México es un gran país. En su territorio confluyen climas, flora y fauna de una gran diversidad; cordilleras montañosas, cumbres nevadas, llanuras, desiertos espectaculares, selvas pródigas, ríos caudalosos, grandes yacimientos de minerales, piedras preciosas, gas y petróleo; bellos lagos (amenazados de muerte por la contaminación), vastos litorales en los dos océanos más grandes del planeta e importantísimo potencial pesquero.
La generosidad de la naturaleza y nuestra polifacética cultura, han hecho que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por sus siglas en inglés), reconozca en México 32 sitios culturales o naturales como Patrimonio de la Humanidad. Primeros en el continente, séptimos en el mundo.
Sin embargo, la pobreza y la desigualdad lastiman todos los días a más de 50 millones de mexicanos; la brecha se ensancha cotidianamente: una mayoría de mexicanos es cada vez más pobre y una minoría mimada es cada vez más rica. A este penoso panorama, con toda su carga de desempleo, desnutrición, emigración, déficit educativo y otros etcéteras, hay que añadir la creciente inseguridad pública: el gobierno no ha sido capaz de garantizarla a la sociedad, como lo ordena la Constitución.
La Revolución de 1910 no satisfizo (digamos esperanzados que aún no las satisface) las expectativas sociales que generó. La oligarquía conservó y heredó sus privilegios. Plutarco Elías Calles amalgamó caudillos y líderes políticos en un partido que, con el tiempo, no fue ni revolucionario ni institucional; por el contrario, aprendió a servirse de la Revolución y de sus instituciones.
El gobierno de Lázaro Cárdenas reactivó las esperanzas ciudadanas; fue un respiro cuyo aliento llegó a los dos sexenios del llamado “desarrollo estabilizador” (1958-1970). Pero la frivolidad, la codicia, la corrupción, la impunidad y la retórica manipuladora, males ancestrales del poder público en México, continuaron en crecimiento.
Hoy, por fortuna, el mundo digital contemporáneo vuelve a estimular viejas expectativas de los ciudadanos mexicanos sobre su presente y su futuro. El proceso avanza lentamente, pero en firme. Ahora los mexicanos pueden cotejar resultados. El caso de China, por ejemplo, que en 1978 decidió cambiar y hoy es una potencia mundial.
La difícil tarea ciudadana está en que tiene que remar a contracorriente, contra una élite empecinada en considerar ignorante a la sociedad, en imponer cambios autoritariamente, de arriba hacia abajo. No alcanza a comprender que a menor cumplimiento de las demandas ciudadanas, más crecen la desconfianza, la suspicacia, el desánimo…y la indignación, que movilizan pero no paralizan.
Y sin embargo se mueve. Tarde o temprano el ciudadano gana.