Toda mi vida estudié en escuelas oficiales.Recuerdo que en la primaria, los lunes por la mañana se hacían honores a la bandera y entonábamos el Himno Nacional, pero también celebrábamos los fastos nacionales: Independencia, Reforma, Revolución y honrábamos a héroes como Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero y Cárdenas, entre otros. Aprendimos a cantar la Internacional y el Himno del Agrarista, a leer y declamar los poemas dedicados a México de Amado Nervo, López Velarde y el imprescindible vate Ricardo López Méndez, autor del vibrante México creo en ti, en la cautivamente voz de Don Manuel Bernal, llamado el declamador de América.
Esto, que parece ciencia ficción, sucedía en la década de los años cuarenta del siglo pasado. Pero en los momentos actuales evocaría la celebración de la Expropiación Petrolera, que era nueva y tan fresca en aquellos ayeres, como merecedora de las honras nacionales: Lázaro Cárdenas, sin duda el mejor presidente que tuvo México en el siglo pasado, había expropiado el petróleo de nuestro subsuelo a las empresas extranjeras.
El pueblo (hoy se dice sociedad), en aquel día de fiesta histórica se acercó a su líder moral y le entregó sus alcancías para que pagara la indemnización a los depredadores de nuestros recursos naturales y humanos. Escenas verdaderamente conmovedoras que nos restituyen las fotografías de aquel 18 de marzo de 1934, grabado en la conciencia colectiva con el ímpetu de lo imperecedero. Esta fecha, ahora nos ha sido sustraída. Una página brillante ha sido manchada por el deshonor de los poderes políticos, económicos y financieros, tanto nacionales como extranjeros.
Y me pregunto ¿Se tendrá el cinismo de celebrar aquella fecha, durante marzo, por quienes se escudaron en el nombre del General de América (como llamó poéticamente Pablo Neruda a Cárdenas) para regresar el reloj de la historia? A mí, en lo personal, me desposeyeron de aquella íntima alegría cívica de la infancia. Me causaron, como a millones de mexicanos, una lesión indeleble en mi conciencia. Espero que el pueblo, protagonista de su propia historia, se encargue de reivindicar el honor nacional, perdido en esta acometida del absurdo y la sinrazón.
El vertiginoso proceso con que se realizó la contrarreforma energética por los apátridas, me recuerda a un joven e improvisado líder que, embargado por la emoción y fervor retórico, dijo que el despojo sufrido por la cooperativa de pescadores sinaloenses se había realizado como “por arte de mafia”. Es claro que quiso decir la frase común, “por arte de magia”, debido a la forma en que habían saqueado los recursos. Sin embargo, con el paso del tiempo, reflexiono y me doy cuenta que existen equívocos afortunados, y aquel fue preciso y contundente. Porque el crimen legalizado contra México y los mexicanos, cometido a plena luz del sol, a la velocidad del rayo en las oscuras cloacas del poder arbitrario y excluyente, fue consumado por el arte de la mafia que domina los intereses esenciales de México, para su beneficio particular.
A mí, me han expropiado parte de mi niñez; a todos los mexicanos, pienso, un pedazo de “la patria impecable y diamantina” que soñó Ramón López Velarde.