La anécdota que plasmo en este escrito, queridos “devoradores de letras”, se remonta a algunos ayeres, cuando un servidor vivía en San Juan del Río, Querétaro, lugar que gozó de una insuperable fama por ser el paso obligado a la Ciudad de México. Eso, hasta 1957, cuando nació la carretera más transitada de la República Mexicana “La Carretera México- Querétaro”.
En aquella industrial ciudad, ustedes podrán encontrar la casa del Dr. Agustín Ruíz Olloqui, condecorado con la Cruz de Caballero de la Orden de Guadalupe, por el segundo y último emperador en México, Habsburgo de apellido y Maximiliano de nombre.
Además, la casa de Elisa Margarita Berruecos y Juvera, una santa que jamás quiso gozar de las mieles que sus adinerados padres le dejaron por herencia, por dedicarse al cuidado de las niñas huérfanas y para estar al servicio de Dios. Podrán encontrar el único Museo de Culto Mortuorio de América Latina, El Museo de la Muerte, instalado en el Panteón de la Santa Veracruz.
El Bar Salón Río Rita, el bar de prostitución de las hermanas poquianchis, y muchas cosas más. Pero nada más interesante para este escritor que “El Puente de la Historia”, “Puente de la Venta” o “Puente Grande”.
Los adentraré en los laberintos de esta rica historia comenzando por “El Puente de la Historia”. Se encuentra justo a un lado de la Hacienda de la Venta, una hacienda miserable, que se enriqueció hacia finales de 1600 y principios de 1700 del poco dinero que los comerciantes traían consigo al llegar al pueblo de San Juan del Río, Querétaro.
Cuando las aguas del cielo caían, era imposible cruzar el río que le daba la fama al pueblo, ya que la corriente, con una velocidad cercana a los 50 kilómetros por hora y más de 80 metros de lado a lado, arrastraba todo lo que a su paso se cruzara.
La hacienda se aprovechaba del mal tiempo y convidaba a los comerciantes a pernoctar por una o varias noches, para descansar bajo un cálido techo de las aguas de junio y julio, pero a cambio, les compraban sus mercancías a un precio reducido, menos de la mitad del pactado.
En fin… No había nada que pudiera soportar las crecientes del río San Juan, quizá estaba enojado porque nadie lo quería ni lo cuidaba tanto como lo hacían los chichimecas para 1500.
La gente mandó a construir puentes que soportasen las crecientes del río. Hubo varios y de diferentes materiales, hierro, madera, caña, pero todos caían ante los brazos del rio.
Así que pronto se dio la noticia de que llegaría una mañana de enero, traído desde la ciudad de México, el afamado arquitecto Don Pedro de Arrieta; pero… ¿por qué afamado? Él, en 1695, proyectó y comenzó la construcción del referente católico más visitado actualmente en América Latina, La Basílica de Santa María Guadalupe, que el primero de mayo de 1709 abrió por primera vez sus puertas.
Lo interesante de este hombre es que, hasta la fecha nadie, ni siquiera los arquitectos más renombrados de la época, saben cómo unió el gris de la piedra chiluca con el rojo de zapote, materiales con los cuales la basílica de Guadalupe está conformada.
Llegó a San Juan Del Río una mañana de enero de 1710, con fanfarrias, corridas de toros, cohetones, y misas…. muchas misas. Llevaba órdenes del Virrey Duque de Alburquerque para construir un puente lo suficientemente sólido que soportase las crecientes del río San Juan.
La construcción comenzó el 10 de enero de 1710 y, a trabajo forzoso, el puente finalmente se terminó para junio del mismo año. Don Pedro de Arrieta era el hombre del momento, un puente amplio y fuerte para que carruajes, comerciantes, animales y mercaderes, cruzaran con bien hasta llegar al centro de la villa. Pero… olvidó algo tan elemental como el clima. “Para junio y julio las aguas de los cielos caerán y todo a su paso arrasarán”, es un viejo dicho de los chichimecas.
Pues llegaron los días lluviosos y el agua y el viento empujaron tanto que el puente derrumbaron. Se dice que Don Pedro de Arrieta se arrodilló en el lodo y blasfemó por no poder construir un sólido puente que soportase las crecientes temidas, aún con las mejores técnicas de arquitectura de aquella época.
Y aquí es donde se pone buena la cosa, se dice que en sueños el demonio se le presentó a Don Pedro de Arrieta, quien aceptó su oferta: su alma a cambio del secreto para construir el puente de puentes. Así, según la historia, se le indicó a Don Pedro de Arrieta que recordara las técnicas medievales, donde colocaban los cuerpos de niños pequeños en los pilares de la construcción.
A la mañana siguiente el pregonero del pueblo despertó a toda la villa con la noticia de la desaparición de 15 niños, sin importar casta o edad, vistos por última vez cerca del Puente Grade o Puente de la Historia. Poco más de 6 meses más tarde, un 11 de enero de 1711, el puente quedó concluido por segunda y última vez.
Esta vez, al parecer, Don Pedro de Arrieta estaba convencido de que por más que el viento soplara y el agua retumbara, los pilares jamás caerían. Y hasta este día, el puente con sus 302 años, sigue en pie.
Acto seguido don Pedro de Arrieta regreso a la capital mexicana, donde trazó los planos de la Catedral Metropolitana y se encargó de la capilla de Animas de la Catedral de México y, más tarde, de la que sería su última obra en vida, el edificio de la Santa Inquisición en México, hoy en día, la Casa de la Moneda.
Lo más interesante de la historia es que Don Pedro de Arrieta murió en la pobreza, desconocido y además juzgado por la Santa Inquisición.
¿Será que se enteraron de lo que hizo en el Puente de la Historia? ¿Por qué la Santa Inquisición lo condenó a la pobreza y le quitó todo su dinero? ¿Sabía de más o quizás ya no les servía? Nunca lo sabremos, pero su huella quedará inmortalizada mientras ustedes puedan pasar de boca en boca la historia… y el gobierno le dé mantenimiento a las placas conmemorativas.