En el muelle de una fastuosa mansión del ficticio West Egg, Long Island, Nueva York, un hombre extiende la mano como queriendo alcanzar la luz verde de un faro que parpadea del otro lado de la bahía.
Ese hombre es el protagonista de El gran Gatsby, novela de Francis Scott Fitzgerald, aparecida en 1925 y considerada por muchos la gran novela norteamericana. Refleja los roaring twenties, los salvajes o felices años 20: la época del Jazz, del boom económico y cultural de la posguerra, el auge de la modernidad, el tráfico de alcohol y el glamour en la gran ciudad de Nueva York.
Tras las blanquísimas cortinas de un salón ubicado en una elegante mansión del ficticio East Egg, donde parpadea la luz verde de un faro, una hermosa mujer de nombre Daisy reposa su millonaria languidez en un diván. Cuando Gatsby extiende la mano hacia la luz verde, es a ella a quien quiere alcanzar.
Un año después de su aparición, la fascinante historia de Fitzgerald llegó por primera vez al cine en una versión muda que el mismo novelista vio, y de la que se han perdido prácticamente todos los cuadros; las críticas no fueron buenas. En 1949, Gatsby volvió a la pantalla grande gracias a la persistencia del actor Alan Ladd, en esa época una gran estrella. Desafortunadamente, la película no contó con la voluntad de sus productores, y el proyecto tampoco fue muy memorable.
Parado sobre el muelle de su mansión, Gatsby extiende la mano como queriendo alcanzar a Daisy en la luz verde del faro, queriendo recuperarla, convencido de que se puede cambiar el pasado, con una fe absoluta “en el futuro feliz que año tras año retrocede ante nosotros.”
Tal vez como reflejo de esta convicción, en 1974 apareció la tercera adaptación fílmica de la historia, esperando cambiar lo que sus antecesoras no habían logrado y convertirse en la primera versión cinematográfica afortunada de la novela. Los guionistas encargados del proyecto, Truman Capote primero y Francis Ford Coppola después, más los actores que desempeñaron los papeles principales, Robert Redford y Mia Farrow, dirigidos por Jack Clayton, parecían garantizar el éxito. La película fue alabada por sus vestuarios y sus escenarios, pero criticada por su falta de corazón.
En efecto, la versión de Clayton presenta un Gatsby poco expresivo, tal vez con una actuación excesivamente contenida por parte de Redford, en contraste con una Daisy casi estridente. La relación entre ellos, y por ende la película, resulta bastante fría. A pesar de todo, probablemente por mérito de la historia original, el protagonista y la trama, así como su contexto, muy bien reflejado en esta versión, no dejan de ser atractivos.
Este 2013, Baz Luhrmann, director de Romeo y Julieta y Moulin Rougue, vuelve a dar la batalla por una cinta digna de su germen novelístico, y lo hace respetando el estilo fastuoso que lo caracteriza; fastuoso como la mansión de Gatsby, como el Nueva York de los años 20. La película transmite poderosamente el ambiente avasallador de una ciudad rebosante de música, de fiestas, de dinero, de alcohol, de vida; paradójicamente, lo hace sin guardar “fidelidad histórica” a la época, de modo que, para algunos, la música moderna, los colores chirriantes, las letras que se escriben en las nubes, la cámara que gira todo el tiempo, las carreras de autos como si en los 20 se manejaran Ferraris, resulten excesivos y atenten contra la delicadeza de la narrativa de Fitzgerald.
En lo que se refiere a los personajes, Leonardo Di Caprio logra un Gatsby mucho más vivo que el de Redford, y Carey Mulligan es una Daisy más seductora y a la que un hombre puede rendirse más fácilmente que a la de Mia Farrow. La historia de amor entre los personajes se siente en las butacas.
Finalmente, ¿cuál Gatsby?
El misterioso personaje cuya “sensibilidad especial hacia las promesas de la vida” lo llevó a lo más alto, pero a quien la “sucia polvareda que flotaba en el despertar de sus sueños”, una polvareda en forma de luz verde al otro lado de la bahía, precipitó a un destino trágico. Tal vez, ese destino sea inseparable de cualquier intento de llevar la novela de Fitzgerald al cine; en cualquier caso, el aura romántica, soñadora y enamorada del personaje, con el telón de fondo delicioso de los años 20 neoyorquinos, son un faro brillante hacia el que vale la pena extender la mano.