En una oficina austera del edificio Emilio “Indio” Fernández de los Estudios Churubusco, después de ayudarnos a burlar la negativa del vigilante para entrar con nuestra cámara, nos reciben el Maestro Felipe Cazals y su compañera de vida y trabajo, de mil batallas, Rosa Eugenia Báez.
Instalamos nuestro equipo de audio y video ante la mirada del experto que opina que la cámara quedaría mejor en este ángulo que en aquél; no hay mucho sitio para moverse: nuestra conversación ocurre en un pequeño privado, en una de cuyas paredes hay dos fotografías ampliadas del ciudadano Rafael Buelna Tenorio, héroe sinaloense nacido en 1891, General de la Revolución Mexicana, muerto por bala en 1924 y figura central del último largometraje de Cazals.
Tras probar el micrófono que le colocamos en la solapa de la chamarra café -1, 2, 3, 4, 5-, el Maestro Cazals, bromista, dice encontrarse un poco deteriorado 48 años después de su primera película, La otra guerra (1965).
“Me siento preocupado porque nunca me salen las películas exactamente como yo quiero, siempre sé que las puedo hacer mejor”.
Comienza a hablar despacio y humilde, el ganador de ocho Arieles, un Oso de Plata en el Festival Internacional de Cine de Berlín, una Concha de Plata en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, y el Premio Nacional de Ciencias y Artes. “Pero, por otro lado, hay cierto orden de satisfacciones, pues a pesar de todo, esas películas (algunas de ellas), siguen vivas, siguen transmitiéndose en televisión, o están en la banqueta, por dos pesos o por cinco pesos, no importa, pero siguen vivas.”
Para Felipe Cazals, no hay películas buenas ni malas, simplemente hay algunas que dejan huella y otras no. “Esta forma de permanecer o desaparecer es en el fondo el recuerdo que generaron, la imagen que dejaron en el espectador, o mejor dicho, el sentimiento que dejaron. Algunas de estas películas fueron tan exactamente situadas en su momento histórico, que el impacto que causaron se sigue transmitiendo generacionalmente.”
El director de El apando (1975) y Canoa (1975) se considera parte de una generación de cineastas que emergió en lo que puede llamarse “el gran final del cine mexicano, de una industria muy poderosa y exitosa, limitada, sin embargo por los productores y con un formato dibujado como si ese cine mexicano fuese para siempre, eterno, con su género preferido que eran los melodramas, Marga López, en fin. No existe más el cine Palacio Chino (en la Ciudad de México), donde la gente hacía cola durante seis semanas para ir a ver a María Félix; ese cine ya se acabó, y los cineastas no van a regresar hacia atrás para recomenzar con un modelo que está exhausto.”
Con su eterno bigote, ahora un poco encanecido por sus 75 años de edad, el Maestro se declara heredero del formato 35 milímetros y, por lo tanto, escéptico ante la calidad en el registro del formato digital. Independientemente de esta posición personal, Cazals reconoce que en el cine mexicano, ni hoy ni nunca ha habido crisis de talento, pero sí una de asentamiento económico frente a su propio público, pues el nuevo cine mexicano está dirigido a los espectadores y no a los consumidores, que son la gran mayoría de las personas que van al cine en México. “En consecuencia -afirma con voz untuosa y pausada, precisa-, las nuevas expresiones fílmicas que se producen en el país son un dolor de cabeza para los exhibidores, que no saben cómo promocionarlas ni programarlas con los sólidos productos comerciales norteamericanos”.
Para Cazals, una posible solución es, primero, no perder el fomento, llámese subvención o no, y segundo, no seguir enfrentándose con las grandes cadenas de cines, sino tratar de lograr una alianza táctica con ellos: “si no incentivamos al que pone en el aparador nuestro producto, nunca nos va a querer.”
Ante este telón de fondo en la industria cinematográfica nacional, Felipe Cazals está próximo a estrenar su nueva película, la número 42, Ciudadano Buelna, propuesta y auspiciada por la Universidad Autónoma de Sinaloa. Con ella, el cineasta cierra un muy personal discurso de reflexión sobre el tema de la Revolución Mexicana, integrado también por Las vueltas del Citrillo (2005) y Chicogrande (2009), y con la que, además, intenta pagar sus culpas: “la de Emiliano Zapata que hice con Antonio Aguilar hace cuarenta y tantos años, ¡nadie me la va a perdonar eh! Yo no la he vuelto a ver, pero cada vez que alguien me lo menciona, me ve al blanco de los ojos como si fuera una mentada de madre, ¡y yo creo que tiene razón!”
Mientras la pompa de los festejos por el centenario de la Revolución continúa algo fresca en la memoria, Ciudadano Buelna cuenta “la otra cara de la luna; pone en duda una historia oficial que todos sabemos que es muy endeble.” Con este nuevo filme, el director septuagenario intenta dialogar con unos espectadores que hoy tienen entre 18 y 30 años (la edad que tenía Buelna cuando intervino en la Revolución Mexicana). Un público que todavía está yendo a ver películas como espectador y no como consumidor.
“La película refleja que en el fenómeno revolucionario está, evidentemente, el reclamo general de los mexicanos de aquel tiempo, la condición de atropellados de la gran mayoría de ellos, pero también está la actitud de una clase privilegiada o de una clase media urbana o rural, que como ciudadanos toman parte en el movimiento revolucionario, y lo hacen desde su muy modesta posición: Rafael Buelna es primero que nada un estudiante, un periodista y un lector. Es ese ejemplo del ciudadano que comienza a preguntar -¿y yo por qué no tengo derecho a saber?-”.
Cazals destaca la palabra ciudadano en el título de la película. Recuerda que cuando triunfa la Revolución y entran a la Ciudad de México Zapata, Villa y Buelna, éste último se quita el uniforme, se viste de civil, va a Lecumberri, y libera a todos los presos políticos. El ciudadano Rafael Buelna camina nuevamente en las calles del país: “el renuevo generacional en México, que como siempre se hace a base de riñones y a base de reflexión, ha aparecido nuevamente, y ha aparecido de manera correcta, diciendo: -yo tengo derecho a saber esto; yo tengo derecho a saber por qué sucede esto; ya no toleramos esto- Lo que propone la película es que los jóvenes no permanecen ajenos a lo que está pasando, no pueden permanecer ajenos, de todas maneras lo que sigue, lo que se llama el futuro, está en manos de ellos.”
Para Felipe Cazals, rebeldía hoy significa inconformidad: “algo que a los ojos de los monopolios, de algunos capitales y de los poderes fácticos, es una especie de enfermedad temporal, algo así como paperas, algo que según ellos desaparece con los años, un mal de la juventud.”
El Maestro Cazals, con oficio, vuelve a probar su micrófono ante algunos problemas de audio: -1, 2, 3, 4, 5-; entusiasmado con el tema, no pierde el hilo: “el poder está equivocado”, afirma, y él mismo es un ejemplo vivo de ello: “en cierta manera, sigo siendo un inconforme, aunque a los 75 años sentirse inconforme suena un poco grotesco ¿no? La gente dice: -¡cómo, este pinche viejito!- Pero, de todas maneras, hay cosas que nunca he tolerado, desde que tenía quince años de edad, y que sigo sin tolerar. Y yo creo que no soy una excepción, somos muchos.”
Con intención, el experimentado director dice: “no soy un politólogo, simplemente soy un cineasta un poco intuitivo”, y continúa hablando sobre el reciente despertar de los jóvenes en la vida pública del país: “el cambio de actitud en los jóvenes no es una circunstancia novedosa, ni siquiera inesperada, al contrario, está siendo esperada desde hace algún tiempo, y yo creo que la reaparición de un fantasma fue lo que aceleró este despertar.”
Tras mencionar al fantasma, Cazals habla para exorcizar la represión que su generación sufrió 45 años atrás: “estoy casi seguro de que el poder político se va a acomodar a los reclamos de los jóvenes, porque la experiencia de hace años no la van a volver a repetir.”
Cuando intento preguntarle sobre el futuro, sobre lo que le falta hacer, el Maestro Felipe Cazals me interrumpe de inmediato: “no, ahí sí soy muy supersticioso. No puedo anticipar nada, nunca anticipo. De por sí lamento siempre el pasado, anticipar se me hace todavía mucho más grave.”
En tal caso, volvemos a lo ya hecho, que es mucho; Cazals evalúa: “lo que sí creo es que, medianamente, no me aislé de mi tiempo, mi trabajo se refirió a mi tiempo, a mi entorno, a mi país, y todo lo que hice, bien o mal, tiene un juicio crítico.”
Apagamos cámara y micrófonos . El Maestro, tras confesar que nunca vuelve a ver sus películas salvo cuando sus nietas insisten mucho, nos recomienda Los pájaros de Alfred Hitchcock y Roma, ciudad abierta de Roberto Rossellini, “dos películas que quien ame el cine (y para mí amar el cine significa sacrificar cosas como espectador y como director), no puede ignorar jamás.”