Los españoles están “remontando la cuesta” con mucho afán, pero sobre todo bien organizados socialmente
Con motivo de la celebración de un viaje previsto al viejo continente, con tintes de análisis y estudio acerca del comportamiento social de los ciudadanos, deseo compartir con nuestros lectores algunas reflexiones que buscan aportar a la comprensión de lo que está ocurriendo en el campo sociopolítico y económico español, así como algunas lecciones que en México podamos o queramos tomar en cuenta a partir de ello.
Tenía veinte años desde la última ocasión en que visité Europa (lo hice en 1996, 1999 y ahora en 2019), hallando una España económicamente pujante, socialmente embravecida y políticamente convulsa. Nada que nos distancie como nación de ellos, dado que reflejan simplemente lo que está ocurriendo en todo el mundo, en donde el descrédito de las instituciones es patente, al tiempo que la búsqueda ciudadana independiente por tratar de salir adelante en su retos, es plena.
Con una superficie de poco más de medio millón de kilómetros cuadrados y una población cercana a los 47 millones de personas, España se ubica como la catorceava economía mundial y aunque su economía se muestra pujante, es una de las que ostenta mayor índice de desempleo y al mismo tiempo -curiosamente- la que más altos ingresos per cápita ofrece, con un promedio anual de 25 mil 700 euros (565 mil 400 pesos mexicanos). Tiene una deuda pública como nación de poco más de mil millones de euros.
Hacia finales de la década de los noventa del siglo pasado y principios de este siglo veintiuno, recuerdo que diversos organismos internacionales coincidían en señalar que España había conseguido alcanzar tales niveles de desarrollo, que la brecha entre ricos y pobres era prácticamente imperceptible, logrando una homogenización de su sociedad, lo que hizo que muchos países voltearan su mirada hacia esta nación para tomar referencia de su circunstancial éxito. Después las condiciones económicas cambiarían sustancialmente para España, el destino les mostraría otra cara, muy diferente.
Así las cosas, amigos lectores, la forma en que los españoles están acometiendo los diversos retos se basa en algo muy simple. Los ciudadanos han logrado que el presupuesto nacional conceda altos porcentajes para salud y educación, reduciendo gasto en materia de defensa. Por ejemplo, la inversión en salud es cinco veces más que el presupuesto destinado a la parte militar y a la educación se le otorga el segundo monto más alto, triplicando la inversión que se destina al renglón de defensa, que se ha venido reduciendo sustancialmente.
El dato no es menor -desde luego-, sobre todo si tomamos en cuenta que al haber decidido el gobierno español, en su momento, involucrarse en la alianza internacional encabezada por Estados Unidos, buscando ajustar cuentas con Irak, tuvo que ejercer gastos inesperados en materia armamentista, lo cual provocó que se descuidaran otras áreas, como las de alimentación, salud, vivienda y empleo, reapareciendo los delicados contrastes socioeconómicos que han obligado a repensar el diseño de políticas públicas.
Uno de los más fuertes ingresos que posee actualmente la economía española es el turismo, industria que genera una derrama de 65 mil millones de euros que dejan alrededor de 82.2 millones de turistas extranjeros; es nada menos que el segundo país en el mundo líder en recibir visitantes externos. Imaginemos simplemente que los ingresos turísticos conforman casi las tres cuartas partes del Producto Interno Bruto de España. Así de importante resulta la industria turística para esta nación.
Para darnos una idea de lo que estamos hablando, mientras España, con la cuarta parte del territorio que tiene la República Mexicana, es capaz de generar ingresos turísticos sobre un billón cuatrocientos mil millones de pesos, los mexicanos nos sentimos satisfechos porque la industria turística aporta al Producto Interno Bruto un monto aproximado de 500 mil millones de pesos anualmente, cuando bien podríamos hacer mucho más al respecto.
Conversando “cara a cara” con el ciudadano de este país, es fácil identificar por qué España está recuperando terreno económicamente. La mayoría de la población se ha puesto de acuerdo en lo fundamental para lograr crecer, dejando a un lado las muchas veces inútiles discusiones sobre temas que no son fundamentales. En pocas palabras, muy pocos se atreven a cuestionar las decisiones “macro”, que son las que les van a representar ventajas para garantizar su desarrollo, desplazando totalmente lo que quita tiempo, como suelen decir la mayoría de los españoles.
En ese sentido, es encomiable -por ejemplo- cómo han ido superando los estragos socioeconómicos heredados por el bombazo en la estación Atocha del metro de Madrid, ocurrido un día once de marzo del año dos mil cuatro, en el que murieron 193 personas y más de dos mil resultaron heridas. Fue indudable el alto costo que esta nación tuvo que pagar por haberse metido en el conflicto de Estados Unidos con Irak, al que se le acusaba de estar fabricando material nuclear, lo cual finalmente sigue quedando en duda.
Así las cosas, y recordando a uno de sus más prolíficos íconos culturales -Joan Manuel Serrat-, los españoles están “remontando la cuesta” con mucho afán, pero sobre todo bien organizados socialmente. El tema de la corrupción es un capítulo al que la sociedad española le da suficiente importancia, toda vez que saben que los políticos no hacen bien su trabajo y sólo se dedican a robar de las partidas del presupuesto nacional.
Similar a lo que está ocurriendo en gran parte del mundo, en materia de confianza, en España la crítica hacia los partidos políticos y todo lo que les rodea es amplia y profunda. La sociedad española realmente no muestra el más mínimo aprecio por el supuesto trabajo de los políticos o de quienes participan en la administración pública. Por eso es que se muestran muy activos, involucrándose en la participación en sus comunidades, pero eludiendo al máximo posible hacerlo a través de los canales partidistas tradicionales.
Aquí, más que la ola nacionalista que recorre el mundo hoy en día, son los regionalismos los que empiezan a establecer sus planteamientos. Por eso la autoridad gubernamental española pone mucha atención a los brotes independentistas, como los de Cataluña, por ejemplo, que constantemente amenaza con fundarse como nación autónoma. Y es que es importante destacar que los españoles del norte sienten que están subsidiando a las provincias del centro y sur del país, lo cual es relativo, ya que la fuerza económica turística la aportan justamente esas regiones.
Siendo España un modelo que opera como monarquía republicana, el tema del gasto público y la distribución de los ingresos hacia las provincias y comunidades toma un papel fundamental. Tanto la provincia de Navarra como las tres regiones en las que se encuentra presente el País Vasco, gozan de un régimen fiscal especial que les permite definir la forma y montos de tributación fiscal entre sus habitantes. Digamos que son los únicos privilegiados, mientras que el resto de las provincias deben someterse a lo que el gobierno nacional determine.
Es irónico -hablando de ello- que cuando Francisco Franco estuvo en el poder, lo primero que planteó fue que cada provincia pudiera tener autonomía fiscal, con el fin de determinar su régimen tributario, y asombrosamente Navarra y el País Vasco fueron las dos únicas en “levantar la mano”. ¿Qué ha traído esa situación? Que la región norte del país muestre altos niveles de desarrollo y prosperidad, mientras que hacia el centro y sur de España la evolución sea menor, basándose en un alto porcentaje en su vocación turística.
En el fondo, lo que se intenta es que se establezca una nueva relación fiscal que permita a las provincias aprovechar más y mejor su actividad económica, propiciando que su desarrollo se consolide. Cuando hubo oportunidad para establecerlo así, a partir de la década de los cincuenta del pasado siglo veinte, la mayoría de las provincias no quiso; hoy que se sienten fuertes tratan de modificarlo, pero los enormes intereses políticos de control prevalecen y pasará mucho tiempo antes de que veamos un cambio en dicha relación.
En México, por cierto, la de un real federalismo es una lucha que recién ha iniciado. Tendrá apenas un cuarto de siglo (a partir de que el Partido Revolucionario Institucional [PRI] perdió la mayoría en el congreso federal) y salvo gobernadores como Javier Corral, de Chihuahua, o Enrique Alfaro, en Jalisco, que han sido puntuales y enfáticos en el tema, el resto de los políticos y la propia sociedad no han tomado esa lucha, que personalmente creo nos llevaría a una mejor calidad de vida a millones de personas en nuestro país.
Retomando nuestro análisis del caso español, hablando del renglón político, es menester señalar que la presión ciudadana ha provocado que, al no tener suficiente apoyo el actual presidente de la República (Pedro Sánchez, del PSOE), se estén viendo en la necesidad de convocar a nuevas elecciones (en tres ocasiones durante los últimos nueve meses) con el fin de lograr un gobierno consensado y con respaldo mayoritario de las fuerzas políticas representadas en el congreso español. El domingo 10 de noviembre es la nueva fecha electoral para ello y en eso se hallan ocupados el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el Partido Popular, PODEMOS, CIUDADANOS y VOX, por igual.
En ese tenor, es de destacar que las grandes esperanzas y expectativas políticas que habían generado en su momento (principios del actual siglo XXI) organizaciones como PODEMOS y CIUDADANOS, hoy se han convertido en absoluta decepción, aparentemente porque la teórica independencia con la que se habían comportado ambos, ha finalizado, mostrando cercanía con algunos actores y factores de poder, lo cual no ha agradado en general a la opinión pública de España. La verdad es que por alguna peculiar razón, en el ámbito político se han empeñado en actuar de manera unilateral e insensible frente a las necesidades básicas de los individuos y las comunidades que habitan, por lo que el panorama -lejos de mejorar- se torna más bien delicado y preocupante.
Otro rasgo interesante hallado en la visita de análisis efectuada, es que la migración ilegal comienza a ser un problema para las autoridades españolas; cientos de miles de marroquíes cruzan diariamente por el estrecho de Gibraltar para llegar como ilegales a España. Por asombroso que parezca, cerca de un ochenta por ciento de ellos termina estableciéndose en la ciudad de Barcelona, en donde coincidentemente la violencia se ha duplicado en el curso de los tres últimos años. Por si fuera poco, muchos de esos migrantes gozan de apoyos de programas sociales, permitiéndoles dedicarse a actividades ilegales e inmorales, olvidándose de generar proyectos de fondo y trascendentes. En México ocurre algo parecido, ante lo cual debemos tomar nota.
Aprender de otras experiencias y aplicar conceptos exitosos siempre es sano y útil. Como se puede apreciar, los problemas de nuestros países son similares, la forma de atacarlos es lo que establece la diferencia. En México discutimos mucho y gastamos energía en temas menores y hasta baladíes. Los mexicanos podríamos aspirar a lograr grandes ingresos por concepto de turismo, toda vez esta área que es una de nuestras fortalezas, es cuestión de encontrar los puntos de acuerdo entre todos los participantes para concretar. Y como ese habría temas básicos, como el de la educación, en el que prácticamente todos estamos de acuerdo en cuanto a su valor e impacto, lo mismo que en los casos de salud y generación de empleo.
El tren de la historia vuelve a recorrer el mundo, y como mexicano no me agradaría que una vez más pase por la estación de nuestro país y nuevamente desperdiciemos la oportunidad de subirnos al mismo para obtener niveles de progreso y crecimiento acordes a lo que somos como nación. En México hay riqueza, lo que hemos tenido es un sistema político caduco e inoperante que ha provocado una administración pública altamente deficiente, sistema que en su conjunto hay que sustituir so pena de condenar a las próximas generaciones a un injusto estado de pobreza y miseria. Aún es tiempo de que México se mueva en una dirección positiva.