Corpus Barga.
Al día siguiente y a medio kilómetro de la frontera con Francia, el contingente tuvo que abandonar los vehículos que se habían quedado atascados en el embotellamiento causado por cientos de miles de españoles que huían de su patria. Sin maletas y a pie, soportaron el frío y la lluvia invernal hasta llegar a la aduana francesa: “Cuando el jilguero no quiere cantar,/ cuando el poeta es un peregrino,/ cuando de nada nos sirve rezar./ Caminante no hay camino/ se hace camino al andar/”. Cantaría Joan Manuel Serrat (quien también conoció el exilio) en un álbum dedicado a Antonio Machado, en 1969.
Después de cruzar la frontera con Francia, el poeta y sus acompañantes durmieron en el vagón de un tren que al día siguiente los trasladaría a Colliore, destino final del viaje y de la vida de Machado.
El 22 de febrero de 1939 (un miércoles de ceniza), murió el poeta, narrador y dramaturgo, Antonio Cipriano José María Machado Ruiz, a la edad de 63 años. Presentaba síntomas de pulmonía y varias complicaciones físicas, aunque su hermano, José Machado, escribió que fue el exilio lo que en realidad terminó con su vida: “Venía herido de muerte del fatal éxodo… Su grandeza espiritual se sobrepuso a tantas fatigas espirituales y corporales con la resignación de un verdadero santo”. Años después, Serrat definiría al poeta con estas líneas: “Profeta ni mártir / quiso Antonio ser. / Y un poco de todo lo fue sin querer”.
Habían pasado apenas 72 horas del fallecimiento de Machado cuando su madre, Ana Ruiz, quien acompañó al poeta en las penurias del viaje al exilio, murió también, justo el día en que cumplía 85 años. Según testigos, en Rocafort, Ana había dicho: “Estoy dispuesta a vivir tanto como mi hijo Antonio” y así lo hizo. Ambos fueron enterrados en una tumba que les cedió una vecina en Colliore.
Este 26 de julio se cumplen 144 años del natalicio de Antonio Machado, quien escribió sobre sí mismo en una breve autobiografía: “Mi vida está hecha más de resignación que de rebeldía; pero de cuando en cuando siento impulsos batalladores que coinciden con optimismos momentáneos de los cuales me arrepiento y sonrojo a poco indefectiblemente. Soy más autoinspectivo que observador y comprendo la injusticia de señalar en el vecino lo que noto en mí mismo”.
Envuelto en la bandera republicana, los restos de Antonio Machado y los de Ana Ruiz descansan todavía en Colliore. Aunque las autoridades franquistas quisieron aprovechar el momento y pidieron que el cuerpo del poeta fuera llevado a España, los representantes franceses y la familia de Machado se negaron, su tumba en Colliore es un símbolo del éxodo republicano.
“Antonio Machado es el portavoz de esos 500,000 españoles que, como él, tuvieron que dejar su país. Desplazar su sepultura sería negársela simbólicamente a quienes no tienen su fama”. Sostiene Joëlle Santa-García, nacida en Elche, emigrada con sus padres en los años sesenta, profesora de español en un instituto de Perpiñán.
El régimen franquista expulsó, post mortem, a Antonio Machado del cuerpo de catedráticos del Instituto Cervantes en 1941, cuarenta años después fue rehabilitado por un gobierno democrático. Francisco Franco trató por todos los medios de borrar de la historia el nombre de Antonio Machado y lo que logró fue asegurar que nunca se olvidara. Muerto y enterrado en el exilio, Machado nunca perdió su convicción, ni su estética, ni su patria.
Antes de que el poeta fuera sepultado, Manuel Machado encontró unos papeles arrugados en la bolsa del gabán de su hermano Antonio, en uno de ellos estaba escrito su último verso: “Estos días azules y este sol de la infancia”.