Eje rector de toda democracia republicana es la libertad de decidir, que se manifiesta en el voto ciudadano a favor de cualquier candidato a un cargo de elección popular.
En el acto de votar, el ciudadano vierte sus esperanzas de acceso al bienestar pleno: menos pobreza y esigualdad, mejor alimentación, salud y educación de calidad, más oportunidades de empleo, salarios justos, más y mejor seguridad.
Además, al votar, el ciudadano ejerce su libertad para decidir en quién deposita su enorme confianza y otorga también algo inconmensurable, que no puede ser valorado ni medido: confiere poder a otro ciudadano para convertirlo en representante de los intereses de la sociedad, le da poder para ejecutar y servir en beneficio del pueblo. No se trata de poder a secas: es poder público, del pueblo.
Por eso este enlace entre el ciudadano y el representante popular entraña un punto esencial para toda democracia, pero también para que los sueños, las legítimas esperanzas del ciudadano, sean satisfechas a plenitud.
¿Cómo lograrlo? Con información. El voto que se deposita en la urna debe ser un voto informado, juicioso, nutrido del conocimiento de la capacidad, la probidad y la vocación de servir de quien desee ser funcionario público. La desinformación es veneno para la democracia, en tanto que el conocimiento de los aspirantes a cargos de elección popular puede convertirse en salud pública y bienestar colectivo.
Más importantes que la retórica y el vacío discurso tradicional que prolifera en las campañas electorales, son el debate y la confrontación de propuestas e ideas, así como el conocimiento directo de las plataformas políticas de los partidos que, por hoy, son el único vehículo de los ciudadanos para ejercer el poder.
Finalmente, el voto informado es un paso gigantesco hacia la construcción de otro insustituible pilar de la democracia: la calidad ciudadana.