Cambios en TeveUNAM
El pasado lunes 18 de enero tomó posesión como director general de TeveUNAM el periodista y escritor Nicolás Alvarado. Debido a su pasado inmediato como colaborador en Televisa (estuvo a cargo de la sección cultural del noticiero matutino Primero Noticias de Carlos Loret de Mola durante nueve años, y conduce el programa cultural Final de Partida en ForoTV), las críticas a su nombramiento no se hicieron esperar: desde un tuit de Raúl Trejo Delarbre donde el especialista en medios veía como mala señal que el nombramiento de Alvarado se hubiera anunciado antes en Televisa que en algún comunicado oficial de la misma UNAM, hasta opiniones de expertos de la casa de estudios en el sentido de que hay egresados pumas capaces de cumplir con la responsabilidad del a dirección del canal (Alvarado es egresado de la Universidad Iberoamericana).
Al margen de la polémica, el nombramiento de Alvarado pone en la mesa una pregunta más amplia sobre la televisión pública en México, sobre su perfil, utilidad, modelo y alcances.
Un espectro, dos modelos
Según lo establece la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión, en México el espectro radioeléctrico por el que se transmiten las ondas de televisión es un bien del dominio público de la Nación, cuya titularidad y administración corresponden al Estado.
En términos de radiodifusión, específicamente de televisión, existen en el mundo dos modelos para la explotación de dicho espectro radioeléctrico. Por un lado, el que se desarrolló principalmente en Europa, bajo el auspicio y control del Estado. Dentro de este esquema, los costos son cubiertos por los ciudadanos mediante un impuesto o cobro directo, como sucede con otros servicios como el agua o la luz.
Este modelo tiene varias ventajas: por un lado, se exenta a la televisión de presiones por parte de sus socios comerciales, y se puede pensar en proyectos de interés nacional y social, no solamente lucrativo. Por otro lado, el pago de tal impuesto impone a la televisora una obligación para con la ciudadanía, a la vez que crea en esta un vínculo especial con la televisora, pues existen el deseo y el interés por consumir lo que se está pagando y, más importante, por exigir que lo que se produce con los impuestos sea de calidad.
Este es el modelo de la afamada BBC de Londres, considerada una de las mejores cadenas de televisión del mundo, y cuyos contenidos no son consumidos solamente dentro del Reino Unido, sino que tienen alcance internacional, no sólo porque su señal puede ser captada a través de sistemas de televisión de paga, sino también porque los canales culturales de otros países (entre ellos México), compran sus contenidos para reproducirlos. Sin embargo, el modelo no está exento de peligros, pues este tipo de televisoras pueden estar a merced de los intereses gubernamentales que pueden llegar a atentar contra la libertad editorial y de contenidos.
El otro modelo es el desarrollado en los Estados Unidos, y es el de las grandes televisoras comerciales privadas. Está basado principalmente en la venta de espacios publicitarios para financiar las operaciones y la producción. Mientras en el primer modelo la finalidad última es realizar un servicio social a través de un medio masivo de comunicación, conseguido mediante la calidad y pertinencia de los contenidos, en este modelo eso pasa generalmente a segundo plano, pues lo importante es el tamaño de las ganancias.
Aunque prácticamente no hay ejemplos en el mundo de “modelos puros”, sí se puede identificar en cada país cuál es el esquema predominante. En nuestro país opera un modelo mixto, en el que predomina la televisión comercial.
Según la misma Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión, publicada en julio de 2014 tras la reforma en telecomunicaciones promovida por Enrique Peña Nieto, la televisión que todos podemos ver se enmarca en los siguientes tipos de concesión única:
a) Para uso comercial: con fines de lucro. Se trata de la televisión comercial duopolizada en México por Televisa y TV Azteca.
b) Para uso público: sin fines de lucro. Se trata de los permisos otorgados a los Poderes de la Unión, las entidades federativas y a las instituciones públicas de educación superior, para que brinden servicios de radiodifusión que les ayuden a cumplir sus fines y atribuciones. A este tipo de televisión se le denomina pública, cultural, permisionada, no lucrativa, estatal o gubernamental.
La TV comercial en México nació en 1950, cuando inició transmisiones el Canal 4, propiedad entonces de la familia O’Farril. El Canal 2, todavía el más popular del país, fue inaugurado en 1951, y es desde entonces propiedad de los Azcárraga. Para 1955, los canales 2, 4 y 5 fueron fusionados en la empresa Telesistema Mexicano, antecesor de Televisa. Por su parte, la TV estatal mexicana nació en 1958 con Canal 11, desde entonces adscrito al Instituto Politécnico Nacional, dando origen a lo que hoy es el mayor sistema de televisión pública de América Latina.
La televisión pública
Según la UNESCO, la televisión pública debe regirse de acuerdo a cuatro principios:
1. Universalidad: acceso igualitartio y democrático tanto en estructura como en que la programación resulte comprensible para toda la población.
2. Diversidad: En géneros de emisiones, públicos destinatarios y temas abordados.
3. Independencia: Con respecto al interés comercial y el poder político. Debe garantizar la libre expresión de todos los grupos y ofrecer un foro de información, opiniones y crítica.
4. Especificidad: Una programación que sea reconocible por el atractivo y la originalidad de sus contenidos.
En nuestro país existen más de 30 canales de televisión pública, la mayoría de ellos dependientes de los gobiernos estatales. Además, existen cinco canales públicos con una cobertura considerada como nacional (aunque juntos superan apenas el 50%).
Sin lugar a dudas, uno de los principales problemas de la televisión pública en México es su relación con el poder. Como sucede en casi todos los aspectos de la vida nacional, la poca penetración de esta oferta cultural en la pantalla chica se debe en gran parte a la falta de un proyecto claro, consistente y transexenal, independiente de los caprichos del poder en turno. Los cambios constantes o el escaso interés en el enfoque que se da desde el gobierno a la política cultural y educativa, y con ella a la televisión pública, han provocado que los perfiles de la misma no lleguen a estar bien definidos, de modo que los canales no pueden lograr algo que, según expertos en el tema, resulta fundamental para el éxito de la televisión no comercial: una identificación con el público, la creación de un sentimiento de que el contenido transmitido resulta importante, valioso o necesario. Es importante comprender que, en lo que respecta a este tipo de televisión, lo importante no es el rating, máxime cuando están en un contexto de competencia desigual, sino la satisfacción de los televidentes.
Un claro ejemplo de esto es el caso de IMEVISIÓN, probablemente el proyecto de televisión pública más exitoso en la historia de nuestro país. Creado en 1983, el Instituto Mexicano de la Televisión estaba integrado por los canales 13, 7 y 22, que en conjunto llegaron a tener hasta 42 repetidoras, logrando una cobertura importante del territorio nacional. En su época, IMEVISIÓN produjo programas y transmitió otros de origen extranjero que siguen estando en la televisión, tales como Los Protagonistas y Los Simpson, lo que demuestra la importancia que alcanzó. En 1993, durante la ola privatizadora del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, los canales 7 y 13, así como sus repetidoras, fueron subastados y adquiridos posteriormente por Ricardo Salinas Pliego, quien fundó TV Azteca ese mismo año. El estado solo conservó la señal del Canal 22, el que menos repetidoras tenía de los tres que integraban IMEVISIÓN.
El otro problema al que se enfrenta la televisión pública es el de los presupuestos, pues depende casi enteramente del financiamiento público. A este tipo de canales no se les permite vender espacios publicitarios, de modo que deben trabajar con lo que les asignado en los presupuestos anuales de egresos.
En México, parte de la dificultad para consolidar un proyecto de televisión cultural es que el dinero oficial fluye más hacia la televisión comercial que hacia la pública. Los números hablan por sí solos: mientras el presupuesto del Canal 11 para 2016 es de poco menos de 482 millones de pesos que deben ser utilizados para todo lo que requiere el canal, desde producción de contenidos hasta sueldos y servicios generales, los gastos en comunicación social de la presidencia de la República en 2015 ascendieron a más de 119 millones de pesos; ya se sabe que gran cantidad de esos recursos va a parar a las arcas de Televisa y TV Azteca.
TeveUNAM
En 2005 arrancó sus transmisiones TeveUNAM, “el canal cultural de los universitarios”, la señal de televisión pública más joven del país. Si, según lo expuesto anteriormente, las concesiones de uso público del espectro radioeléctrico se otorgan a las instituciones para que brinden servicios de radiodifusión que les ayuden a cumplir sus fines y atribuciones, pareciera que este canal, de entre todas las televisoras públicas, tendría el perfil y los objetivos más claros. El canal depende de la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM, dependencia encargada de “promover la creación en los diferentes terrenos del arte, y difundir las expresiones culturales y artísticas en todos sus géneros, así como los conocimientos científicos, tecnológicos y humanísticos que se desarrollan en la Universidad, para enriquecer la formación de alumnos, beneficiar lo más ampliamente posible a toda la sociedad mexicana y fortalecer la identidad nacional”.
TeveUNAM busca coadyuvar a la consecución de dichos objetivos a través de una programación que incluye producciones documentales originales, producciones extranjeras, así como transmisiones de conciertos de la OFUNAM, noticieros culturales, cine de arte, entre otros. La televisora ha ganado en sus diez años de historia múltiples reconocimientos, entre los que destacan el premio como El Mejor Canal Cultural de Iberoamérica por la Universidad Carlos III de Madrid, y el premio Oscar que compartió en 2008 por su participación como co-productora de la animación Pedro y el lobo.
Al tomar posesión como director del canal, Nicolás Alvarado expresó que llegaba a una televisora “con buena salud”, y dijo que uno de los principales propósitos de su gestión sería multiplicar las pantallas a través de las nuevas plataformas, es decir, ir por los celulares y las tablets para extender el alcance de los contenidos de TeveUNAM, que en un principio sólo era sintonizable a través de sistemas de televisión de paga y hoy, con la llegada de la televisión digital, ya puede verse en señal abierta.
La pregunta es: si la televisora está, efectivamente, en buen estado: ¿qué aportará Nicolás Alvarado, más allá de la convergencia de medios, es decir, a nivel programático, de fondo, de proyecto cultural universitario?
Hasta ahora, la mayoría de las voces al interior de la televisora, al menos las que se han escuchado en la prensa, no ven idónea la llegada del comunicador principalmente porque, dicen, desconoce el medio universitario, e incluso lo han acusado de despidos injustificados, actitudes prepotentes y falta de comunicación con los trabajadores del canal.
La autonomía de la UNAM le ha conferido a su proyecto televisivo la posibilidad de una solidez, de un perfil bien definido, pues no depende tan directamente de los vaivenes del poder político, como se mencionó anteriormente. Ante la polémica generada por la llegada de Alvarado (quien tiene una experiencia en la televisión pública de nueve años de trabajo en el Canal 22), cabría preguntarse: ¿Se trata de un golpe mediático del nuevo rector Enrique Graue, sin tomar en cuenta el perfil de la televisora? ¿Se trata de una decisión acertada que vivificará este canal y lo consolidará como una opción diferente frente a la pobreza de los medios comerciales?.