Cálculos preliminares del Instituto Nacional Electoral (INE) señalan que el domingo 2 de junio de 2024, cerca de 98 millones de ciudadanos mexicanos acudirán a las urnas para elegir al sucesor (o a la sucesora) del presidente Andrés Manuel López Obrador.
En total, ese día habrá más de 20 mil cargos de elección: comicios en nueve estados para renovar gubernaturas, entre ellas la jefatura de gobierno de la Ciudad de México; también serán electos los nuevos integrantes del Congreso de la Unión, conformado por dos cámaras: una con 500 diputados y la otra con 128 senadores, así como integrantes de 31 congresos locales.
Esta coyuntura abre novedosas posibilidades para la democracia mexicana. Sobresaliente e importante entre ellas, de acuerdo con expresiones diversas vertidas por amplios sectores de la sociedad que modestamente comparte el autor de estas líneas, sería el oportuno advenimiento de una candidatura genuinamente ciudadana.
Es oportuno señalar que los prolegómenos de esta etapa, prevista originalmente para que comenzara a fines de este invierno o en la primavera del año que viene, empezaron más temprano: el 7 de septiembre de 2023. Esto es, cuando fueron iniciados por las autoridades del INE (presuntamente por acuerdo superior). Este periodo habrá de culminar dentro de poco más de nueve meses, con la elección de la nueva autoridad presidencial para un periodo sexenal.
Sin embargo, desde hace años (cinco, por lo menos) han ocurrido asuntos sorprendentes para gran parte de los ciudadanos.
Hay suficientes ejemplos. Basta recordar que, desde los primeros meses en sus acostumbradas pláticas matutinas, el presidente impuso una crítica inusitada y creciente a los jefes del Poder Ejecutivo que lo antecedieron en el cargo.
Los calificativos comunes para ellos han sido: gobiernos corruptos, protectores de delincuentes, cómplices, etcétera.
Y esta censura no solamente es aplicada a los exmandatarios. También ha sido enderezada invariablemente contra escritores, periodistas o intelectuales cuyas opiniones le son adversas. No reconoce (o no admite) asomo de talento alguno en ellos.
En una ocasión soltó duros calificativos contra quienes (con excepciones cuyos nombres omitió) han tenido oportunidad de estudiar en el extranjero: “sólo van a aprender malas mañas”, dijo el primer mandatario.
En algunos casos, no pocos, muestra abierto desdén (ojeriza, dice cualquier diccionario) incluso contra funcionarios federales que excepcionalmente no forman parte del Poder Ejecutivo. Incluso ha llegado a sugerir que por lo menos sean reemplazados. Algunos ejemplos (frecuentes inclusive) son los integrantes de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y del INE.
Por supuesto, esto de hacer críticas al presidente anterior (costumbre acentuada en el sexenio actual) ha sido una “debilidad” inveterada (vuelta al diccionario: costumbre antigua y arraigada) de quienes se estrenan en la silla número uno del poder público. Evocan el dicho popular: “Lo que no fue en mi año, no me hace daño”. Y ocurre desde que se colocan la preciada investidura. Saben que nunca faltará el coro dispuesto al aplauso.
Sin embargo, nada hay más ausente que la democracia genuina en esta censurable conducta, de suyo abominable.
Debemos ser los auténticos ejecutores del cambio que desean las mayorías. De ahí que me atreva a decir que parece cercana la oportunidad de reafirmar nuestra tan llevada y traída vocación democrática. Puedo a sostener que coincido con el clamor de millones de ciudadanos mexicanos: nuestra democracia debe ser reafirmada. Y soy un convencido de que la vía es, debe ser, la socialdemocracia.
La historia nos recuerda que fue el político alemán Eduard Bernstein (1850 -1932) uno de los principales creadores e impulsores de la socialdemocracia. Pero es importante señalar la trascendencia de la socialdemocracia hoy, en el siglo XXI, porque a diferencia de mentalidades indigestas intelectualmente, que no conocen, no entienden ni comprenden que la política no es uno, sino todos, hay quienes estamos convencidos de que no hace falta llegar a la violencia o a una revolución para lograr una profunda transformación de la verdadera democracia en beneficio de la sociedad.
Los instrumentos políticos y jurídicos institucionales están a nuestro alcance. Y el más valioso e importante para ser ejecutado es el sufragio universal, el sistema vigente en México, que nos otorga a toda la ciudadanía mayor de edad el derecho a votar, cualquiera que sea nuestro sexo o condición social.
Aprovechemos la oportunidad: ni populismo demagógico, ni autoritarismos con tintes dictatoriales. El pasado y el presente nos han dado experiencias ominosas que nos deben convencer de que ha llegado la hora de pensar y ver hacia el futuro: la hora de las y los ciudadanos.
La socialdemocracia es el camino.