No viene a resolver nuestros problemas internos
La visita del Papa Francisco a México en este airado febrero es un suceso de alto impacto en la religiosidad, 83% de los mexicanos profesan el catolicismo en lo social y en lo político. Servirá, sin duda, para desnarcotizar al clero nacional que en los últimos años se ha subordinado al poder político y para sacudir la conciencia de los clérigos, salvo honrosas excepciones, que han perdido el liderazgo pastoral en sus congregaciones. Socialmente, llega a una nación estremecida y dolida por la violencia extrema, la corrupción pública y privada, la inmoral desigualdad y la impunidad rampante, por sólo señalar los picos más altos de la espiral estadística que nos agobia e indigna, donde la clase política y los gobernantes han caído en el descrédito que los ahoga en los pantanos de la desconfianza y la falta de credibilidad.
Francisco llega a un país de humillados y ofendidos, a quienes sólo ilumina la llama de la esperanza que nunca muere. Según expertos vaticanólogos sus mensajes en los encuentros con diversos segmentos sociales y autoridades gubernamentales, actos litúrgicos públicos y privados, así como los pronunciamientos doctrinarios sobre temas relativos, serán decisivos para la paz y la seguridad, medio ambiente, protección a migrantes, desarrollo incluyente, combate a la pobreza y comunidades indígenas. Pero el Sumo Pontífice, que gusta de romper los protocolos, podría sorprender con alusiones directas al narcotráfico, la violencia y la corrupción, como lo hizo en su gira a los países latinoamericanos del Cono Sur, donde se refirió a los sin tierra, sin techo y sin trabajo. Todo, obviamente, como él lo ha señalado, con base en la doctrina y el pensamiento social de la iglesia católica.
El Papa no viene a resolver nuestros problemas internos. No es su atribución ni su responsabilidad. Su gira es eminentemente pastoral, no política, aunque ésta no queda exenta de la estrategia y visión global que mantiene la Santa Sede. Quienes esperan un apoyo o legitimación del actual régimen, o quienes juzgan la visita como un distractor, pueden estar equivocados, porque en estos casos él no viene a meter la paz sino la espada, como indican los textos evangélicos sujetos, desde luego, a las interpretaciones teológicas. Los lugares que visitará -Distrito Federal; Ecatepec, Estado de México; Morelia, Michoacán; Tuxtla Gutiérrez y San Cristóbal de las Casas en Chiapas; y Ciudad Juárez, Chihuahua-, son presumiblemente escenarios cuidadosamente seleccionados para las temáticas ya citadas. No sería una sorpresa que visitara la tumba del controvertido obispo mexicano Samuel Ruiz García, promotor de la llamada Teología de la Liberación, tendencia progresista que inquiere el regreso a los orígenes cristianos de la iglesia, que se transforme en instrumento para favorecer a los pobres del mundo y mantenga la distancia frente a los poderosos intereses que carcomen al sistema pro capitalista, obstinados en defender los privilegios de su grosera opulencia.
Francisco no es ajeno a las injusticias de tales poderes terrenales. En su gira a los países latinoamericanos del Cono Sur, habló con energía a favor de los “sin tierra, sin techo y sin trabajo”. La congruencia de su pensamiento social, con seguridad la hará valer en México, porque esta nación se ubica en la inmensa franja de los llamados “condenados de la tierra”. Sin embargo, Francisco es un hombre polémico en su actuar. Se encrespa contra Emilio Fittipaldi, escritor italiano, quien ha investigado a fondo la corrupción financiera de los altos jerarcas del Vaticano; canoniza, sin los méritos y protocolos exigidos, a Juan Pablo II, ligado a pederastas como el Padre Marcial Maciel; pretende llevar a los santos altares a la llamada Madre Teresa de Calcuta, y se muestra tibio en sus declaraciones sobre la reanudación de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, en las que él tuvo un papel relevante. Por otro lado, lleva una vida casi monástica, alejada de los lujos y oropeles del Vaticano, se manifiesta a favor del aborto en el año de la misericordia, y se juzga incompetente para opinar sobre el tema de la homosexualidad, por sólo hablar de delicados asuntos que rompen con los tradicionales enfoques del conservadurismo clerical.
Comparado por algunos vaticanólogos con el Papa Juan XXIII (1881-1963), que logró mediante el Concilio Vaticano II, la renovación litúrgica y evangélica adecuándola al mundo de la “guerra fría”, Francisco, para muchos de sus detractores, puede ser también el líder que divida y cause un cisma hacia el interior de la iglesia. Su visita a México, no obstante, puede darnos una mayor claridad y comprensión del importante rol que juega este pontífice, en un mundo convulsionado por un pasado que no acaba de morir y un futuro que apenas está naciendo.