PARA LAS MUJERES RESISTIR ES SOBREVIVIR, SI NO SEGUIMOS INCOMODANDO, LO GANADO HASTA AHORA PUEDE PERDERSE EN CUALQUIER MOMENTO
Integrante de la Red
Políticamente Incorrectas
Los feminicidios de Lesvy, en la Ciudad de México; de Mara, en Puebla; de Mitzi, en San Luis Potosí; de Miriam, en Estado de México; de Daniela, en Chiapas, y la reciente violación de una menor por cuatro policías en la capital del país; todas ellas y las muchas otras cuya identidad desconocemos, son la razón por la que miles de mujeres salimos a las calles el pasado 16 de agosto en distintas partes del país, con brillantina rosa y pancartas en la mano, a exigir justicia y un alto a la violencia feminicida que nos acecha todos los días.
Recordemos que, unos días antes, el enojo y la indignación se vieron reflejados en una protesta afuera de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) de la Ciudad de México, bajo la consigna #NoMeCuidanMeViolan. Fue ahí cuando la diamantina rosa fue arrojada a Jesús Orta Martínez, ahora ex secretario de Seguridad Ciudadana, mientras daba una entrevista a medios de comunicación, lo que causó indignación a unos cuantos y orgullo a muchas de nosotras.
Probablemente nadie imaginó que desde ese momento la diamantina se convertiría en un símbolo de la lucha feminista y que, en nuestro derecho legítimo de protestar, saldríamos a llenar las calles de diamantina para exigir justicia a las autoridades y también como un mensaje contundente para los agresores que están ahí afuera: juntas somos más fuertes.
Esa tarde de agosto me reuní con algunas de mis amigas de la Red Feminista Políticamente Incorrectas para participar en la protesta que se realizaría. Al principio la afluencia de las personas que estábamos ahí no era mucha, peo conforme pasaban los minutos la Glorieta de Insurgentes se iba llenando poco a poco, hasta haber miles de nosotras congregadas por una misma razón. Lo inspirador de la reunión fue que no importaba nuestro contexto, nuestra historia, nuestras diferencias, al final logramos encontrar las razones para permanecer unidas.
Inicialmente la convocatoria indicaba que sólo sería una congregación; sin embargo, después del mensaje encabezado por algunas compañeras, decidimos marchar. Mientras caminábamos y gritábamos algunas consignas como “yo sí te creo”, los ánimos empezaron a calentarse y algunas de las asistentes empezaron a romper cristales de una estación de Metrobús, pero la marcha continuaba.
Seguíamos caminando cuando una de mis amigas me jaló del brazo y me dijo “corre”, no sabía por qué pero corrí junto a ella, al mismo tiempo que veíamos a otras compañeras comenzar a correr. Aunque todo pasó tan rápido, en ese momento nos dimos cuenta de que se habían infiltrado para desestabilizar la marcha, lo sabíamos porque varias personas estaban encapuchadas y corrían detrás de algunas compañeras de la marcha. Seguimos corriendo y buscamos un refugio, estábamos asustadas y desconcertadas, sin embargo, no sería la primera vez que grupos de choque intentan desestabilizar y deslegitimar un movimiento social.
Esa noche y durante los días posteriores, de lo que más hablaban los medios y la opinión pública era de los estragos de la marcha: los monumentos pintados, los vidrios rotos, la diamantina en las calles, el desorden, el periodista agredido —aunque quien lo agredió fue otro hombre—; de lo que no hablaron, o hablaron muy poco, fue sobre las razones por las que salimos a protestar.
Tal parece que los estragos de ese día fueron más importantes que las nueve mujeres asesinadas diariamente (ONU MUJERES), que las nueve mujeres abusadas sexualmente al día, tan sólo en la Ciudad de México (Secretariado Ejecutivo del Sistema de Seguridad Pública). Más importante que las estadísticas que indican que cuatro de cada 10 mexicanas han sido víctimas de algún tipo de violencia (Equis Justicia para las Mujeres) en el ciberespacio, el espacio público y privado; más importante que el dolor de los familiares que perdieron a una hija, a una hermana, a una madre.
Cada vez son más frecuentes los comentarios diciendo que la peor enemiga de una mujer es otra mujer, se equivocan, todas las estadísticas de mujeres asesinadas y violentadas al día, dentro y fuera de sus hogares, nos confirman que el enemigo es otro.
El miedo de no convertirte en parte de las estadísticas está latente; sin embargo, somos afortunadas las que seguimos vivas, las que podemos seguir contando historias, las que enfrentamos y denunciamos todos los tipos de violencia, las que acompañamos a otras en sus procesos, las que no nos callamos, las que incomodamos y cuestionamos. Lo hacemos por las que ya no pueden hacerlo, por las que estamos y por las que vendrán. Es una deuda histórica y una continuación de la lucha feminista que nos antecede desde hace algunos siglos.
Para las mujeres resistir es sobrevivir, si no seguimos exigiendo e incomodando, lo ganado hasta ahora puede perderse en cualquier momento. De ahí la importancia de presionar para que se decrete la Alerta de Violencia de Género contra las Mujeres (AVGM) en todo el país; de que se destine un presupuesto para implementar acciones concretas que ayuden a la prevención y erradicación de las violencias; de vigilar y dar seguimiento a los acuerdos a los que se han comprometido los distintos poderes del Estado para evitar caer en la simulación; de impulsar y trabajar para que se creen e implementen políticas públicas desde una perspectiva feminista.
Así como muchas otras compañeras, sé que el feminismo llegó a mi vida para salvarme. La sororidad que he encontrado en otras mujeres, particularmente este año, ha sido sobrecogedora. Sentirnos y vernos articuladas, unidas y fuertes es inspirador. Todas las mujeres feministas exigimos transformar las relaciones de poder entre los géneros, desaparecer las jerarquías que nos han sido impuestas como producto del sistema patriarcal, superar la desigualdad y democratizar a la sociedad a fin de dejar atrás la exclusión y la invisibilización.
Cada una vive los feminismos a su manera y a distintos ritmos, ser feminista es estar en una lucha constante, es una deconstrucción diaria de lo que hacemos, pensamos y decimos. No obstante, considero que uno de los grandes retos para nuestro movimiento será la autocrítica y el autoanálisis de los pasos que siguen.
Si algo he aprendido en este proceso es que la liberación de las mujeres sólo la pueden lograr las mujeres. Mientras tanto, nosotras seguiremos llenando las calles de diamantina bajo la misma consigna: porque queremos salir y sentirnos seguras, porque queremos vivir libres de violencias y que se respeten nuestros derechos, porque vivas nos queremos.