EN EL LLANO
Después de mí, el diluvio

 
 
Luis Gutiérrez Rodríguez

 

 

L

a frase que encabeza estas líneas se atribuye al rey de Francia y de Navarra, Luis XV, llamado también “el Bien Amado”, gobernante en buena parte del siglo XVII (Versalles, 15 de febrero de 1710-10 de mayo de 1774).

Casi al final de su vida, Luis XV advirtió un creciente descontento popular que haría crisis durante el reinado del sucesor, Luis XVI, bajo cuyo gobierno creció el descontento de los súbditos por falta de libertad, pobreza grave y desigualdad social. Luis XV minimizó el escenario con una frase desdeñosa: “Después de mí, el diluvio”.

Como lo había presentido Luis XV, el “Diluvio” habría de convertirse muy pronto nada menos que en la Revolución Francesa.

Cabe advertir que Luis XV ya había vivido premonitorios antecedentes belicosos para los franceses. Entre otros, la llamada Guerra de los Siete Años, que incluyó una serie de conflictos internacionales de principios de 1756 y a finales de 1763, para establecer el control sobre Silesia (hoy territorio austriaco) y por la supremacía colonial en América del Norte y la India.

Célebre primer ministro de Inglaterra, sir Winston Leonard Spencer Churchill (Woodstock, 30 de noviembre de 1874-Londres, 24 de enero de 1965), llegó a calificar la Guerra de los Siete Años como “la auténtica” Primera Guerra Mundial, porque además de las colonias en Norteamérica había conflictos en territorios situados en diversos lugares del planeta, incluidos los intereses comerciales franceses en la India y África.

Sin embargo, es pertinente comentar el hecho (advertido por algunos historiadores) de que Luis XV pareció mucho más consciente de la política en Francia que su sucesor, Luis XVI. Tanto, que con su frase (“Después de mí, el diluvio”) quiso dar a entender que no le importaba lo que ocurriera después de su reinado. Todo parece indicar que no se había percatado de que lo ocurrido en Francia era ya el prolegómeno de sucesos que habrían de impactar al mundo entero.

Merece un comentario adicional la trascendente expresión de Luis XV. Con los años, su significado político (casi universal) es que no importa lo que ocurra con un país cuando determinado personaje, gobernante o no, ya no está en posición de mando. Una anécdota sobre el expresidente de Francia, Charles de Gaulle, refiere que después de perder el plebiscito promovido por él en 1969, recordó con amargura las mismas palabras del “Bien Amado” Luis XV: “Después de mí, el diluvio”.

¿Para el amable lector resulta razonable esta expresión en pleno siglo XXI? Veamos.

Nuestro escenario político

A cuatro meses de la elección presidencial, prevista para el 2 de junio próximo, el presidente Andrés Manuel López Obrador presentó una sorpresiva serie de reformas a la Constitución, modificaciones que él considera trascendentales para blindar a la llamada Cuarta Transformación que él impulsa (y a quien resulte sucesora o sucesor), en el ámbito electoral, judicial y político.

Pero abarcan mucho más para la sucesión esos comicios venideros: tendrán alrededor de 170 mil casillas en 32 entidades federativas para elegir también: jefe de gobierno para el Distrito Federal, dos senadurías de mayoría simple y una de primera minoría por cada una de las 32 entidades federativas de México (en total 128), y 500 diputados federales.

Está anunciado que los resultados de las elecciones presidencial, la jefatura de Gobierno del Distrito Federal y las gubernaturas estatales serán dados a conocer por el INE en un mensaje televisivo durante la misma noche de la jornada electoral.

No hay mucho que suponer sobre este intempestivo alud legislativo, pero se asoma al menos una pregunta clave: en caso de triunfar Xóchitl Gálvez, ¿asumiría la coalición formada por el PSUM, el PT y el PVEM las iniciativas de AMLO como virtual programa de gobierno de la oposición? Peor aún por impensable: ¿lo haría acaso el candidato presidencial de Movimiento Ciudadano?

Por respeto, dejo en manos del amable lector la respuesta a la obligada pregunta: ¿es normal o razonable que López Obrador haga estas propuestas a menos de un año de que deje el cargo? Peor todavía: este arrebato de ingenuidad, ¿está dirigido a más de 98 millones de mexicanas y mexicanos, de los cuales el 98.07 por ciento –según el Instituto Nacional Electoral– tiene vigente su credencial de elector?

¿O acaso estamos en el siglo XVIII, frente a un imaginario Luis XV, “el Bien Amado” y su célebre frase?