Rehén de la imprevisión gubernamental, lastimada profundamente por la corrupción y la impunidad, la sociedad mexicana enfrenta hoy situaciones inéditas de turbulencia que amagan a la gobernabilidad del país.
Subyacen en este delicado escenario las consecuencias de un sistema político autoritario y arrogante, que durante décadas desplazó paulatinamente al ciudadano de las decisiones que afectan su vida cotidiana. El predominio del gobierno y los intereses de grupúsculos con poder en el diseño e imposición de políticas públicas inconsultas, han devenido en la ruptura de lo que eufemísticamente llamamos “tejido social”. El fuego de la desigualdad es atizado con retórica incendiaria que no hace sino partir en dos a México. Y un país así dividido no tiene posibilidad alguna de avanzar, de crecer, de desarrollarse y garantizar (más que decretar), bienestar a su pueblo.
La falta de rumbo claro, la estridencia coyuntural y la nociva improvisación sexenal en los rincones del poder, han creado un maremágnum que sacude a México y amenaza con ponerlo a la deriva. Hace años que lo hemos advertido: es imperiosa la necesidad de darle un nuevo rumbo a la Nación.
En ese derrotero está Movimiento Ciudadano: el del rumbo propio, que nos señala una sociedad agraviada y desplazada, ávida de certeza y harta de retórica.
Si nos asumimos discrepantes es porque respetamos y creemos en la discrepancia. En esta hora crítica de México, cada quien y cada cual ya enfrenta, inevitablemente, el juicio de la sociedad.
En este contexto, entonces, que cada quien y cada cual asuma su responsabilidad.
Lejos está Movimiento Ciudadano de arrogarse o de usurpar credenciales ajenas. Sumamos, no dividimos. Aportamos, no restamos. Es lo que exige la ciudadanía, en cuyas demandas insatisfechas se nutre nuestra convicción y se define nuestro rumbo.