La ausencia de una política migratoria nacional con estrategia y recursos nos colocó en un conflicto bilateral con nuestro vecino del norte, en el que hasta la fecha no queda claro cuál es el posible saldo positivo para el país
Desde su larga campaña electoral hasta su arribo a la presidencia, el tema migratorio no fue punto central en la agenda y propuestas del presidente. Impresiona que, habiendo migrado tantos millones de mexicanos hacia el exterior, mismos que constituyen la principal fuente de divisas del país mediante las remesas que envían, además de una larga lista de agravios a nuestros connacionales en la frontera norte y en territorio estadounidense por la violación de sus derechos humanos y del incremento en el territorio nacional de los flujos migratorios que provienen de Centroamérica, el gobierno actual no cuente con una estrategia clara, sólida y bien estructurada sobre la migración.
Además de los pronunciamientos sobre la decisión de defender a los migrantes y acerca de la implementación acciones para que ya no migren más mexicanos, el único rasgo claro estaba en la política de puertas abiertas a las personas que llegaban al país por la frontera sur.
No obstante, el gobierno federal, acostumbrado a reaccionar más que a ser proactivo, sucumbió ante la nueva configuración de los flujos migratorios. Primero, pensó en disminuir la salida de mexicanos hacia Estados Unidos, pero no previó el incremento de las olas migratorias provenientes del sur del país. Segundo, no ha sabido capitalizar la fuerza de las dimensiones de la población migrante mexicana como elemento para posicionar una agenda bilateral equilibrada con Estados Unidos. Tercero, comprometió al país con su función de muro contenedor de migrantes sin contar con los recursos y capacidad para atender a las personas que llegan a territorio nacional. Y cuarto, en vez de expulsar personas, México se ha convertido en receptor, no sólo de quienes entran por la frontera sur sino además de migrantes de tránsito, deportados y retornados por estar esperando a que las autoridades migratorias definan su situación, como Tercer País Seguro.
La ausencia de una política migratoria nacional con estrategia y recursos nos colocó en un conflicto bilateral con nuestro vecino del norte, en el que hasta la fecha no queda claro cuál es el posible saldo positivo para el país; en cambio, resulta evidente el papel que le corresponde a nuestra Nación como patrulla fronteriza de Estados Unidos, que frene la migración a ese país, resultado del acuerdo migratorio impuesto.
Nos preocupa que, al parecer, el gobierno federal no está consciente de la posición en la que lo colocó Estados Unidos a través de la imposición de una agenda migratoria en la que corresponde a México asegurar el flujo ordenado de los miles de migrantes de tránsito, retornados y deportados, provenientes de países de Centroamérica.
La política migratoria alejada de “las puertas abiertas” impone a las autoridades mexicanas un control migratorio rígido, dejando en el pasado la entrega casi masiva de visas humanitarias y la preocupación por el respeto a los derechos humanos que, ahora con la Guardia Nacional en funciones de patrulla fronteriza, esperamos se atienda.
Las consecuencias ya se dejan ver: el despliegue de elementos de la Guardia Nacional; la revisión obligatoria, que no legal, de los pasajeros de autobuses para acreditar su nacionalidad, lo cual incluye a los mexicanos; además de los conflictos de no contar con la capacidad de atención y resguardo de miles de migrantes.
En este contexto se ha pasado por alto que la migración generada por la situación económica de los países de origen ha sido sustituida por la migración que huye de la violencia y la inseguridad. Esto marca la ruta del nuevo escenario migratorio: no cesará el flujo de personas, por el contrario, tenderá a incrementarse.
Entonces, cabe preguntar: ¿México está preparado para enfrentar la llegada de millones de migrantes por el sur de la frontera? ¿Las autoridades han calculado el impacto de la llegada de miles de migrantes, tanto en las finanzas públicas como en las comunidades del norte del país?
Lamentablemente, la realidad del país nos muestra una situación que hace difícil pensar que México aprobará la evaluación de Estados Unidos. Por ejemplo, la tasa de desempleo llegó a 1.9 millones de personas, es decir, el 3.5 por ciento de la población, y la población ocupada en actividades informales llega al 30.8 millones de personas, las cuales no cuentan con seguridad social (según la “Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo” del INEGI, durante el primer trimestre del 2019). ¿Será posible cubrir necesidades de empleo adicionales?
Vemos cómo Estados Unidos, un país que lleva años conteniendo a millones de personas que llegan a su territorio, con toda una infraestructura establecida y programas para su atención previos a su retorno, actualmente enfrenta serias dificultades por este fenómeno.
El gobierno debe realizar una profunda reflexión autocrítica: el país no cuenta con las capacidades, infraestructura y recursos que le permitan responder a las necesidades de la población migrante que transita por nuestro territorio.
Ante la debilidad de su posición frente a Estados Unidos, el gobierno mexicano debe recobrar el activismo de antaño, a través de mecanismos multilaterales que le permitían tejer contrapesos y la construcción de alianzas con las que compensaba esa debilidad. Estrategias que en la actualidad se hacen necesarias para fortalecer su posición frente a las demandas de Donald Trump.
Esperamos que el gobierno de México no adopte, por presión, el modelo estadounidense para enfrentar los flujos migratorios que vienen del sur, mismo que pone énfasis en el control y la seguridad de la frontera. Por el contrario, debe implementar todo aquello que ha demandado: respeto a los derechos humanos, trato digno y oportunidades para lograr una migración ordenada. Prohibir y perseguir la migración, así como el cierre de fronteras, no es la solución.
Si el gobierno no asume medidas serias, estará enfrentando una crisis humanitaria que no sólo afectará a los migrantes que vienen del sur de la frontera de México sino, de manera importante, a las comunidades locales cercanas a la frontera norte. Preparémonos mejor para recibirlos, como nos gustaría que recibieran a los nuestros.