A Rusia le ha sentado bien su nueva faceta capitalista
La caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética marcaron el fin de una era. No obstante esto no significa que las viejas formas de la Guerra Fría se hayan ido del todo. La competencia militar-bipolar se ha reestructurado con nuevas reglas de juego en un mundo dominado completamente por el capitalismo salvaje. A Rusia le ha sentado bien su nueva faceta capitalista, porque en lo militar las últimas dos décadas han significado su repunte como productor y vendedor de armamento. Ha consolidado un complejo militar industrial basado en la fusión de gobierno, las empresas privadas y el ejército que le permiten en el Siglo XXI reafirmarse como un gran poder militar. Las políticas de desarme y control de armamento son una simulación o un acto de hipocresía. La proliferación de armas aumentó significativamente en el Siglo XXI en comparación con los años más gélidos de la Guerra Fría.
Nada más en 2012 el gasto militar mundial significó 1.7 billones de dólares, frente a los 1.5 billones generados en 1989. Los mismos de siempre, Rusia y Estados Unidos, encabezan la lista de países exportadores de armas; muy lejos se encuentra Alemania, en el tercer lugar. Tenemos así un mundo más armado, cuyo modelo de economía de guerra, reproducido en otros países, ha encontrado en la industria militar y el comercio de armas, una forma perversa de desarrollo, reactivación económica y mecanismos anticrisis.
La Guerra Fría marcó el inicio y consolidación de la era nuclear. Se mantiene el duopolio de Estados Unidos y Rusia, que en este rubro siguen siendo inalcanzables. Contra sus pretendidas políticas para detener la proliferación de armamento no convencional, en el Siglo XXI son más los países que cuentan con armas nucleares, como los casos de Irán y Corea del Norte. En este siglo suceden eventos inadmisibles como el uso indiscriminado y comprobado de armas químicas en Siria. La opacidad de Naciones Unidas y de los poderes occidentales solo puede ser entendida a partir de la alianza estratégica de Rusia y China, que han construido un bloque común contra las políticas unilaterales de Estados Unidos.
Algunos de los recientes acontecimientos pueden explicarse desde la lucha monopólica que mantienen los poderes mundiales. Como si fuera un gran tablero de ajedrez, Rusia y Estados Unidos comenzaron el último reparto de los recursos energéticos globales. La apresurada reforma energética aprobada en México, el acuerdo transfronterizo para la explotación de aguas profundas en el Golfo de México aprobado en el Congreso de Estados Unidos, la controversia por el oleoducto Keystone XL, la desestabilización venezolana, la guerra civil ucraniana y la reciente invasión rusa a Crimea, muestran la voracidad de dos potencias que buscan garantizar a toda costa sus reservas de energéticos para los próximos 30 años.
En el nuevo milenio, la ausencia de dos bloques bien definidos como el soviético y el capitalista, han provocado que la sociedad internacional sea desordenada, y su multiplicidad de actores más autoritarios y anárquicos que en el pasado. En lo militar, no existe ninguna duda, como en la Guerra Fría, prevalece un mundo bipolar con más y mejores armas, donde dos países encabezan los conflictos armados y monopolizan la producción, el comercio y las transferencias de armamento.