Cultura
El arte en Las Vegas: ¿un win-Wynn?

La sofisticación ante el consumo tiene un ingrediente todavía más adictivo: el modelo aspiracional. Y aquí, justamente, es donde el arte puede jugar un rol importante

Adriana Meyer

El mundo del arte está formado de elementos tan variados como los que rodean la vida del ser humano. Con la obra como centro, el autor, el receptor, el contexto histórico, la industria, entre muchos otros factores, son planetas circundantes que, girando a su alrededor, en ciertos casos influyen en su órbita más que en otros.

Una de esas esferas circundantes es, por supuesto, el dinero, y otra el estatus (o el prestigio), mismas que pueden estar o no vinculadas entre sí. Por supuesto que la relación es siempre controversial y en muchos casos vista como una especie de corrupción de la esencia propia del arte. Sin embargo, como cualquier elemento vital para la humanidad, su destino está ligado al poder.

Tal vez una de las expresiones más contundentes de esta relación es la que se observa en las subastas millonarias de obras de arte, un mundo de escándalo y misterio que por supuesto no define el valor intrínseco de una obra, pero sí puede funcionar como un referente de su impacto en la historia, una especie de termómetro que, nos guste o no, muestra en una escala de valores tangible su apreciación en determinados contextos.

Quizá el factor imprescindible para que exista un vínculo exorbitante entre arte y dinero sea la fama, otro planeta circundante y especialmente caprichoso en el universo del arte (y en realidad en el de cualquier disciplina). Por lo tanto, un ejemplo muy ilustrativo de estas relaciones en los últimos tiempos debe ligar a autores de renombre mundial como Monet, Renoir o Picasso, con una ciudad y un personaje central rodeados de fama: Las Vegas, Nevada, y Steve Wynn.

La capital del entretenimiento mundial

La fama de la ciudad de Las Vegas como un oasis en medio del desierto se ha ido alimentando a sí misma, su lógica es infalible: los visitantes llegan a buscar entretenimiento, lo prohibido, lo inmediato, lo estimulante; a mayor oferta y variedad la fama de ser el lugar donde “todo se puede todo el tiempo” aumenta y, por lo tanto, la cantidad de visitantes que invierten en este destino para buscar entretenimiento ha sido cada vez mayor.

Así, los casinos inmensos, los shows espectaculares y la incansable vida nocturna han llevado consigo una exigencia cada vez mayor de oferta de alojamiento, gastronómica y cultural. Esta última no se refiere necesariamente a propuestas artísticas, la cuales, como se verá más adelante, son muy bien aceptadas siempre y cuando cumplan con la característica principal, la de entretener.

Lo cierto es que la tendencia ante tanta oferta de experiencias que prometen novedad y gratificación inmediata es la saturación, y una muy buena manera de distinguirse del resto en un mar de estímulos de todo tipo es a través de la exclusividad. Claro que hay experiencias al alcance de todas las carteras, sin embargo, la sofisticación ante el consumo tiene un ingrediente todavía más adictivo: el modelo aspiracional. Y aquí, justamente, es donde el arte puede jugar un rol importante.

El rey Midas del desierto

En todo este proceso de expansión y sofisticación de Las Vegas surge una figura fundamental: Stephen Alan Wynn, mejor conocido como Steve Wynn. Este empresario estadounidense es uno de los principales responsables de que el “Strip” de Las Vegas luzca los enormes complejos hoteleros y casinos que pueden verse hoy en día. Su estrategia: las denominadas “tarifas basura”.

“Para satisfacer a un grupo demográfico cada vez más acomodado que visitaba Las Vegas, Wynn se embarcó en el concepto más ambicioso del Strip hasta la fecha: el Mirage, con más de tres mil habitaciones, un volcán gigante que explotaba en la fachada, animales exóticos en vivo y, finalmente, entretenimiento durante todo el año que atraía a huéspedes no siempre interesados en el juego”, narra David Danzis en Las Vegas Review-Journal en Español.

Y continúa: “El proyecto se financió con tarifas basura, lo que asustó a Wall Street. Ningún otro proyecto de casino se había acercado a los 630 millones de dólares que costó la creación de Wynn. El Mirage abrió sus puertas el 22 de noviembre de 1989 y fue instantáneamente un éxito comercial y financiero. Según datos del sector, las visitas a Las Vegas aumentaron un 16 por ciento en 1990, lo que sigue siendo uno de los mayores incrementos interanuales, en términos porcentuales, de la historia de la ciudad”.

Este fue el comienzo de un modelo que ha sido imitado desde entonces por muchos otros empresarios en el sector del juego, logrando llevar la estrategia a gran escala y fondear otros proyectos con este tipo de inversión. Pero en su momento, cuando comenzaba el Mirage, muchos dudaban que Steve Wynn fuera un visionario, lo veían más bien como un negociante con un golpe de suerte, pero incapaz de superar el millón de dólares diarios que necesitaba para satisfacer su deuda. “En una entrevista concedida en 1996 a CNN Money, Wynn rebatió a los primeros escépticos del Mirage diciendo: ‘¿Cómo podría alguien entender Disneyland si lo único que ha visto es el muelle de Santa Mónica?’”, escribe David Danzis.

Los contrastes del arte en la “ciudad del pecado”

Queda claro que la visión de Steve Wynn de convertir a Las Vegas (o por lo menos al Strip) en el destino más exitoso para el juego abrió la caja de Pandora para la gran oferta que hoy podemos atestiguar, pero el empresario tenía más ases bajo la manga además de las “tarifas basura” para lograr una explosión del turismo que no solo viviera la experiencia, sino que regresara a buscar más.

En su travesía de empresario a magnate, Wynn comenzó a hacerse famoso como coleccionista de arte, sin embargo, no se trataba de una característica estrafalaria más de un millonario, la estrategia iba más allá.

En entrevista con Charile Rose en “The power of questions” (1997), Wynn respondió ante el cuestionamiento sobre las famosas obras de arte que había adquirido por sumas millonarias: “Pienso que la relación de las bellas artes con la psique de los ciudadanos del mundo no es un asunto esotérico que interesa solo a los pocos diletantes que van a los museos. Creo que las bellas artes tienen un atractivo poderoso y fundamental”.

Tal vez podamos creer que exista un empresario con alma de artista en algún lugar del mundo, pero Charlie Rose intuía que el afán de Wynn por exponer estas obras de arte en sus complejos hoteleros tenía una razón menos filantrópica. Al respecto, Wynn contestó: “Espero que las obras de arte en el Mirage y en el Bellagio despierten otro aspecto en la gente y que digan, ‘vamos a verlo, he escuchado que este lugar es especial, tiene todas esas grandes pinturas abiertas al público, gratis, en el lobby’, y tal vez la gente se va a hacer una idea diferente, si no de las Vegas, por lo menos de nuestras propiedades”.

Ahí estaba el sello del modelo aspiracional que a la fecha sigue atrayendo miles de turistas, sin embargo, al parecer el propio Wynn se había sorprendido del poder del arte: “Nunca me di cuenta de lo bueno que iba a ser realmente […] los guardias de seguridad, los comerciantes en el área donde mantenemos las obras temporalmente, los chicos de mantenimiento que trabajan en la iluminación, cada uno de ellos ahora está interesado en Monet, Renoir, Picasso, Matisse y Modigliani. Estoy… estoy totalmente atónito por la amplia y fuerte respuesta de todos, no sólo la mía. Es mucho mejor de lo que jamás pensé. Mucho mejor. Mi vida y la vida de mi familia y amigos se han enriquecido enormemente al tener la proximidad a estas pinturas, que espero se contagie a todos los demás también”.

Un rayo de esperanza se asoma en las palabras del magnate, un modelo en el que reina la utilidad sin excluir el afán genuino por difundir el arte que toca vidas. Pero este optimismo no iba a durar mucho tiempo.

En mayo del 2008, después de siete años en el Strip, el Guggenheim Hermitage Museum, filial del museo de Nueva York, que había sido instalada en el hotel Venetian, cerró sus puertas. Ante los cuestionamientos por una gran pérdida, no solo cultural sino económica, los críticos argumentaron que los directivos del museo nunca se molestaron en entender a la comunidad de Las Vegas, dedicándose a montar exposiciones de último minuto.

En el diario Las Vegas Sun, Kristen Peterson, narró sobre el tema que, en contraste a lo ocurrido con el Guggenheim, “la Galería de Bellas Artes del Bellagio que se encuentra cruzando la calle nunca pareció tener otros problemas además de control de las multitudes cuando abrió sus puertas a la masa de personas que esperaron una hora para comprar boletos y otra hora para entrar al museo. Pero la Galería del Bellagio, aseguró Lumpkin [directora del Museo de Arte de las Vegas], nunca se estableció la meta se ser una institución sin fines de lucro, y la mística de Steve Wynn continuó atrayendo multitudes”.

La misma Libby Lumpkin entrevistada por Peterson durante el escándalo del Guggenheim se lamentó un año más tarde sobre el cierre del Museo de Arte de las Vegas, que había abierto sus puertas al público 59 años antes. Sobre este segundo balde de agua fría a la comunidad artística de Las Vegas, el diario Portafolio aseguró: “En Las Vegas hay museos dedicados al neón, a las máquinas tragamonedas, a los autos de colección e incluso al famoso artista Liberace, pero desde el mes pasado la ‘ciudad del pecado’ se convirtió en la mayor área metropolitana de Estados Unidos sin un museo público de arte”.

Entre los cuestionamientos que surgieron al respecto, las culpas que fueron y vinieron de los directivos a la comunidad y viceversa suscitaron que la conversación en torno al arte en la ciudad tomara el foco por un tiempo, no se llegó una conclusión clara, lo que sí se pudo demostrar es que en Las Vegas hay lugar para el arte gratuito y expuesto al público, siempre y cuando permanezca custodiado por la “mística” de Steve Wynn.