Su formación académica fue irreprochable: siempre se destacó por sus altas calificaciones; aprobó el bachillerato como número uno entre sus compañeros de generación; estudió Filosofía, Literatura, Historia, Arte y Lenguas Clásicas en ocho de las mejores universidades de su época.
Su perfil personal se definió rápidamente: cínico, impulsivo, dominante, protagonista y temperamental, al grado de que años después le diagnosticaron “trastorno narcisista de personalidad”. Rápido se interesó por la comunicación de masas y la propaganda.
De hecho, su interés se transformó en ciega pasión; cuando se afilió al partido político de moda, se convirtió en director de ambas materias, de modo que la experiencia adquirida fue clave para su pronto arribo al primer círculo del poder.
Convertido desde entonces en formidable estratega de la comunicación y la propaganda, decidió ser el gran arquitecto del ascenso al poder de quien pronto habría de ser Jefe de Estado. Y lo logró, no sin convencer a su líder de que el gobierno del país se había mostrado hasta entonces “muy negligente” en cuanto a comunicación y propaganda, cuestiones que deberían ser “la base de la unidad nacional”. Convencido, su jefe lo nombró ministro de propaganda del régimen.
Desde esta posición, con las manos libres para monopolizar el aparato mediático estatal, el estratega puso manos a la obra: prohibió todas las publicaciones y medios de comunicación fuera de su control; organizó un sistema de consignas del gobierno que se transmitieron reiteradamente en cine, radio, prensa escrita, teatro y literatura. También se hacía cargo de promover y hacer públicos los avisos del gobierno. Además, infundió en su jefe la búsqueda adictiva del reconocimiento, del elogio y del aplauso.
Apoyó su enjundiosa tarea en 11 principios. En apretado resumen:
1. Individualizar al adversario en un enemigo único.
2. Reunir diversos adversarios en una sola categoría.
3. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, responder el ataque con el ataque. “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”, solía decir.
4. Exagerar y desfigurar, convertir cualquier anécdota, por pequeña que fuese, en una amenaza grave para el proyecto nacional.
5. Toda propaganda debe ser popular, su nivel debe adaptarse al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar.
6. Orquestar. La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas.
7. Renovación. Emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos, a un ritmo tal que cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. 8. Verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas o de informaciones fragmentarias.
9. El silencio como principio. Callar en cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen al adversario; también contraprogramar con la ayuda de medios de comunicación afines.
10. Principio de la transfusión. La propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales; se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.
11. Unanimidad. Convencer a la gente de que se piensa “como todo el mundo”, para crear la impresión de unanimidad.
Unos conceptos finales sobre este genial personaje:
“La propaganda es un medio para conseguir un fin. Su propósito es conducir a la gente hacia un entendimiento que permitirá que de buena gana y sin una resistencia interna se dedique a las tareas y los objetivos de un liderazgo superior…
La propaganda como tal no es ni buena ni mala. Su valor moral está determinado por los objetivos que persigue… “Incluso durante la época en que estuvimos en la oposición, tuvimos éxito en rescatar el concepto de la propaganda desde la desaprobación o el desprecio. Desde entonces, la hemos transformado en un arte realmente creativo. Fue nuestra arma más aguda en la conquista del Estado. Y permanece como nuestra arma más aguda en la defensa y la construcción del Estado. Aunque esto quizás todavía no sea claro para el resto del mundo, era obvio para nosotros que teníamos que usar el arma con la cual habíamos conquistado el Estado para defender el Estado.
“La gran riqueza de ideas y la creatividad nunca desfalleciente de nuestra propaganda, demostrada durante nuestra lucha por el poder, fue perfeccionada hasta el último detalle. Ahora la pusimos al servicio del Estado, para encontrar modos significativos y formas flexibles para influir sobre el pensamiento de la gente. La gente debería compartir las preocupaciones y los éxitos de su gobierno.
“Sus preocupaciones y éxitos deben ser por lo tanto constantemente presentados y martillados sobre la gente de modo que ella piense que las preocupaciones y los éxitos de su gobierno serán sus preocupaciones y éxitos. Sólo un gobierno autoritario, firmemente comprometido con la gente, puede hacer esto en el largo plazo.
La propaganda política, el arte de anclar las cosas del Estado en las amplias masas de modo que la nación entera se sienta parte de ellas, no puede permanecer por lo tanto simplemente como un medio para el objetivo de ganar el poder. Debe convertirse en un medio de construir y mantener el poder.” Así pensaba y así actuaba Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda de la Alemania nazi. Tema para reflexión actual, a casi 70 años de distancia. Cualquier parecido con la realidad… es inevitable.