En octubre pasado, los físicos Peter Higgs y François Englert recibieron los premios Nobel y Príncipe de Asturias por haber postulado la existencia del bosón de Higgs. Martín Bonfil, divulgador científico de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM, explicó en entrevista con El Ciudadano qué es y cuál es la importancia de la que también se ha nombrado “partícula de Dios”.
Yo te podría responder que es una partícula que transmite el campo de Higgs y que es lo que le da masa a las partículas subatómicas, pero si te respondo eso, más o menos sería como no decir nada. A partir del gran avance que ha tenido la física en los últimos años, hemos podido crear una imagen del universo cada vez más profunda, cada vez más detallada y también más abstracta, que nos permite entender no solo cómo se mueve un objeto o mandar una nave espacial a la luna, sino también por qué existen las moléculas, por qué existen los elementos que hay en el universo.
El bosón de Higgs tiene que ver con la estructura íntima de la materia, que es descrita con un detalle infinitesimal por una teoría unificada que han construido físicos de todo el mundo a lo largo de muchas décadas, que se llama Modelo Estándar. Se trata de una descripción de las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza, de las partículas fundamentales que forman la materia, y cómo interactúan esas fuerzas y esas partículas.
El Modelo Estándar tenía un problema: no predecía que las partículas tuvieran masa. Lo que hicieron Peter Higgs y FranÇois Englert, cada uno por su lado, fue ponerle un parche al modelo en el que postulaban que, además de las cuatro fuerzas y el zoológico de partículas que existen, había otro campo de fuerzas llamado “campo de Higgs” (porque fue el que lo propuso primero). Las cuatro fuerzas fundamentales son transmitidas a través de partículas (por ejemplo, la fuerza electromagnética se transmite a través de fotones). Higgs y Englert propusieron que la mediación entre el campo de Higgs y las partículas de materia se transmite a través de una partícula, hasta hace unos años hipotética: el bosón de Higgs.
Una metáfora que a mí me parece más o menos ilustrativa es la de entender el campo de Higgs como un bosque en una nevada. Si no estuviese nevando, caminarías rápido, a la velocidad de la luz, que es como se mueven las partículas sin masa; pero como está nevando y hay copos de nieve y está lloviendo, te frenas; ese frenarte sería la masa.
Con ese parche, que se ajusta perfectamente bien a la teoría sin echar a perder el Modelo Estándar, se completa el panorama y entendemos por qué las partículas tienen masa, y eso nos permite salvar ese modelo y seguir avanzando con él. El tema es que no había manera de probarlo. La manera que tienen los físicos de producir partículas de muy alta energía es hacer chocar pedazos de materia a altas velocidades. Se habían construido aceleradores de partículas grandes, gigantescos y súper gigantescos, y no se observaba la partícula. Hasta que se construyó el gran colisionador de hadrones en la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN, por su nombre en francés) se logró hacer chocar partículas, protones, a tal velocidad unas con otras, que la energía se convierte en masa y se puede observar el bosón de Higgs, lo que determinó el premio Nobel.
No se le debe decir partícula de Dios, es una gran tontería: es un cruce desafortunado entre la mercadotecnia y la ciencia. Un físico prominente y gran divulgador, Leon Max Lederman, escribió un libro sobre la búsqueda del bosón de Higgs y se le ocurrió ponerle “la maldita partícula” (The goddamn particle). A los editores no les pareció una buena idea poner una maldición en el título de un libro en Estados Unidos, así que mejor le pusieron “la partícula de Dios” (The God particle), que suena igual de bonito para los editores y los vendedores de libros, y que le da una resonancia muy “profunda”. La idea de Dios les gusta mucho a los que quieren vender ciencia porque les permite conectar con un público y atraerlo a que lea. Lo malo es que fue tan bueno el lema de la partícula de Dios, que se le quedó ese apodo, y la gente puede imaginar cosas como que Dios está hecho de bosones de Higgs, o que los bosones son controlados por Dios, o que Dios tuviera algo que ver, o que la partícula comprobara o refutara su existencia. Dios, en realidad, no tiene nada que ver, pero ya es muy tarde, porque las ideas se contagian como virus, ya estamos todos infectados y es imposible erradicarlo.
Parte del problema con este tipo de controversias es que la ciencia sí está en la cultura, pero está a través de la televisión, de las historietas, de la ciencia ficción, de novelas y películas que mezclan ciencia con otras cosas, como El Código Da Vinci, Ángeles y demonios, etcétera. Lamentablemente, la visión que dan esas fuentes de la ciencia, de la actividad científica y de cómo trabajan los científicos, casi siempre es muy distorsionada. En estas colisiones existe la posibilidad teórica de producir hoyos negros microscópicos, aunque tampoco es algo muy seguro. Si llegara a ocurrir, es clarísimo que ese hoyo negro se auto consumiría inmediatamente y no causaría el menor problema. Eso se sabe porque los físicos han resuelto las ecuaciones y tienen “los pelos de la burra en la mano”, tienen datos precisos que les dan toda la tranquilidad.
La difusión de la cultura en general es un problema. En el caso de la cultura científica, esa rebanadita de la cultura que produce la ciencia, se hacen muchas cosas: hay diversas instituciones como la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica, y la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM, entre otras, que están haciendo esta labor y formando gente para realizarla. Hay revistas, cursos, diplomados, posgrados en comunicación pública de la ciencia, pero seguimos siendo muy poquitos; estamos un poco menos mal que antes, pero falta muchísimo. Lo que queda claro es que necesita haber profesionales en ser un puente entre la ciencia de los expertos y el público, y esos somos los comunicadores de la ciencia, los periodistas científicos, los divulgadores científicos, que cada vez nos estamos preparando más.
Hay que tener en cuenta que tanto el arte como la ciencia, toda la cultura, son creaciones humanas valiosas, y solo por ese hecho vale la pena que sean conocidos por todos los ciudadanos, que además tienen ese derecho, pues gran parte de la actividad artística, y casi la totalidad de la actividad científica, se hacen con dinero de los impuestos, con dinero público.
Sin duda debería ser una obligación de los medios públicos, pero de los medios privados, creo que a estas alturas ya quedó claro que no podemos esperar que asuman este tipo de obligaciones éticas. Sin embargo, creo que sería muy buen negocio para los canales comerciales hacer programas de ciencia: Discovery Channel hizo mucho dinero, el famosísimo Cosmos de Carl Sagan hizo mucho dinero. En México las televisoras desaprovechan esa gran oportunidad comercial.
Lo que hay detrás de eso es una incomprensión de cómo funciona la ciencia. Toda ciencia aplicada tiene detrás ciencia básica, y si no la produces en México, vas a tener que depender de lo que produzcan otros. Si lo vemos con una perspectiva de largo plazo, encontraremos que los países que desde hace décadas o siglos han invertido, son los que han producido los grandes inventos, desde el bulbo hasta el teléfono celular. Lo que te producen estos proyectos de ciencia básica que parecieran no tener aplicación, es gente con una formación súper especializada de alto nivel que luego les va a permitir proponer cosas que no se imaginaban al principio; también te va a producir una derrama tecnológica: el programa de exploración lunar estadounidense, por ejemplo, produjo desde el pañal desechable y alimentos enlatados y en pasta, hasta una serie de adelantos en telecomunicaciones y aplicaciones tecnológicas muy avanzadas.
Las plazas que existen son buenas, y es una buena carrera ser científico si uno logra entrar a ese sistema, pero hacen falta más plazas. Lo triste es que solo tenemos una universidad como la UNAM en México, eso es una tragedia, es una lástima, porque debería de haber cuatro, cinco, diez universidades, al menos, con el nivel de ésta. En el centro de México se abrió la UAM en los años 70, ahora se abrió la UACM, que ha tenido problemas pero es un proyecto valioso. Habría que apoyar esos proyectos desde la academia con un pensamiento serio, no político, como proyectos educativos y académicos.
Lo que es preocupante es que el sistema educativo público, que es la columna vertebral del país, está siendo superado poco a poco por el sistema privado, y eso sí es grave, porque el sistema privado no tiene por qué obedecer al interés supremo del país, sino al interés supremo de sus dueños.