RESEÑA
“Siete veces adiós”, un fenómeno cultural inesperado

Cantar, escribir, pintar o actuar sobre el amor no es una tarea fácil y mucho menos asegura el éxito de un producto cultural, aquí hay que sumarle otros ingredientes

Adriana Meyer

¿Qué hay detrás del éxito rotundo de “Siete veces adiós”? Más allá de catalogarla como una buena o mala obra de teatro musical, es interesante reflexionar sobre el fenómeno que representa en la escena cultural actual después de año y medio de funciones, una gira por 16 ciudades del interior de la República, nominaciones y premios de varias plataformas e incluso una segunda obra de teatro dirigida a otro segmento del público.

Dos apuestas culturales en plena pandemia

Como muchos otros sectores en el país y en el mundo, el de la cultura pasó por toda clase de adversidades durante la pandemia por Covid-19, pero dentro de esta esfera las artes escénicas fueron quizá las más afectadas. Con los recintos cerrados y sin fecha de reapertura, en los talleres teatrales se fue cristalizando el proyecto de esta obra, según lo relatan Daniel Delgado y Carlos Vidaurri (fundadores de la productora Playhouse) a Sound:check Magazine México: “No había una fecha de final de pandemia ni cómo saber cuándo regresaríamos al teatro, y si bien ‘Siete Veces Adiós’ estaba ya en los planes, no teníamos una fecha para montarla y estrenarla”.

Durante este mismo periodo, la familia Jiménez tomó la arriesgada decisión de remodelar el Teatro Ramiro Jiménez con la idea de convertirlo en un referente al sur de la CDMX, lo que implicó una inversión importante en tiempos de incertidumbre para que el nuevo teatro tuviera las características y el equipo que este tipo de obras requieren. Y desde entonces hasta principios del 2022 estos dos proyectos avanzaron de manera independiente para reunirse, el 17 de marzo, en el estreno de “Siete veces adiós” y la reapertura del Nuevo Teatro Ramiro Jiménez.

Hasta el día de hoy las dos apuestas siguen apoyándose mutuamente en el camino que ha resultado un éxito que nadie anticipó: el recién remodelado recinto les brindó a los productores la oportunidad de tomarse mes y medio para montar la obra, y a cambio, la puesta en escena ha llevado miles de espectadores al nuevo teatro.

El orgullo de lo hecho en México

Como muchas exposiciones, performances, óperas y conciertos, en México el teatro comercial, y sobre todo las grandes producciones musicales, han tenido una larga historia de éxitos. Por más caros que cuesten los boletos la gente los paga e incluso agota las entradas, hace largas filas y participa con entusiasmo en obras como “El rey León”, “Wicked” o “Mary Poppins”, muchas de las cuales incluso han extendido sus temporadas.

Pero más allá de las espectaculares producciones de OCESA, el teatro en nuestro país no siempre corre con la misma suerte. Ese es quizá el mayor orgullo que se presume de esta obra, que no la vamos a llamar exactamente teatro independiente, pero sí un producto cien por ciento mexicano que no surgió del cobijo de los gigantes. Y cuando el producto además es bueno (que no vamos a llamarlo tampoco excelente e insuperable), produce una euforia parecida a la que experimentamos los mexicanos cuando nuestra selección gana un partido de fútbol. “‘Siete veces adiós’ es un milagro. No lo puedo decir de otra manera. Mi sueño es que venga alguien de Londres o de Broadway, se la lleve y consiga que le dé la vuelta al mundo”, escribe Álvaro Cueva en su reseña para Milenio.

Y la mayoría, si no es que todas las reseñas sobre la obra dan muestra de este orgullo de lo mexicano, quizá porque sucede tan pocas veces y porque detrás hay una apuesta digna de elogiarse. Mariana Mijares explica en Cartelera de Teatro que “en la Ciudad de México pueden verse diferentes musicales cada año, pero en poquísimas ocasiones se ve un trabajo original, como lo resultaron ‘Mentiras’, ‘Si nos Dejan’ o ‘El Último Teatro del Mundo’, todas de la autoría de José Manuel López Velarde. Ahora se suma este trabajo: un mashup entre obra, concierto y musical al que quizá es mejor no etiquetar de ninguna manera; porque como el amor, puede existir sin etiquetas”.

Claro que el lado B de estos fenómenos que mueven multitudes justamente por ser “garbanzos de a libra” son los pocos apoyos que hay a las creaciones culturales mexicanas de muchísimo valor: teatreros, escritores, bailarines, músicos, pintores, artesanos y muchos otros grandes artistas ofrecen lo hecho (y muy bien hecho) en México sin el reconocimiento ni la difusión que merecen. Pero ese es tema para otra reseña, volviendo al lado A…

Del “amor” y otros estímulos irresistibles

Otro de los ingredientes para el éxito de esta obra es, por supuesto, una de las temáticas más rentables y socorridas en la historia de la humanidad: el amor. Y justamente por serlo, también corre el riesgo de resultar predecible; cantar, escribir, pintar o actuar sobre el amor no es una tarea fácil y mucho menos asegura el éxito de un producto cultural, aquí hay que sumarle otros ingredientes: el personaje del amor (“Lamore”) como narrador omnisciente, que actúa además como otros personajes incidentales humorísticos; la historia de “Ella” y “Él”, sin nombres ni apellidos, apelando a la identificación del público; las doce canciones originales que componen el soundtrack de la obra y apoyan el guion; la banda en escena con piano, batería, guitarra y cello.

“‘Siete veces adiós’ se perfila como una obra que sabe usar sus recursos como un estupendo truco desde la forma. Tomando referencias como el musical ‘Once’, la nominada al Oscar ‘La la land’ (2016), o la cinta de culto independiente ‘500 días con ella’, esta propuesta cuenta la historia de Él y Ella; y las vicisitudes de cuando las parejas se separan y se preguntan qué fueron con el otro, y quiénes son el uno sin el otro”, narra Time Out México.

Entonces el acierto en el tema del amor, del que tampoco descubren el hilo negro, tiene que ver con muchos otros estímulos reconocibles para el público, lo cual resulta en una muy buena receta para lograr que muchos se identifiquen con los personajes. Pero no sólo eso, sino que, con una atinada lectura social y quizá sin anticiparlo, la apertura a la que lleva que los personajes principales sean solo “Él” y “Ella” condujo a la afortunada posibilidad de que pudieran convertirse también en “Él” y “Él”, una variación de la obra original que comenzó a presentarse un año después del estreno y que ahora ocupa una función semanal.

Time Out anunciaba la nueva propuesta hace unos meses, explicando que “el musical trata de englobar las historias de romance, pero ahora es el turno de contar la de Él y Él, bajo el planteamiento de que hay situaciones o procesos por los que las personas heterosexuales cisgénero no podrían pasar, esta nueva historia mantendrá la esencia de la tradicional, pero se agregarán dos canciones nuevas”.

El éxito de la obra ha sido rotundo, incuestionable, independientemente de los gustos personales o del debate eterno de si se le puede llamar o no arte, la realidad es que el público mexicano la ha recibido con los brazos abiertos. Ya desde diciembre del año pasado, Marisol Pacheco aseguraba en Sound: Check Magazine México: “‘Siete veces adiós’ es el musical mexicano ganador del Premio del Público en Los Metro 2022 y trece nominaciones que avalan la convocatoria de más de ochenta mil espectadores que la han aplaudido en el Teatro Ramiro Jiménez, y los que la aguardan en su gira por 16 ciudades del interior de la República Mexicana a partir de enero 2023”.

Ocho meses después de esa reseña el teatro sigue lleno y la obra continúa dando de qué hablar en periódicos, revistas y redes sociales; el soundtrack es un producto aparte que seguramente está en las playlists de muchos de los espectadores y las visitas a la tienda en línea siguen aumentando. La crítica sobre la obra como creación artística y sus aciertos o desaciertos es otra cosa, pero lo que sí es un hecho es que “Siete veces adiós” vuelve a confirmarnos que, aunque sea muy de vez en cuando, la cultura postpandemia no sólo puede vender y tener éxito, sino que es tierra fértil para miles de mexicanos que están dispuestos a apagar sus pantallas por unas horas y salir al encuentro de una experiencia real.