En agosto de 1967 llegó a un laboratorio de la ciudad de Marburg, Alemania, un cargamento de monos procedentes de Uganda. A los pocos días, una extraña enfermedad comenzó a afectar al personal encargado de remover los desechos de los animales.
El padecimiento iniciaba con fiebre, jaqueca, dolor muscular, y malestar general, y a los pocos días se agravaba con vómito y diarrea. Las muestras de laboratorio destacaban una drástica disminución de los glóbulos blancos y las plaquetas que dejaban a los enfermos sin defensas. En las etapas más avanzadas de la infección, se producían vómito y diarrea con sangre producto de hemorragias internas. Lo mismo estaba sucediendo en otro laboratorio en Yugoslavia, a donde habían llegado
monos del mismo cargamento. En total, 30 personas resultaron afectadas y siete de ellas fallecieron.
En aquel momento, se consideró que ningún laboratorio en Alemania o Yugoslavia era adecuado para lidiar con el riesgo que representaba aquella enfermedad desconocida y las pruebas fueron enviadas al Microbiological Research Establishment en Porton, Inglaterra, especializado en el manejo de muestras peligrosas.
Nueve años después, en 1976, se dieron dos brotes simultáneos en dos regiones africanas relativamente próximas. El primero fue en el norte de Zaire –actualmente República Democrática del Congo–, donde 318 personas resultaron infectadas y de ellas 280 murieron, una terrible letalidad del 90 por ciento hasta entonces nunca vista. Mientras tanto, en el sur de Sudán se vivía un caso parecido, con 284 contagios y 151 muertos.
Las muestras de esos brotes fueron enviadas a distintos laboratorios super-seguros de Europa y Estados Unidos, entre ellos el de Porton, Inglaterra, donde se llegó a la conclusión de que se trataba de un virus morfológicamente idéntico al “Marburg”, es decir, un filovirus (Filoviridae); pero serológicamente distinto, o sea, otra especie, más peligrosa, de la misma familia.
A fin de no perjudicar a países o ciudades, como había sucedido con Marburg, dando su nombre a un mortal virus del cual nada se sabía, se optó por un río menor centroafricano cercano a la aldea congoleña donde se había registrado el brote, el río Ébola.
A lo largo de los años se fueron identificando distintas cepas del virus del Ébola, algunas extremadamente peligrosas para los seres humanos. La “cepa Zaire” ha resultado ser la más letal y es la misma que ahora afecta a varios países de África Occidental. Este nuevo brote, el más grande hasta la fecha, se detectó el pasado mes de marzo en una aldea remota de Guinea Conakry –aunque se estima que pudo haber iniciado desde diciembre de 2013– y se extendió posteriormente a Liberia, Sierra Leona, Nigeria, Senegal e incluso a Estados Unidos, donde se había confirmado un caso al cierre de esta edición. Aun cuando en Nigeria y Senegal se logró frenar la expansión del virus, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y asociaciones que trabajan sobre el terreno, como Médicos Sin Fronteras, advierten que el mundo enfrenta una “emergencia de salud pública de alcance internacional” y que la ventana de oportunidad para contener la epidemia “se está cerrando” conforme pasan las semanas.
Un informe difundido el 23 septiembre por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, daba por hecho que el número de casos oficialmente reportado por la OMS hasta esa fecha, de cinco mil 864 infectados, era bastante menor a la cifra real que podía aproximarse a los 20 mil.
Basándose en la información anterior, el mismo informe estimó que, entre 550 mil y un millón 400 mil personas podrían estar contagiadas para el 20 de enero del 2015 si no se actuaba con urgencia.
Respuesta internacional
En septiembre de este año, después de varios meses de lucha contra la enfermedad, la ONU declaró que se necesitaban mil millones de dólares para controlar la epidemia, diez veces más que el mes anterior, debido al crecimiento exponencial en el número de contagios. El Banco Mundial, por su parte, señaló que si los países de la región occidental africana no aplicaban los esquemas de contención del Ébola como hicieron Nigeria y Senegal, el virus podría impactar de manera catastrófica en la economía de la zona, su propagación podría costar a los tres países más seriamente afectados hasta 809 millones de dólares y el daño ser mucho peor si se extendía.
La situación generó que el jueves 18 de septiembre, en una sesión histórica el Consejo de Seguridad de la ONU declarara por primera vez a un problema de salud como “amenaza para la paz y la seguridad internacional”, y pidiera a los Estados miembros que redoblaran sus esfuerzos de asistencia a las naciones afectadas, tanto en personal como en apoyo material y logístico.
La resolución expresó que la expansión del virus pone en riesgo los avances en temas de desarrollo y consolidación de la paz en los países afectados, socava su estabilidad y, de no ser contenida, podría “llevar a nuevos casos de disturbios civiles, tensiones sociales y a un deterioro del clima político y de seguridad”, haciendo referencia a las cruentas guerras civiles que Liberia y Sierra Leona que vivieron a finales del siglo pasado y principios de éste. Se destacó además que la enfermedad superó la capacidad de camas para el tratamiento de personas infectadas en Sierra Leona, Guinea y Liberia; de hecho, la magnitud de la epidemia prácticamente ha colapsado los servicios de salud de estas naciones, ocasionando que otras enfermedades curables no puedan ser atendidas.
Por todo ello, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, anunció la creación de la Misión de la ONU para la Respuesta de Emergencia contra el Ébola (UNMEER, por sus siglas en inglés), con cinco prioridades: detener el brote del virus, tratar a los infectados, garantizar servicios esenciales para la población, preservar la estabilidad de los países afectados y prevenir futuras epidemias.
Estados Unidos encabeza la lista de los países que se han comprometido a proporcionar ayuda directa, con el despliegue de tres mil efectivos militares en la zona, ubicando su centro de operaciones en Monrovia, capital de Liberia, desde donde coordinaría los esfuerzos de la comunidad internacional. Su plan incluye la creación de un pasillo aéreo para el envío de ayuda humanitaria, la construcción de hasta 17 hospitales, con 100 camas cada uno, entrenamiento de 500 profesionales médicos cada semana, y un hospital para tratar al personal de salud que cuida a los pacientes y que son los más vulnerables al contagio (al cierre de esta edición, se contabilizaban 375 trabajadores de salud contagiados, de los cuales 211 habían fallecido).
Por su parte, Cuba, país que se ha distinguido históricamente por brindar ayuda médica a otras naciones en situaciones de crisis, ya había anunciado el despliegue de 165 médicos y enfermeras en Sierra Leona. Mientras que el Reino Unido ofreció poner en marcha un centro de tratamiento y enviar expertos en ayuda humanitaria y militares, para ese mismo país.
Otras naciones que han enviado personal y equipo médico a la región son Francia, China, Taiwán y la Unión Africana.
En busca de una cura
Las costumbres funerarias de varias regiones de África implican la manipulación del cuerpo para lavarlo y velarlo por varios días. Esta característica cultural ha favorecido enormemente la expansión de la epidemia en la región, dado que el ébola sólo se transmite por contacto con la sangre y fluidos corporales de personas o animales enfermos, y es más activo justo cuando el paciente está muriendo o acaba de fallecer.
Estados Unidos tiene clasificado al virus del Ébola como potencial agente bioterrorista “categoría A” (la más alta en su clasificación) debido a su elevada letalidad dado que, hasta la fecha, no existe una cura o vacuna de eficacia comprobada. Sin embargo, el alcance de la enfermedad en la práctica es limitado porque sólo es contagiosa una vez que se manifiestan los síntomas, momento en el cual se limita drásticamente la movilidad del paciente, además de que la trasmisión es relativamente fácil de impedir evitando el contacto físico directo, ya que no se dispersa por vía aérea.
Por eso, el riesgo de que la epidemia salga de África es muy bajo, y más improbable aún que se disemine por el primer mundo (a pesar de que ya hubo un brote en Estados Unidos, donde lo más probable es que la amplia cobertura de salud y una infraestructura hospitalaria sólida le cerrarán el paso). Por desgracia, esa también es la causa de que, durante décadas, las grandes compañías farmacéuticas no hayan considerado rentable desarrollar una droga contra el Ébola. Tal es la opinión del Dr. Leslie Lobel, investigador israelí de la Universidad Ben Gurión y uno de los pocos expertos mundiales sobre el virus, quien ha declarado que, dado que la enfermedad afecta a un grupo específico de personas en países empobrecidos y con atención médica deficiente, las empresas no tienen a la vista un retorno rentable de la inversión.
Varias vacunas están actualmente en desarrollo, pero ninguna se ha probado suficientemente en humanos ni se produce a gran escala. El suero que parece más esperanzador es el ZMapp, que ya ha sido administrado a varios voluntarios médicos norteamericanos y europeos infectados de Ébola y repatriados bajo estrictas medidas sanitarias. La mayoría de los casos parecen haberse recuperado, aunque otros, como el sacerdote español Miguel Pajares, no han logrado sobrevivir, posiblemente por lo avanzado de su estado.
El ZMapp ha sido desarrollado por las pequeñas empresas Mapp Biopharmaceutical (San Diego, Estados Unidos) y Defyrus (Canadá). Hicieron falta más de diez años de trabajo y fondos de la “Agencia de Proyectos Avanzados para la Defensa” y del “Instituto Nacional de Salud” de los Estados Unidos. Actualmente, el suero se produce en plantas de Nicotiana benthamiana (especie similar al tabaco) manipuladas genéticamente para que sinteticen los tres anticuerpos deseados, que después son extraídos y purificados. Este proceso aún no se puede hacer a gran escala, como lo demanda la situación actual.
Otro método que parece dar resultados es el “suero convaleciente”, aunque su eficacia está aún menos comprobada. Consiste en usar los anticuerpos desarrollados por pacientes que han sobrevivido al Ébola, para administrarlos a otros enfermos.
Por su parte, el gobierno japonés informó desde finales de agosto que estaría dispuesto a entregar un tratamiento experimental si la OMS se lo pide, y que tiene reservas suficientes para más de 20 mil personas.
Las incalculables consecuencias que podría tener la epidemia si continúa creciendo, ha obligado a la comunidad internacional a acrecentar enormemente los esfuerzos e inversiones para hallar una cura efectiva. Si finalmente se logra dar con ésta, se abriría la posibilidad de controlar definitivamente un mal que amenaza con volverse endémico en el continente africano.