Laudato si, la encíclica ambientalista

El sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso de las Cumbres mundiales sobre medio ambiente

Estamos entrando al sexto gran evento de extinción masiva de la vida en la Tierra

Andrés Treviño

Andrés Treviño

Laudato si’, mi’ Signore – ‘Alabado seas, mi Señor’, cantaba san Francisco de Asís”. Son las líneas iniciales de la “Carta Encíclica del Santo Padre Francisco sobre el cuidado de la casa común”, publicada el 18 de junio de este año, que ha merecido aplausos entusiastas por parte de grupos ambientalistas como Greenpeace, así como virulentas críticas desde la derecha conservadora de diversas partes del mundo.

“Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba”, dice la estrofa citada del Cántico de las Criaturas, compuesto en el siglo XIII por el famoso fraile italiano, protector de los pobres y amante de la naturaleza, en honor de quien el cardenal Jorge Mario Bergoglio tomó el nombre de Francisco al convertirse en Papa.

“La Tierra ha entrado en un nuevo periodo de extinción, ha concluido un estudio de tres universidades de Estados Unidos, y los humanos podrían estar entre las primeras bajas”, dice, por otro lado, una nota aparecida el 20 de junio en la sección ‘Ciencia y medio ambiente’ del portal online BBC News, dando cuenta de un artículo publicado en la revista Science Advances:

“El reporte de las universidades de Stanford, Princeton y Berkeley, advierte que los vertebrados están desapareciendo a una tasa 114 veces más rápida de lo normal. ‘Estamos entrando al sexto gran evento de extinción masiva de la vida en la Tierra’, dijo uno de los autores del nuevo estudio: El último evento de este tipo sucedió hace 65 millones de años, cuando los dinosaurios fueron aniquilados probablemente por el impacto de un gran meteorito”.

“‘Si se permite que esto continúe, a la vida le puede llevar muchos millones de años recuperarse y para entonces nuestra especie probablemente haya desaparecido’, dijo Gerardo Ceballos, uno de los autores del estudio […] Desde el año 1900 más de 400 especies de vertebrados han desaparecido. Una pérdida así se vería normalmente a lo largo de un periodo de 10 mil años”.

“[…] El estudio enumera causas como el cambio climático, la contaminación y la deforestación. Dadas las repercusiones de la destrucción de los ecosistemas, […] beneficios tales como la polinización de las abejas se podrían perder en tres generaciones humanas […] Los autores del nuevo reporte dicen que aún es posible evitar un ‘declive dramático de la biodiversidad’, a través de un intenso programa conservacionista, pero que se requieren actuar rápidamente”, finaliza la nota de BBC News.

Por su parte, desde hace varios años el famoso astrofísico Stephen Hawking, quien más de una vez polemizó con Juan Pablo II sobre la existencia de Dios, ha planteado que el afán destructor del hombre, agravado por el gran poder que le dan las nuevas tecnologías, está acabando a pasos agigantados con los recursos del planeta y, siendo optimistas, una gran hecatombe puede acabar con la humanidad dentro de los próximos dos siglos; “quizás sea antes y la cuestión se decida en los próximos cien años”, declaró en una entrevista para el sitio web Big Think en 2010. “Todo dependerá de nuestra capacidad de reemplazar la explotación por alternativas sostenibles”. 

La encíclica socio-ambientalista

Por desgracia, en el mundo contemporáneo ya no son novedad las voces agoreras de científicos, grupos ambientalistas y personalidades destacadas en todas las áreas, líderes religiosos incluidos, que advierten del riesgo que implica para la supervivencia del planeta el deterioro ambiental, y que exhortan a tomar medidas urgentes para reducir las emisiones de carbono, controlar la deforestación, proteger los ecosistemas y un largo etcétera.

La gran novedad de la encíclica Laudato si, primera del pontificado del Papa Francisco, es que la cabeza de la Iglesia Católica –la segunda religión con más fieles en el mundo (sólo superada por el Islam si se toman juntas sus dos principales ramas, sunita y chiita), con 1,200 millones de feligreses que constituyen más del 16% de la población mundial–, una de las figuras con mayor autoridad moral en Occidente, alce decididamente la voz para decir, no sólo que “Esta hermana (tierra) clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella”, sino para señalar sin ambages que el problema radica en un “paradigma tecnocrático” global que privilegia la renta financiera sobre cualquier otro criterio.

De esta forma el Papa Francisco va más lejos aún que la mayoría de los científicos, ambientalistas y líderes de opinión, y coloca al deterioro ambiental y a la pobreza de la mayor parte de la población del mundo en la misma canasta:

“El problema fundamental es otro más profundo todavía: el modo como la humanidad de hecho ha asumido la tecnología y su desarrollo junto con un paradigma homogéneo y unidimensional [en cursivas en el original]”.

“[…] la técnica tiene una inclinación a buscar que nada quede fuera de su férrea lógica, y el hombre que posee la técnica sabe que, en el fondo, esta no se dirige ni a la utilidad ni al bienestar, sino al dominio; el dominio, en el sentido más extremo de la palabra. Por eso intenta controlar tanto los elementos de la naturaleza como los de la existencia humana”.

Ante este panorama, “Se vuelve indispensable crear un sistema normativo que incluya límites infranqueables y asegure la protección de los ecosistemas, antes que las nuevas formas de poder derivadas del paradigma tecnoeconómico terminen arrasando no sólo con la política sino también con la libertad y la justicia”.

Sin llamarlas por su nombre, la encíclica hace una clara y severa crítica a instituciones financieras globales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial que imponen sus recetas de austeridad y estabilidad macroeconómica al resto del mundo, y de las cuales ni siquiera Europa y los Estados Unidos se escapan.

“Si alguien observara desde afuera la sociedad planetaria, se asombraría ante semejante comportamiento que a veces parece suicida […] Mientras tanto, los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente”.

 “[…] Llama la atención la debilidad de la reacción política internacional. El sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso de las Cumbres mundiales sobre medio ambiente”.

Más adelante menciona, “Hoy, pensando en el bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana. La salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y que sólo podrá generar nuevas crisis después de una larga, costosa y aparente curación”.

En un estilo claro y directo, Jorge Mario Bergoglio aborda tanto temas meramente religiosos, como científicos, socio-económicos y de derecho internacional. Él mismo, en la introducción del documento de 192 páginas, enumera los ejes que atraviesan toda la encíclica y que va abordando desde diferentes ópticas: “la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida”.

Específicamente sobre el calentamiento global, considera al clima como “un bien común” y señala que “Hay un consenso científico muy consistente que indica que nos encontramos ante un preocupante calentamiento del sistema climático” ante el cual “La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo”. 

Y ante las posturas negacionistas del cambio climático, remata: “Muchos de aquellos que tienen más recursos y poder económico o político parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas”.

Como para justificarlo, el pasado 8 de julio, el periódico británico The Guardian, público que ExxonMobil, la petrolera más grande del mundo, sabía al menos desde 1981, siete años antes de que el tema saliera a la luz, de la existencia del cambio climático y de su relación con los combustibles fósiles, a pesar de lo cual la compañía gastó millones de dólares durante los siguientes 27 años en promover la postura negacionista.

Una Iglesia pobre y para los pobres

Las reacciones más duras contra la encíclica han provenido de la derecha norteamericana, en especial de los aspirantes presidenciales del Partido Republicano, cinco de los cuales son católicos, entre ellos Jeb Bush, hermano del expresidente George W. Bush, convertido ya de adulto al catolicismo, quien declaró: “mis obispos o mis cardenales o mi papa no me dictan la política económica”. 

También Michael McKenna, asesor republicano citado por el New York Times, aseguró que Bergoglio está “vendiendo una línea de socialismo de estilo latinoamericano y que no está en sintonía con la Iglesia Católica estadounidense”.

Ciertamente la actitud general y el discurso de Su Santidad, cada vez se han ido aproximando más a La opción preferencial por los pobres, idea central de la Teología de la liberación, movimiento católico de izquierda surgido en Latinoamérica en el contexto del Concilio Vaticano II, la Guerra Fría, las revoluciones socialistas en América Latina, las dictaduras militares del Cono Sur, y que fue frenado en seco en los años 80 por Juan Pablo II.

 “Cómo me gustaría una iglesia pobre y para los pobres”, dijo Bergoglio en sus primeras declaraciones a la prensa como Papa, y su reciente gira por Sudamérica a principios de julio, seguramente no ha hecho más que avivar el temor en los sectores más conservadores dentro y fuera de la Iglesia.

La imagen del Papa con casco amarillo de minero en lugar del solideo blanco, es una de las más fuertes y cargadas de simbolismo que ha visto el catolicismo en mucho tiempo. Y más aún si se piensa que sucedió en Bolivia, país donde la minería se halla tan ligada a la historia que el escudo nacional ostenta al centro el Cerro Rico de Potosí, prodigioso yacimiento de oro y plata que se ha explotado desde la época prehispánica hasta la fecha, sobre el cual el Imperio Español edificó buena parte de su fortuna y bajo el cual innumerables generaciones de indígenas quechuas y aimaras han perdido la salud y la vida.

Siendo sudamericano, Jorge Bergoglio conoce esos matices que lo conectan con las bases de su Iglesia en la región del mundo que alberga la mayor cantidad de católicos. Ha sido en esta gira, en el marco del “Segundo encuentro mundial de los movimientos populares”, celebrado en Santa Cruz, Bolivia, donde ha retomado y complementado la parte social de su encíclica, planteando con fuerza el “derecho sagrado” a las “tres T”: tierra, techo y trabajo.

“…empecemos reconociendo que necesitamos un cambio […] hablo de los problemas comunes de todos los latinoamericanos y, en general, también de toda la humanidad. Problemas que tienen un matriz global y que hoy ningún Estado puede resolver por sí mismo”, dijo al inicio de su discurso de Santa Cruz.

“Ustedes […] me han relatado las múltiples exclusiones e injusticias que sufren en cada actividad laboral, en cada barrio, en cada territorio […] Hay, sin embargo, un hilo invisible que une cada una de las exclusiones […] Me pregunto si somos capaces de reconocer que esas realidades destructoras responden a un sistema que se ha hecho global. ¿Reconocemos que ese sistema ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo sin pensar en la exclusión social o la destrucción de la naturaleza? […] Este sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los pueblos… Y tampoco lo aguanta la Tierra, la hermana madre tierra, como decía san Francisco”.

Así mismo, se extendió hablando de las “nuevas formas de colonialismo que afectan seriamente las posibilidades de paz y justicia”, que adoptan diversas fachadas como “corporaciones, prestamistas […] tratados de ‘libre comercio’ y la imposición de medidas de ‘austeridad’ que siempre ajustan el cinturón de los trabajadores y los pobres”.

El sacerdote y periodista español Manuel Bru, opina que lo que en el fondo molesta a los neoliberales doctrinarios es que el Papa no se quede en un tibio debate medioambiental, “sino que entre en cuestiones antropológicas y morales de fondo que cuestionan la ideología neoliberal” y en resumidas cuentas la moral de quienes defienden esas políticas.

Pero el Papa no parece quedarse sólo en un regaño moral, sino que alienta a la búsqueda de soluciones: “Lo que está ocurriendo nos pone ante la urgencia de avanzar en una valiente revolución cultural”, y da un espaldarazo a los movimientos ambientalistas y sociales a quienes les dice que: “el futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las elites. Está fundamentalmente en manos de los pueblos, en su capacidad de organizarse y también en sus manos que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio”.

Hace más de cincuenta años, cuando el mundo se encontraba al borde del holocausto nuclear, el Papa Juan XXIII dirigió su encíclica Pacem in terris a todo el “mundo católico y a todos los hombres de buena voluntad”.

El Papa Francisco también en eso ha ido más allá con Laudato si: “Ahora, frente al deterioro ambiental global, quiero dirigirme a cada persona que habita este planeta […] El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar”.

Según un reportaje aparecido en la revista National Geographic de agosto de 2015, los amigos argentinos de Bergoglio lo describen como “un jugador de ajedrez” que piensa cada jugada y que “todos y cada uno de sus pasos han sido objeto de reflexión”.

Al menos los tiempos políticos parecen muy bien medidos a favor de su causa socio-ambientalista: la encíclica se publicó en junio de 2015 y en julio conectó con el corazón de su “Patria Grande” latinoamericana; en septiembre se reunirá en Estados Unidos con Barak Obama, su aliado en cuestiones ambientales, y hablará ante la Asamblea General de las Naciones Unidas seguramente sobre los mismos temas; todo esto rumbo a la Cumbre climática de París, en diciembre de 2015, que para muchos representa quizás la última oportunidad de corregir el rumbo antes de que los daños al planeta sean irreversibles.