Entrevista a Raquel Castro, escritora
La novela tiene un montón de menciones de grupos musicales y de canciones. Yo creo que tiene que ver con mi trabajo como guionista. Visualizo las escenas con todo y su ambiente sonoro.
Me puse la regla de que no entorpecieran la narración, que si alguien no las conocía no le hicieran falta. Al final tuve que sacar un montón, porque estaban muy forzadas, muy oscuras, o de plano no venían al caso.
Ha sido muy bonito que gente que conoce, agarra el libro con escepticismo, como diciendo: “Ah, vas a hablar de dark. A ver qué tal lo haces”. Y ya que ven las bandas quedan contentos, como que sí pasé el examen.
O gente que me dice: “Yo no conocía, iba leyendo e iba googleando, y me encontré canciones que me gustaron”.
Una amiga que es maestra me platicó de un alumno que se llamaba Gokú de Jesús, y me encantó, por supuesto. ¿Te imaginas al papá convenciendo a la mamá?: “Sí, hay que ponerle Gokú, es más poderoso que Jesús”. Es rarísimo.
A partir de ahí, me cuestioné cómo ponemos los nombres. Yo me preocupo de que los nombres de mis gatos no suenen ridículos, imagínate con los hijos todo lo que implica, todas las chavas que se llaman como protagonistas de telenovela.
Se me ocurrió que alguien de mi generación probablemente le pondría a sus hijos nombres de videojuegos, y de ahí salió lo de Atari, que suena hasta cool.
Primero fue el nombre y después desarrollar el personaje a partir de qué padre le pone así a su hija, cómo la educa y cómo podría resultar una chava con este principio.
Tenía la anécdota: es un fin de semana largo en el que quieren ir a Cuernavaca y, por una u otra razón, nunca llegan; pero tenía que haber algo más. Después vino la idea de la beca y me di cuenta que ahí realmente era donde estaba lo pesado.
Me acordé mucho de cuando tuve que elegir área en la prepa. El día que me tocó llenar los ovalitos para pedir área tres me había equivocado y puesto una calceta blanca y otra amarilla fosforescente. Lo que menos me importaba era qué iba a ser de mi futuro, yo estaba pensando en que nadie se diera cuenta de mi error.
Tienes que tomar decisiones bien cabronas en un momento de la vida en que tus prioridades son otras. Te dicen, “de lo que decidas ahorita depende tu futuro”, y tú ves vieja a la gente de 20 años. Dices, “Ay, sí, cuando yo sea grande y tenga 23…” ¡El futuro no existe a esa edad! Es muy difícil tomar una decisión y tratar de concentrarte y proyectarte en ver dónde vas a estar en 10 años.
Cada que vez que escoges algo estás cancelando un montón de cosas. Una decisión no es nada más escoger esto. También es decirle adiós a un montón de universos paralelos o de realidades alternas que acabas de matar.
Obviamente, lo peor que podríamos hacer es quedarnos inmóviles y no elegir, porque esa también es una decisión e igual estás anulando las otras. Me pareció que era muy interesante, sobre todo en alguien de esa edad.
Cuando empecé a escribir la novela ni siquiera podía decirle novela. Decía: “estoy escribiendo un coso que es muy largo, así que no es un cuento”. No me gustaba hablar del tema, me sentía muy incómoda. No me creía escritora, sino guionista, como si fuera una cosa distinta. Escribía sobre todo a ratos perdidos y muy calladita.
Después, tuve un periodo en el que no asumía que la había terminado. Abría el archivo, ponía una coma, quitaba la coma, cerraba el archivo. Ya nada más estaba jugando. Mi esposo me dijo que asumiera que ya la había acabado y que hiciera algún tipo de ritual íntimo de paso. “¿Por qué no la mandas a un concurso?” me dijo. “Eso es como mandar al hijo a la universidad, admitir que ya no es tuyo; que ya alguien más la va a leer aunque la coma que no te gusta esté ahí”.
Me pareció una buena idea, la mandé al concurso y realmente no esperaba que ganara. Me olvidé del tema hasta que me hablaron para decirme que había ganado. Todavía cuando colgué me quedé sentada esperando que me llamaran para decirme que se habían equivocado.
Una cosa interesante es dónde ponemos el acento hombres y mujeres, no por una cuestión genética ni hormonal, sino por educación. De algún modo a las mujeres se nos enseña desde niñas a estar más en contacto con las emociones, a ser más expresivas, y a los chavos a ser más fuertes, más prácticos, “habla menos, demuestra más”.
Pero el rol femenino ha cambiado mucho en los últimos cincuenta años. Una chava de 17 años es, se me ocurre pensar, como una bahía donde el agua está tranquila por arriba, pero abajo hay corrientes que van de un lado para el otro y chocan.
Por un lado te enseñan que hay que buscar relaciones equitativas y que tu hermano también puede lavar los trastes; pero por otro, el hormonazo está cañón y de todos modos leíste los cuentos de hadas y esperas al príncipe azul, pero ahora te da vergüenza esperarlo.
Sí, es muy compleja una chava adolescente. No necesariamente azotada todo el tiempo, pero sí muy compleja.